jueves, 27 de diciembre de 2018

ELÍAS CARPENA - A 30 Años de su Adiós


Casi 30 años atrás, el 2 de noviembre de 1988, a los 90 años de edad se despedía de esta vida terrena, el postrer gran escritor criollo que retrató los últimos retazos de campo de la hoy ya totalmente poblada geografía de la Ciudad de Buenos Aires: bajos y bañados de Floresta y Villa Lugano, Mataderos y curso del Arroyo Cildañez. Su nombre?: Elías Carpena.

(Hacia fines de la primera década del siglo pasado, sus andanzas por aquellos ásperos campos bajos solían extenderse hacia Matanza, Tapiales y Laferrere, ya en territorio de la provincia).
Este notable escritor costumbrista nació en la bonaerense ciudad de Junín, el 23 de diciembre de 1897, y prácticamente desde niño mostró afición y habilidad para la composición de versos -en lo que fue alentado por su maestro de 5to grado, el escritor Julio R. Barcos-, como así también para la poesía oral propia de los payadores.
Respecto de lo último, él mismo evoca de esos años: .
Corre 1911 cuando se publican sus primeros versos, y solo suma 13 años, todo un personaje precoz, porque no escribe cosas de niños, sino más bien de hombres de campo; también la por entonces muy conocida y difundida revista “Pampa Argentina” lo acoge en sus páginas, desde las que se gana un lugarcito entre los poetas paisanos; hemos chequeado que por ejemplo durante 1916, prácticamente aparece un verso suyo por mes. De entonces data la amistad que trenzara con dos payadores de los muy reconocidos de aquellos tiempos: José Betinotti y Ambrosio Ríos, quienes lo apoyan en su gusto y afición por el canto repentista.
Apenas una década y moneditas después de aquella primera incursión, aparece su libro primigenio; tiene 23 años, y como haciendo juego con la temprana aparición de sus poesías, lo titula “Matinales”, hoy por hoy, una curiosidad de coleccionista.
En aquellas andanzas de muchachito chico, de preadolescente, por aquellos campos bajos y bañados, conoció de primera mano los últimos escarceos de una vida gaucha que iba siendo relegada, desplazada hacia el sur y el oeste, zonas más abiertas del territorio provincial, pero próximas a la urbe capital. Entonces supo de la vida de los reseros que por allí transitaban con rumbo a los corrales del Mercado de Hacienda; intimó con ellos en las paradas que hacían antes de encarar la marcha de la última jornada. Y como conoció a éstos, tampoco pudo abstraerse de intimar con la cara opuesta de estos paisanos trabajadores, o sea, los cuatreros, hombres también camperos, habilidosos para las tareas de a caballo, pero abocados a vivir trabajando menos; y como muchas veces el producto de sus ilícitos eran yeguarizos, el cercano fin de estos estaba en “el tacho”, precariedad de frigorífico clandestino, donde se faenaban; y también conoció y supo de las minucias de ese ambiente fronterizo, al que por bien pintar en sus relatos y narraciones, colaboró para que queden registradas en la historia de la vida cotidiana, porque sin un descriptivo narrador como él lo fue, esos sucesos se hubiesen perdido en el fárrago de un avance civilizador que iba a su paso, destruyendo y sepultando el cercano ayer.
A modo de “memorias” supo contar: “Mantuve a pesar de mi edad, pues era muchacho, prieta amistad con los cuatreros, más que con otros, con Diego Montenegro, con quien cambiaba décimas de mi artificio para su novia y estilos en la guitarra, por relatos de sus aventuras, siempre extraordinarias.”
Sus cuatro primeros libros fueron de poesía, recién el quinto es de cuentos, donde comienza a volcar en la narración todas esas historias que reseros y cuatreros le fueron aportando a su curiosidad de muchachito inquieto, interesado en conocer los pormenores de aquella vida rural y vigorosa que tanto lo atraía.
“El Doradillo” se tituló aquel libro que apareció con el sello de Editorial Claridad en 1949, y le resultó consagratorio, como que mereció el Premio Nacional de Literatura. El mismo Carpena confesó que tres de los cuentos son “biografía valedera”, y el resto, todos inspirados en hechos y sucesos reales, que les fueron narrados por personajes que conoció y frecuentó.
Por si alguien quisiese poner en duda el poder retentivo de su memoria para guardar el suceso y luego, años después, recrearlo, viene  a cuento recordar que en la necrológica que publicara La Nación, se destaca que era “Poseedor de virtudes innatas, con una memoria prodigiosa y un agudo sentido observador…”.
A dicha obra la elogió Ángel Mazzei cuando escribió: “Carpena posee con firmeza natural la condición del estilo necesario para el cuento. Todo su lenguaje tiende a lo conciso, a lo resuelto, a lo nervioso. De allí surgen la sensación de movimiento, la vitalidad plena y palpitante del ambiente que evoca y de los personajes que anima”. Está en él “…el deseo profundo de quien quiere mostrar un mundo vivo en toda su claridad, su pujanza, su auténtica presencia”.
Toda su obra transita por los carriles de la poesía, el cuento, la novela, el ensayo y la incursión periodística; de esta última podemos decir que a partir de 1928 comenzó a colaborar con el Suplemento Literario de “La Nación”, vinculo que se extendió por largos años. Otros medios gráficos en los que se expresó fueron: “El Monitor de la Educación Común”, las revistas “El Caballo”, “Cooperación Libre”, “Bancarios del Provincia”, “Martín Fierro”, y diario “Clarín”.
En 1958 presenta una obra a un concurso del Ministerio de Educación de la provincia, la que es distinguida con una “Mención Especial” e inmediatamente publicada en la Ciudad de La Plata; su título: “Romances del Pago de la Matanza”. Se ha escapado un poco al sur de su ambiente habitual, aunque paisajísticamente, casi nada difería por entonces. Antes de la aparición del libro, alguien que solo firma “E.J.M.”, en La Nación del 19/01 de ese año, cierra una crítica literaria, con expresiones muy afines para quien se ha expresado en versos emparentados con el gauchesco: “Un bello conjunto, por cierto, de pasiones, gestos nobles y abyectos, trenzados con el deleite de un soguero que hace trabajo ‘pluma’ con los tientos de una tosca lonja de potranca a los que, antes, ha sabido sacar con pericia y desvirar con buen pulso…”, que así le parecen los romances que cuentan historias de ese pago vinculado a la primera hora de la primigenia ciudad que fundara Mendoza, a cuyo sitio mandara a su hermano -el Capitán Diego- a escarmentar a los naturales, quienes presentaron tan dura pelea que desde entonces se le llamó “Matanza”, por la cantidad de muertos. En este libro se ha dicho que alcanzó el máximo nivel lírico de su obra.
Opinión tan paisana para juzgar una obra, solo podía ser dada -de ese modo y esa comparación- por un hombre muy conocedor de la vida campera, y gracias al prolífico y probado autor Luis Ricardo Furlan nos desasnamos que esa sigla “E.J.M”, escondía nada más y nada menos que al notable Miguel D. Etchebarne.
El año 1967, con el apoyo del Fondo Nacional de la Artes, da a conocer “Ese Negro Es un Hombre”, libro de cuentos, que -como ya hemos dicho antes al hablar de “El Doradillo” y vale para otros-, se basa en sucesos reales ficcionados por él, sobre los que Mazzei sentenció: “…todas las paginas son episodios que él ha visto, ha admirado o ha vivido en las dimensiones exactas de su ser.”
La propia Editorial Troquel, responsable de la publicación, enmarca la obra en “…los bañados de Flores, extendidos a Villa Lugano, barrios recién amanecidos, región en que la vida urbana no ha asentado finalmente su planta. Tierra trágica la de Floresta Sur, tierra bravía, con sus hombres hechos a la vida bárbara, a la vida terriblemente maleva.” Como dijimos al principio: los últimos vestigios de la vida campera en el ámbito de la Capital Federal.
Allí vuelve a destacarse “…su firmeza narrativa, la aptitud para situar los ambientes que conoce con precisión dominadora, la energía y vivacidad de su sistema expresivo y el caudal de conocimientos que se vuelcan sin insistencia abrumadora.”
El recordado Instituto de Literatura de la Provincia, de corta pero productiva vida, le dedicó en su colección “Cuadernos”, el volumen número 10, desarrollado por el ya citado Luis Ricardo Furlan con el título de “Elías Carpena y el Pago de la Matanza”, demostrando con esto el peso que en su obra tuvieron los “Romances del Pago de la Matanza”: decidió más esta circunstancia que toda su otra obra donde respira el sur de la ciudad porteña.
En la página 83 y bajo el título de “Nace un Escritor”, Furlan nos trae dos referencias importantísima, a la vez que, inmejorables anécdotas: es muchachito chico cuando el Dr. Alejandro Herosa -director del cuerpo de taquígrafos de la Cámara de Diputados-, lo invita junto a su hermano mayor, a la sobremesa de un almuerzo para halagar con su música y canto a los amigos convocados. Uno de estos, delgado y de abundante barba ennegrecida, después de escucharlos exclama: “-¿De quién son estas canciones…?”, y el hermano de Elías responde “-Son de mi hermanito. Él hace la música y los versos”, a lo que el curioso sentenció “-¡Hay en esas canciones labor de poeta!”, y ahí mismo lo aconsejó para que abandonara ese rubro, se abocara a la lectura y se inclinara a la poesía culta. ¿Quién era aquel flaco barbado? Pues ¡nada menos que Horacio Quiroga!
El otro caso sucedió en la redacción de “La Nación” un día que Carpena relataba aventuras de cuatreros; presente y escuchando estaba Alberto Gerchunoff, el de “Los Gauchos Judíos”, quién le sentenció: “Mire: esto que está contándonos no es para que lo diga en anécdotas, sino para que escriba las actividades de esta gente en cuentos y hasta en novelas. Hágalo, Carpena, y pronto!”. Y Carpena, que jamás había pensado en hacer literatura con  esos suceso, a los pocos días le acercó a Gerchunoff e lcuento “El tacho y el cuatrero Diego Real”; ávidamente lo leyó aquel y exclamó: “He conseguido que un exquisito poeta tome los temas más populares y construya un brillante cuento. Carpena, esta rama de la literatura no existía; usted es el único que puede realizarla. Continúe”.
En rápido repaso, enumeramos todas (o casi todas) sus obras, no menos de veinticinco, por orden de aparición: “Matinales – poesía” (1922), “Rumbo – poesía” (1926), “El Romance de Federico y otros poemas de verso breve” (1935), “El Romancero de Don Pedro Echagüe” (1936), “El doradillo – cuentos” (1949), “Enrique Davinson, el inglés del bañado – novela” (1953), “El cuatrero Montenegro – cuentos” (1955), “Romances del Pago de la Matanza” (1958), “Floridas Márgenes – poesía” (1960), “Defensa de Estanislao del Campo y del caballo overo rosado – ensayo” (1961), “Barrios Vírgenes: escenas de Floresta y Villa Lugano 1911/1914” (1961), “Las soledades de los poetas líricos – ensayo” (1963), “El caballo overo rosado en las dos acepciones de parejero – ensayo” (1965), “Ese Negro es un Hombre – cuentos” (1967), “La Creación Literaria - conferencia” (1967), “Romancero del Cnel. Dorrego” (1970), “Chicos Cazadores – novela” (1970), “Los trotadores – cuentos” (1973), “El Adefesio de las Tierras Hondas” (1979), “El Potrillo Corinto y otros Cuentos” (1980), “Tiempo de mi niñez – novela” (1980), “Cuentos de Reseros” (1981), “Las Aventuras del Potrillo Alazán – cuentos” (1982), “Fortín Matanza – escenas de una villa” (ca.1986), “Mientras se Arman las Nubes por el Río y otros cuentos” (1997).
Siempre es bueno saber cómo es el escritor para poder consolidar la imagen que de él nos transmite la obra, y Furlan en su estudio ya citado nos da una clara referencia: nos habla de su sinceridad: “Esta virtud no lo es solamente literaria, sino integral. El escritor y el hombre se manifiestan en la unidad y así vive sus trabajos y sus días con invariable gozo en la entrega. / El hombre sereno, cordial, dialogador y comunicativo es, en la instancia del sentimiento creador, un lírico en soledad.”
Por su parte Juan Carlos Merlo, acotó: “…hombre bueno y alegre, de palabra amable y dicharachera, con sus relatos del viejo Buenos, siempre a flor de labios”.
En sus más de 70 años de escritor, su obra mereció muchos reconocimientos, algunos muy destacados, como por ejemplo: Premio Municipal de Poesía 1936 (Ciudad de Buenos Aires), Premio Comisión Nacional de Cultura 1949, Mención Especial Ministerio de Educación Pcia. de Buenos Aires 1958, Faja de Honor SADE 1958, Primer Premio Consejo del Escritor -poesía- 1960, Premio Fondo Nacional de las Artes 1967, Premio Konex 1984, entre varios más.
Pero a pesar de la vasta obra y los muchos premios, los escritores suelen vivir de otras cuestiones, y así resulta que Carpena, allá por 1929 trabajó en Biblioteca Nacional, y luego por muchos años fue empleado de la Escuela Normal Mariano Acosta de Capital.
Fue miembro de varias comisiones de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), y el 14/08/1980 fue incorporado como Miembro de Número, a la Academia Argentina de Letras.
A los 90 años de edad murió en Buenos Aires el 2/11/1988, descansando sus restos en el Cementerio de Flores, encargándose de las palabras de despedida en nombre de la Academia, el notable jujeño Jorge Calvetti.
Tenemos por seguro que supo vivir -por lo menos por su adolescencia- en Villa Lugano, en calle Escalada al 2400.
Reiteramos que con Elías Carpena se fue el último cantor, el último pintor de aquellos restos de “pampa porteña”, en la que él agudizó la visión “de la profundidad del gaucho y de los seres que lo sobreviven”, donde -siempre al decir de Mazzei- “No se sabe si es la ciudad que reclama su añoranza de campo o si es el campo que ansía porfiadamente internarse en la ciudad para luchar por la reivindicación de su territorio perdido”. Siempre con el modo expresivo de “una lengua coloquial, gráfica y nítida, (…) con Algunas palabras (que) dan a su prosa un sabor antiguo”.
Repasar los libros de este autor, es disponerse a disfrutar de la lectura.
La Plata, 17 de Junio de 2018

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

-Revista “Pampa Argentina”. 10 ejemplares años 1915/16.
-“El Doradillo”,  Editorial Claridad, 1949. Informe del propio autor.
-“Elías Carpena”, por Ángel Mazzei, en “El Cuatrero Montenegro”, Editorial Ciorda y Rodríguez, 1955.
-“El Romancero de un Pago”, por E.J.M. (Miguel D. Etchebarne). La Nación del 19/01/1958.
-“Elías Carpena”, por Ángel Mazzei. Editorial Cultural Argentina, 1961.
-“Ese Negro es un Hombre”, informe de Editorial Troquel (sin firma), 1967.
-“Introducción”, por Ángel Mazzei, en “Chicos Cazadores”, Editorial Huemul, 1970
-“Elías Carpena y el Pago de la Matanza”, por Luis Ricardo Furlan. Cuadernos del Instituto de Literatura, Vol. 10, 1971.
-“Testimonio Preliminar”, por Elías Carpena, en “Cuentos de Reseros”. Editorial Plus Ultra, 1981.
-“Elías Carpena falleció ayer en esta ciudad”, La Nación 3/11/1988 (sin firma).

(Publicado en Revista Digital "De Mis Pagos" N° 66 - 10-11/2018)

lunes, 24 de diciembre de 2018

Saludo Fin de Año 2018


El 18 es puro achaque
y el 19 se alista
que ya está pidiendo pista
sacudiendo el almanaque;
¡dejen nomás que se atraque
que lo habremos de domar!,
pero aura quiero brindar
(aunque’n verdá, poco bebo),
por Navidá y Año Nuevo
¡y que Dios venga’lumbrar!
                                 (22/12/2018)
Afectuosamente,
                              Carlos

domingo, 23 de diciembre de 2018

ESTANCIA


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 98 – 23/12/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

ESTANCIA
La voz o palabra “estancia” viene de muy antiguo en los decires de nuestra campaña, y nos fue traída por el conquistador. Allá por los lejanos años anteriores al nacimiento de la Patria, cada vez que aquellos plantaban los ‘sueños’ de un nuevo pueblo, en las vecindades de lo que sería el mismo, distribuían “suertes de chacras”, lotes que como máximo llegaban a las 500 ha. que estaban destinados a ser los sitios “de pan llevar” -como se decía-, o sea los que debían producir para contribuir al abasto de la población. Después de las chacras, ya más alejadas de la traza del pueblo, se hacía el reparto de las “suertes de estancias”, que estaban destinadas a la producción ganadera, que andando los tiempos serían “estancias vacunas” o “estancias ovejeras”, aunque no faltaron las que encararon ambas crías, a lo que había que agregar la cría de mulares y yeguarizos. En éstas la agricultura se limitaba a un cuadro de maíz y algo de zapallo, nada en forma intensiva.
Parece ser que la primera vez que se habla de “estancia” fue por 1514 y esto quedó documentado en el “Repartimiento de la Isla Española”, información que nos brinda el español Diego Abad de Santillán. “La Española” fue la primera tierra del “nuevo mundo” que pisó Colón, y donde erigió el conquistador el primer asentamiento de origen europeo. Es la isla que hoy comparten Haití y República Dominicana.
En nuestra campaña pampeana y en las vecindades del Río de la Plata, es a partir de 1581 que se establecen las “suertes de estancia”, casi 70 años después que la cita de Centro América.
Lo curioso es que en origen la palabra “estancia” se refiere a ‘estadía’ o ‘lugar de estar’, p. ej.: “Durante su estancia en Las Acacias, Juan, aprovechó para reponer su salud”. De allí que para el Diccionario de la Real Academia, la primera definición apunta a la “habitación o sala de una casa”.
Volviendo a estas campañas nuestras, aquellas primeras “suertes de estancia” que se otorgaban -mayoritariamente- como pago por servicios prestados, en tierras que eran propiedad del Rey (por lo tanto ‘realengas’), solían tener media legua de ancho (sobre las costas del Plata) por dos leguas de fondo; traducido a números: 2500 x 10000 mts., o sea una superficie de 2500 has. (se toma como medida de la legua criolla: 5000 mts.).
Los conocidos vocabularios contemporáneos, quizás por obvio, casi ni se ocupan de tal voz, pero por suerte el primer intento de diccionario criollo compilado allá por 1879, y que diera a conocer en 2006 la Academia Argentina de Letras, sí lo hace, y afirma: “Hacienda de campo cuya área de terreno no baja generalmente de media legua de frente por una y media de fondo (agregamos nosotros: unas 1870 ha.), destinada a la cría de ganado…”.
En 1890, Daniel Granada, en su “Vocabulario Rioplatense Razonado” también recogió el vocablo, explicando entre otras cosas: “Cuando se dice en general establecimiento de campo, se entiende que lo es de ganadería, ó sea estancia, por ser los de esta clase los que predominan en la campaña (…)”.
En la llanura pampeana ya en la centuria de 1700 las “estancias” habían adquirido dimensiones descomunales, pudiendo hablarse de extensiones de 100 mil, 150 mil o 200 mil has.
En el lenguaje habitual diario, la palabra “estancia” también designaba y designa a la casa principal, instalaciones para peones, matera, galpones, y todo tipo de construcción en derredor levantada, y en aquellos campos grandes, ir de un puesto al casco del establecimiento era ir a la  “estancia”.
Lo que en nuestra campaña se llamó “estancia”, en el oeste de EE.UU. se denominó “rancho”, en México “hacienda” y en Brasil “fazenda”.
Si bien la palabra sigue siendo de uso habitual, ha sufrido alguna devaluación, ya que hoy a campos no muy grandes se los llama “estancia”, e inclusive, a algún casco bien conservado con algún parque que lo rodeé se lo llama “estancia” y allí se realiza ‘turismo rural’ o ‘de estancias’.
(Las décimas de "La Estancia" de Miguel Etchebarne se pueden leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

domingo, 16 de diciembre de 2018

JINETE


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 97 – 16/12/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Para cualquiera de las muchas culturas ecuestres desparramadas en el mundo, decir “jinete  es nombrar a una persona que anda a caballo, o quien monta uno en una carrera, o en cualquier otro deporte; en cambio entre nosotros, sobre todo en los tiempos de la Patria Vieja, cuando en la estancia cimarrona se enseñoraba el gaucho, decir “jinete” donde todo el mundo, desde los niños hasta los viejos eran de a caballo, era referirse a quien era muy destacado sobre el lomo de los yeguarizos. En aquellos años en que no existían fiestas de destrezas criollas, era una fiesta en sí, cuando un domador agarraba en una estancia una tropilla de 13 o 15 potros para hacerlos caballos, y la primera acción era, con recado completo, montarlos uno por uno para desfogarle todas sus ansias libertarias, y esa labor la realizaba con un ayudante, y hasta solo muchas veces. Ese era un gaucho “jinete” y domador, ya que después de aguantarle todos los corcovos, debía volverlo manso y de andar.
En su Fausto (publicado allá por 1866), Estanislao del Campo utiliza la palabra en aumentativo como dándole mayor importancia al ser “jinete”, y dice: “Mozo jinetazo ¡ahijuna! / como creo que no hay otro,…”; también Hernández usaría la expresión en su Martín Fierro, cuando el personaje recordando años idos evoca: “¡Ah tiempos! – Si era un orgullo / ver ginetiar un paisano-”. En ambos casos se usa la voz en forma destacada, con admiración, que ser buen “jinete”, era cosa que despertaba respeto, y justamente admiración.
Tito Saubidet que publicara allá por 1943 ese ya famoso “Vocabulario y Refranero Criollo”, no se juega mucho ni es muy claro en la definición, ya que solo dice: “Hombre muy diestro en la equitación”, pero Don Ambrosio Althaparro, que por la misma época editara “De Mi Pago y de Mi Tiempo” arriesga que “jinete” es “El que es capaz de soportar los corcovos del potro sin ser desmontado”.
Andando el tiempo -que nunca se detiene-, y más o menos en la primera década del Siglo 20, comienzan a organizarse en la ya pujante Capital Buenos Aires, “concursos de doma”, que eran en realidad espectáculos de “jineteadas”, para los cuales se convocaban de importantes estancias del país, a sus hombres más de a caballo, más “jinetes”, para que midieran capacidades y valores, teniendo allí origen esto tan común hoy, aunque todavía no ha recibido el reconocimiento de deporte, que es el espectáculo de destrezas criollas, donde son número central las “jineteadas”.
Hoy, hablar de “jinete”, es referirse a ese hombre que ha hecho una actividad deportiva del hecho de aguantarle los corcovos a un bellaco, y donde resulta que hablar de un “jinete” es referirse a un profesional del mundo de los ruedos de jineteadas.
Recordando a un mentado “jinete”, “Chichín” Gómez de Saravia, ilustramos poéticamente con las décimas de “Jinetazo”, que me pertenece. 
(Se puede leer en el blog "Poeta Gaucho")

domingo, 9 de diciembre de 2018

FONDA


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 96 – 09/12/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Allá por la centuria del 1800, a medida que las poblaciones de nuestra campaña pampeana se iban consolidando y creciendo, lo mismo que en aquellas que aparecían a lo largo de los pujantes tendidos ferroviarios que en las últimas dos décadas de ese siglo comenzaron a crecer -por lo general en las inmediaciones de la estación del lugar o sobre la calle principal-, siempre se encontraba una “fonda”, que cumplía el doble rol de ‘casa de comida y casa de hospedaje’.
Que la voz “fonda” tenía difusión, lo deja entrever el “Martín Fierro”, ya que en su texto se cita, y aunque no en su función específica, sí como referencia de un lugar muy oloroso o maloliente. Dicen los versos: “…y una cosa tan jedionda / sentí yo, que ni en la fonda / he visto tal jedentina”. Esto alude que en dichas casa de comida, por una circunstancia de mala ventilación, flotaba permanentemente el aroma de las fritangas y guisados que se ofrecían a los comensales.
Para el Diccionario Español oficial, es un “establecimiento público, de categoría inferior a la del hotel, o de tipo más antiguo, donde se da hospedaje y se sirven comidas”. Puede agregarse que en aquellas latitudes, donde la utilización de dicha voz viene de muchos siglos atrás, se dice también que una “fonda” es similar a una posada.
Entre nosotros, Don Rafael Darío Capdevila la definió como la: “Casa donde se comía y muchas veces también se daba alojamiento. Existían en todos los pueblos de campaña, y muchas quedaron en el recuerdo”.
Yendo al origen del vocablo, hay quienes suponen que deriva de la voz árabe/hispana ‘fondac’, y que ésta proviene de la voz árabe ‘fundoq o fúndac”.
El levantamiento del ferrocarril en gran parte de la provincia de Buenos Aires, originó que muchos de aquellos pujantes pueblos nacidos en torno a la estación ferroviaria, se transformaran poco a poco, en pueblos fantasmas, del mismo modo que al dejar de llegar los viajantes de comercios,  los compradores de granos, los vendedores ambulantes, las “fondas” fueron perdiendo su necesidad de ser, y como el candil que se consume en su propia grasa, se les fue apagando la vida ataperando las edificaciones, viviendo más que nada hoy, en el recuerdo de quienes las conocieron en plena actividad.
Del poeta Darío Lemos, que supo cantarle, traemos las rimas de: “La Fonda”. (Se puede leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

domingo, 25 de noviembre de 2018

PORRÓN


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 94– 25/11/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

PORRÓN
En la campaña vieja, decir “porrón” y decir ginebra, era como decir la misma cosa, ya que el “porrón” era el recipiente que contenía a la famosa bebida de origen holandés que tanto se difundió entre nosotros, y a la que se aficionó el hombre de campo, como para templar el cuerpo antes de encarar la larga jornada diaria.
El Diccionario Español lo define como “Vasija de barro de vientre abultado para agua”, pero para nosotros es más clara la explicación que vuelca Tito Saubidet, cuando dice “Botella grande de barro vidriado en que solía venir de Europa la ginebra”, y lo termina de aclarar Francisco Castro cuando en su “Vocabulario y Frases del Martín Fierro” redondea que el “porrón” es un: envase de barro cocido, de cuello muy corto, con una pequeña asa, de un litro de capacidad. La ginebra se vendía en porrones”.
En España, el “porrón” está considerado como “invento nacional”, disputándose su origen entre Cataluña, Aragón y Valencia, y la Real Academia de la lengua agrega que su origen podría ser “gascón”.
Allá por el 1700 y en España, se denominaba “porrón” a una “vasija de tierra que ordinariamente se usa para traer y tener agua”, por eso es fácil colegir que su uso se repartió tanto en ser un recipiente para beber agua como vino.
En el libro “La Pulpería, mojón civilizador”, su autor León Bouché, cuenta que antiguamente, en la peruana ciudad de Lima se usaba para contener bebidas,  a manera del “porrón”, una calabaza, uso que también se extendió a esta región del Río de la Plata, y de allí que por su procedencia de Lima, en nuestra campaña, el gaucho con su gracia particular la llamaba “limeta”, definición que también se extendió a los “porrones” que venía de Europa con ginebra.
En ambas formas se encuentra referido en el “Martín Fierro”, porque Hernández, como genuino referente del pueblo, lo llamó como lo hacía el hombre del común en una pulpería, boliche o un fogón. Es así que en una ocasión dice:
“Estaban en la carpeta
empinando una limeta
el Gefe y el Juez de Paz”,
 y en otro pasaje explica
“Y un golpe le acomodé
con el porrón de giñebra”.
Si bien en estos tiempos, aunque la ginebra sigue teniendo aceptación, no circulan los “porrones” de barro, pero las actuales botellas de vidrio recuerdan su forma.
Lo evocamos ahora poéticamente con los versos que le dedicara el poeta Darío Lemos. (Se pueden leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

miércoles, 21 de noviembre de 2018

PONCHO DE CUERO (resumen radial)


La primera vez que escuché mentar al “poncho de cuero”, ocurrió hace 30 años, cuando un verso de Aldo Crubellier con dicho título, se adjudicaba el 2do. premio (compartido) en un certamen; por supuesto que me hizo pensar, ya que Aldo es un hombre aficionado a leer y informarse acabadamente.
Muchos años después, en abril de 2015, en el Encuentro de Sogueros de Cañuelas, me encuentro con Abel González y Graciela Rosso, y allí en su puesto, Abel me dice que preste atención en un poncho casi blanco o blanco crema, que se estaba exhibiendo en un perchero. Me acerco para apreciarlo mejor, y al tocarlo advierto que no era de tela, y que su textura parecía gamuza. Entonces Abel me cuenta que era una réplica exacta, en tamaño y peso, del poncho de Justo José de Urquiza que se encuentra en el Museo Histórico Nacional, y que el mismo, creación de Graciela Rosso, estaba confeccionado con un cuero de yeguarizo, perfectamente descarnado y sobado en extremo, con las cuatro puntas redondeadas; los bordes con flecos, listas y boca del poncho, fueron confeccionados en seda de color rojo y adheridos al cuero.
Después de apreciar soberbia pilcha, comencé a buscar información sobre la misma, y encontré que tal pieza fue donada al citado Museo, por Cipriano de Urquiza, hijo del general, el 29/08/1904. Se encuentra registrado bajo ficha N° 2964, donde se especifica que sus medidas son 1.47 por 1.89 mts., describiéndoselo como de “gamuza blanca”, a lo que reiteramos que Abel González aclaró que era cuero de yeguarizo, y la similitud se da por el gran trabajo del sobado.
El historiador Juan José Cresto, que escribió sobre ponchos históricos que se encuentran a resguardo de distintas instituciones nacionales, sobre el que nos ocupa, describe que su textura es “espesa y probablemente muy abrigado”.
Habiendo sido el nuestro un país de innegable conformación ecuestre, habiéndose logrado la existencia del gaucho como un notable pastor ecuestre, y habiéndose vivido por lo tanto una etapa socio-cultural bien definida como “edad del cuero”, no es de extrañar entonces, que el cuero le brindase la materia prima para cantidad de pilchas; y del mismo modo que se confeccionó el calzado con el cuero del yeguarizo -las mentadas botas de potro-, del mismo modo supo utilizar este cuero también para confeccionar su poncho.
Aún hoy se suele decir entre nuestros paisanos cuando tienen que cuerear un caballo, que “le van a sacar el poncho”; cuando en años ya lejanos escuché esa expresión, no se me dio por asociarla a la tan característica pilcha criolla, pero ahora recapacito y pienso, que implica una tradición oral, aunque se haya perdido la conciencia de su práctica usual.
Continuando con la búsqueda, llegamos al libro “Campos de Afuera”, del muy campero y conocedor Don Aaron Esevich, quien supo poblar campos en el oeste bonaerense y en los del entonces lindero Territorio Nacional de La Pampa, en tiempos que eran abiertos, sin alambrar.
  En esas páginas nos habla de un resero apodado “Paraguay” de quien dice que “…gastaba poncho de cuero de vaca yaguané, por lo que aparecía listado, alegre.” Por lo dicho, ese poncho conservaba el pelo. Luego Esevich aclara sobre el particular: “A caballo y emponchado, el resero se semejaba más a un toldo pampa que a cosa ninguna. Sus piernas, al asomar debajo de la panza del caballo, acompañaban el tranco alegre del pingo lidiado con maestría. Miguelito ayudó a descarnar y macetear aquel poncho, hasta darle textura liviana y suave.”
Pero no es todo. El infalible José Hernández, en la 10° estrofa del Canto 12 de la primera parte del “Martín Fierro” publicado en 1872, expresa: “Y cuando sin trapo alguno / nos haiga el tiempo dejao- / yo le pediré emprestao / el cuero a cualquiera lobo- / y hago un poncho, si lo sobo, / mejor que poncho engomao.”
Descartado el cánido “lobo”, ya que no tuvo existencia en nuestra geografía ni integró sus faunas, nos queda recurrir, al “lobo de mar”, y cuando muchos puedan pensar “en nuestra campaña no existían”, debemos recordar que Hernández pasó en la zona de la actual Mar del Plata, unos diez años, de niño y adolescentes, y allí conoció las “loberías” existentes sobre la costa del mar, y cuando en 1881 publicó su “Instrucción del Estanciero”, le dedicó a tales “lobos” un capítulo, enfocado en la importancia de su explotación, con el aprovechamiento del aceite y su cuero. Y agregó: “Los gauchos, que en todas partes son parecidos en eso de acometer empresas audaces, hacen escaleras de lazos y se descuelgan de las barrancas, a matarlos. (…) Allí mismo se beneficia la grasa y se preparan los cueros que se exportan enseguida para Inglaterra, donde son muy estimados. En Londres, las señoras y señoritas adornan sus trajes con pieles de lobo, y hacen chaquetillas y muchas otras cosas. Tiene un valor considerable.”
Alfredo Taullard, experto en ponchos, en su libro “Tejidos y Ponchos Indígenas de América”, dijo: “…lo fabricaban los mismo gauchos con el cuero de potro cuidadosamente sobado, hasta dejarlo flexible como una gamuza…” y agrega “se llevaba de bajera en el recado, para tenerlo a mano cuando las circunstancias lo requirieran.”
Por último, parece ser que en Uruguay su uso se extendió hasta bien entrado el Siglo XX, cuando por acá, ya ni noticias se tenían de él.
La Plata, 21/11/2018


(Se ilustró con las décimas de "Poncho de Cuero" de Aldo Crubellier, que se pueden leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

domingo, 11 de noviembre de 2018

COCINA ECONÓMICA


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 93– 11/11/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
Hacia fines del Siglo 19 (centuria del 1800), el tradicional rancho de barro y paja gana cierto confort, cuando en la cocina -el lugar de ‘estar’ de sus ocupantes-, comienza a reemplazarse el “fogón” armado en el suelo, en el centro del espacio, por la “cocina económica”.
A partir de la instalación de ésta, dicho ambiente deja de ser un lugar tapizado de humo y hollín, a la vez que gana cierto orden y comodidad para las tareas hogareñas. Hasta entonces el “fogón” era el sitio de reunión y donde cocinar; de una cadena pendiente de la cumbrera con un gancho en la punta se colgaba una olla sobre las brasas, o una pava grande para tener a mano agua caliente; en el redondel del “fogón” se clavaba un asador, como también se acomodaban las trebes para apoyar sobre ellas otros utensilios. Pues bien: todo eso comenzó a cambiar con la llegada de la “cocina económica”.
Ésta ya había aparecido en Europa en los últimos años de la centuria del 1700, provocando la misma revolución que en nuestros ranchos. Y el nombre de “económica” le viene de que por su construcción, permitía un mayor aprovechamiento de la leña, provocando inclusive un menor consumo de la misma y un máximo de aprovechamiento del calor que producía, de allí entonces que resultaba “económica”.
Ofrecían sobre la plancha superior, la posibilidad de 2 o 3 hornallas, según fuese su tamaño, y al centro y al frente, un espacio cerrado con una puerta rebatible, el horno, lo que permitió a las amas de casa un mayor desarrollo de las artes culinarias. Sobre uno de sus laterales, algunas cocinas tenían un depósito de agua, caliente siempre, lista para cualquier uso, como ser cebar mate, reemplazando a aquella pava que se colgaba del gancho de la cadena. Por otro lado, el caño de la chimenea -que tenía un corte con una chapa horizontal que servía para regular el tiraje, cuidando el consumo de la leña-, actuaba como irradiador de calor en el ambiente.
En nuestra campaña una marca de estas cocinas se transformó en sinónimo de “cocina económica”, pues con solo decir “la istilar o una istilar”, estaba todo dicho y claro.
Istilar era el apellido de un inmigrante francés que había nacido en 1867 y arribó al país a los 10 años de edad, en 1878. Radicado en Tres Arroyos se caracterizó por ser un hombre progresista y emprendedor, creador de un emporio industrial que llevaba su nombre, y que entre otros muchos productos fabricó las famosas cocinas económicas “Istilar”… que hasta hoy se siguen nombrando. Falleció en la ciudad de su radicación, en 1934, a la edad de 67 años.
(Se ilustró con "Peona Corazón de Fierro" de Darío Lemos, que se puede leer en el blog "Antología de Versos Camperos")

domingo, 28 de octubre de 2018

DON OSVALDO GUGLIELMINO, mentor de Rafael Hernández



Aunque parezca mentira, algo difícil de creer, y resulte finalmente una injusticia, en las últimas horas del  martes 20 de febrero, a menos de tres meses de cumplir 97 años, falleció en la ciudad de Buenos Aires, Don Osvaldo Guglielmino, el notabilísimo escritor y poeta identificado por nacimiento y vida, con la bonaerense ciudad de Pehuajó.

Ningún medio de alcance nacional, ni diario ni revista, fue capaz de dedicarle una merecida necrológica; quizás su pecado haya sido estar identificado con lo popular y haber sido funcionario en dos gobiernos que encabezara Perón. Y aunque yo no me identifico con dicho movimiento, me resulta imposible no reconocer los méritos de su obra.
Como en aquellas viejas ollas de tres patas que ‘tayaban’ en los fogones camperos y las humildes casas pueblerinas donde se cocinaba a leña, tres pueden haber sido los sustentos de su obra: la personalidad y vida de Manuel Dorrego, el valor político y emprendedor de Rafael Hernández, y el cantar de Martín Fierro.
Su obra amplia y disímil -aunque se le pueden encontrar puntos de contacto-, se inició a los 18 años de edad, cuando su padre le financió la publicación del poemario “Preludio”. Tenía 11 años, cuando subyugado por la belleza de una compañerita de la primaria comenzó a conjugar las primeras rimas, tiempos en los que casi desconocía aún lo que era la poesía.
Nació en  el pueblo de  French,  el 8/05/1921, siendo el menor de los tres hijos del matrimonio de Luisa Russo y Albino Guglielmino, quien a los tres meses de vida de su último hijo, mudó a la familia a la ciudad de Pehuajó, buscando mayor futuro a su oficio de panadero.

Hace los estudios primarios, que continúa luego en el Colegio Nacional de esa ciudad, donde obtiene el título de bachiller en 1940.
Inmediatamente se inscribe en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP, para lo cual se establece en la capital provinciana, en casa de su tía Isolina Guglielmino, en calle 12 e/69 y 70 (*), graduándose al cabo de cinco años como Profesor en Letras.
A cien metros de donde vivía, (12 N° 1773) se encuentra la Iglesia de San Francisco de Asis (entonces de la orden franciscana), en cuya vereda, una calurosa tarde de diciembre de 1945, ve entrar una pareja que iba a unirse ante Dios, y ¡oh sorpresa!, no eran otros que Eva Duarte y Juan Perón, de quienes sería ferviente admirador y seguidor de sus políticas. Tenía entonces 24 años.
(Diez años después y por muy breve espacio de tiempo sería Director de Fomento y Estímulo Cultural).
Concluidos los estudios y ya de regreso en su ciudad, se inicia en la docencia en la Escuela Municipal y el Colegio Nacional donde había sido alumno, del que -a partir de 1952- será su director.
Atraído por la literatura desde la adolescencia, a lo largo de su prolífica vida de escritor -que abarca poesía, narración, ensayo, teatro e investigación- ha dado a la imprenta más de treinta títulos.
Miembro notable de la reconocida “Generación del ‘40”, ha sido valuarte del movimiento conocido como “adentrismo”, que él mismo define como la poesía que “sale desde adentro mancomunada con el espíritu de la tierra”, la que tiene una “doble actitud subjetiva y geográfica”, aspecto sobre el que escribió un ensayo.
El aborigen, el gaucho, la guerra del desierto, la historia del oeste bonaerense -su lugar-, están recurrentemente reflejados en su vasta obra.
Pero no se agotan ahí sus inquietudes y también aborda el tema del lunfardo, siendo incorporado el 18/10/1973, como miembro de la Academia Porteña del Lunfardo.
 Por esos años y con Perón nuevamente en el Gobierno, ocupará el cargo de Subsecretario de Cultura de la Nación, siendo entonces responsable de Ediciones Culturales Argentinas (ECA).
Imposible no recordar que fue Guglielmino quien reivindicó la figura de Rafael Hernández, al ubicarlo precisamente en el lugar de fundador de la Universidad de La Plata, la que en 1901 logró su única colación de grado.
Como la misma era de carácter provincial, “el mérito” de Joaquín V. González en 1905, fue haberla nacionalizado.

No lo sabemos fehacientemente, pero quizás el lustro que vivió en La Plata con motivo de sus estudios universitarios, al conocer que el Colegio Nacional (dependiente de la UNLP) llevaba el nombre Rafael Hernández, sintió curiosidad del porqué de esa denominación, y comenzó hurgar en la historia de la casa de altos estudios, ya que el libro que le dedica, “Rafael Hernández, el hermano de Martín Fierro”, aparece en 1949 a solo tres años de haberse graduado.
Cerrando esta reseña, digamos que en 1974 recibió el Premio Consagración de Literatura de la Provincia de Buenos Aires.
Entre sus importantes distinciones no podemos dejar de mencionar que en 1991,  con el voto unánime en las Cámaras de Diputados y Senadores, la provincia ¡su provincia!, lo declaró Personalidad Destacada de la Cultura Bonaerense.
En 1993 la Cámara de Diputados de la Nación lo nombró “Mayor Notable Argentino”, y diez años después, por Ley 1260 sancionada el 4/12/2003, la Ciudad de Buenos Aires lo destacó “Ciudadano Ilustre”.

Algunos títulos de su vasta obra, son:
“Preludio” -poesía- (1939) - “24 Horas” -poesía- (1941) - “Mensaje” -poesía- (1946) - “Ida y vuelta de Juan Sin ropa” -poesía- (1949) - “Rafael Hernández, el hermano de Martín Fierro”  -ensayo biográfico- (1949) - “Estero Profundo” -novela- (1955) - “Juan Sin Ropa” -poesía- (1957) - “Retablo Pehuajense” -poesía- (1961) - “Nuestra Frontera” -teatro- (1962) - “Sonetos y canciones del desierto” -poesía- (1965) - “Las Vacas” -teatro- (1967) - “Canto fundamental” -poesía- (1967) - “Adentrismo” -ensayo- (1968) - “Villatun” -poesía- (1970) - “La epopeya del desierto” -novela- (1971) - “Las leguas amargas” -novela- (1972) - “Rumbo sur” -historia novelada- (1977) - “Esta heroica memoria de la tierra” -poesía- (1977) - “Dorrego, civilización y barbarie” -ensayo- (1980) - “El canto libre” -poesía- (1981) - “Pantaleón Rivarola y las atrocidades inglesas” -ensayo- (1983) - “Perón, Jauretche y revisionismo cultural” -ensayo- (1984) - “La epopeya nacional y popular” -poesía- (1985) - “Poemas de la tierra” -poesía- (1986) - “Canciones del descubrimiento” -poesía- (1986) - “Kuonyipe y otros poemas americanos” (1990) - “Oratoria a la Virgen de Luján” -poesía- (1991) - “Juan el Oso y de cuando los Reyes Magos llegaron al Sur” (1998) - “Canto Fundamental y Retablo Pehuajense” (1999) y “Juan Sin Ropa” -poesía- (2000) – “Martincito Fierro” -poesía-; etc. etc.

La Plata, 4 de Abril de 2018

  
(*) La dirección se ubica a unos 200 mts. del domicilio del autor del artículo.

Fuentes: “Vida y Obra de Osvaldo Guglielmino”, de Jaime Sureda
            
“Pasión y Prédica de un escritor nacional”, de Luis Ricardo Furlán
            “Diccionario Biográfico de Escritores Costumbristas Platenses”, de
              Carlos R. Risso
              Reportaje de Susana Rigoz , 2009 (DEFonline.com.ar)
(Publicado en la web de El Tradicional en 04/2018)

EL CUERO A CUALQUIERA LOBO, Dijo Hernández



Cuando por octubre de 2015 nos concentramos en escribir un artículo sobre el poncho de cuero de Justo J. Urquiza*, a raíz de la réplica confeccionada por la artesana/artista Graciela Roso, y mientras también trabajábamos compilando material para la edición N° 85 (9/2015) del Boletín de los Escritores Tradicionalistas, encontramos en el libro “El Caballo, sus aportes…” de Juan C. Artigas, un comentario titulado “Poncho de Cuero”, en el que aludía a la sextina del “Martín Fierro” que dice:
“Y cuando sin trapo alguno
nos haiga el tiempo dejao-
yo le pediré emprestao
el cuero a cualquiera lobo-
y hago un poncho, si lo sobo,
mejor que poncho engomao.”

A su vez Artigas había tomado el tema de una nota de Revista “El Chasque”, donde el interrogante era a que lobo se referiría el poeta, ya que en la pampa no existían, y dejaba abierta la posibilidad de que fuese el yeguarizo cimarrón llamado “lobo” en la región cuyana.
Decir que nos picó la curiosidad, quizás sea quedarnos corto con la sensación de ese momento. Este es el resultado de lo que poco a poco hemos ido averiguando.
Descartado el cánido “lobo” -probable ancestro del perro doméstico-, ya que no existió por estas llanuras pampeanas, nos quedaba informarnos sobre qué era eso del “yeguarizo lobo”, para lo cual nos comunicamos con el Presidente de la Federación Gaucha de San Luis, el compadre Carlos Hermán Fernández, quien gentilmente nos refirió que tanto en la zona precordillerana de Mendoza como de San Juan, hasta no hace mucho, una vez al año subía la paisanada (hasta 100 personas) en forma organizada, y poco a poco iban juntando y arreando los yeguarizos cimarrones hacia los valles de abajo, donde se procedía a realizar durante varios días, una gran yerra con esa “caballada loba”, lo que dio motivo a una fiesta anual que desde su audición radial Darío Bence promocionaba diciendo: “Fiesta de Cumbres y Valles Iglesianos donde se baja la caballada loba”.
Me aclara Fernández que lo de “loba” o “lobo”, proviene del apocamiento de “lobuno” (pelo del color o similar al lobo), lo que nos lleva a pensar que quizás por una cuestión de mimetización, el pelaje lobuno tenía (o tiene… creo que dicho encierre aún se sigue haciendo) preponderancia en esas manadas cimarronas.
Ahora bien, más allá de haber conocido algo nuevo en el continuo aprendizaje de usos y costumbres que hacen a nuestras tradiciones gauchas, me parece que atribuirle aquello de “yo le pediré emprestao / el cuero a cualquiera lobo”, a “voltiarle el cuero” a un caballo lobuno para hacer un poncho, resulta un tanto caprichoso y forzado, porque tal término no es de uso común en el ámbito en el que se desarrolla el testimonial poema.
Y entonces… de dónde sacó Hernández tal aseveración…? Pues bien, creemos haberle encontrado el sentido.
Comencemos por recordar que está saliendo de la niñez cuando su padre se lo lleva a los campos porteños del sudeste donde capataceaba y administraba estancias, por caso allá por Laguna de los Padres, en las vecindades de la actual Mar del Plata. Se formará entonces en aquella vida de hombres recios y curtidos; no son campos con poblaciones palaciegas, más vale carecen de ellas; vivirá la auténtica vida de fogón, sin mujeres podría decirse, sin madre ni tía a la vista para sobreprotegerlo.
Este momento que se extendió hasta enero de 1853, pudo haber arrancado en 1843 -según Augusto R. Cortazar- o hacia 1846 -al decir de Jorge Calvetti-, y bien hayan sido 9 años o solo




6, lo cierto que es el período en el que está en contacto con el gaucho neto, justo en el momento de la vida en que se es como una esponja absorviendo información y conocimientos.
Tiempos aquellos de campos sin alambrar, en que los rodeo se debían rondar de continuo, como así también hacer grandes recorridas buscando animales alzados. Probablemente en estas cuestiones, acompañando a su padre, fue que se allegó hasta “las costas de la mar”, aquella “muy galana costa” según definiera Don Juan de Garay en su única entrada a los campos del sud, después que refundara Buenos Aires.
No hay dudas que en estas recorridas, conoció “las loberías”, que en la costa Atlántica se extienden desde el sur de Brasil hasta el extremo austral patagónico, y han dado nombre a lugares, como Isla de los Lobos, frente a la costa uruguaya o “Barranca de los Lobos”, casualmente en la zona por donde anduvo Hernández. Y esto lo afirmamos basados en lo que ahora viene.
Todos saben (o ingenuamente eso creemos),  que José Hernández es el poeta que dio vida al libro “Martín Fierro”, ahora… lo que pocos saben y menos han leído, es que nos legó otros libros; uno de esos, muy curioso e interesante se titula “Instrucción del Estanciero”, texto de 11/1881. Por el título se descuenta que es un libro que apunta a mejorar la explotación ganadera de un establecimiento rural, y así es, pero… siempre hay un pero: en la Séptima Parte, su Capítulo III (oh! curiosidad), se titula “Lobos”, y allí da rienda suelta al conocimiento que tiene sobre el tema, y como aconseja hacer rentable, un recurso natural hasta el momento desperdiciado.
Comienza ese Capítulo advirtiendo que el libro se le ha ido muy extenso, por lo que eliminará algunos escritos que considera se pueden obviar, y a otros los abreviará. Casualmente dice: “De este Capítulo extraemos los siguientes fragmentos, referentes a los lobos…”.
Tenía amplios conocimientos sobre el tema, donde quizás su única confusión residía en considerar al lobo de mar y al de río una misma especie solo diferenciada por el tamaño. Y a lo que personalmente había observado, con seguridad le sumó los informes que en 11/1869, le suministrara en forma escrita el Comandante de Marina D. Augusto Lasserre, cuya carta comienza diciendo: “Querido Hernández: Cumpliendo con la promesa que usted me exigió en julio próximo pasado de hacerle la relación de mi viaje a las Islas Malvinas,…”
En la misma, entre otras cosas, le hace un acabado informe sobre las habituales caserías de lobos de mar, del que advierte el gran valor comercial si también se pudiese usar el aceite, además del cuero.
Volviendo al conocimiento propio de Hernández, comienza haciendo un detalle de las costas atlánticas y los sitios visitados por dichos anfibios, y en un punto relata: “De Macedo adelante, toda la costa es formada de terrenos cenagosos, llamados guadales, al pie de los médanos que se extienden hasta Mar Chiquita. Allí empiezan de nuevo pedazos de costa firme, hasta el punto de la Laguna de los Padres, llamada actualmente “Mar del Plata”. Continúa luego describiendo e historiando “Cabo Corrientes”, afirmando que a partir de allí “empiezan recién las barrancas de la costa sud”. Y explica: “El mar hace allí una pequeña ensenada, en forma de herradura, de aguas muy serenas, a donde en cierta estación del año acuden los lobos gordos en innumerables cantidades.”
Los detalles que aporta demuestran que conocía muy bien la geografía y las loberías, y como no hay información que ya hombre haya vuelto a esos parajes, se ve que dicha observación que supo guardar su memoria, provenía de aquellos años adolescentes en que acompañó a su padre, viviendo por Laguna de los Padres.
Continúa describiendo: “Los gauchos, que en todas partes son parecidos en eso de acometer empresas audaces, hacen escaleras de lazos y se descuelgan de las barrancas, a matarlos. (…) Allí mismo se beneficia la grasa y se preparan los cueros que se exportan enseguida para Inglaterra, donde son muy estimados. En Londres, las señoras y señoritas adornan sus trajes con pieles de lobo, y hacen chaquetillas, manguitos y muchas otras cosas. Tiene un valor considerable.”
Aclarado este punto no nos quedan dudas que cuando canta: “yo le pediré emprestao / el cuero a cualquiera lobo-”, se refiere concretamente a los lobos de mar.
Y hubiésemos solucionado este entuerto muy fácilmente, de habernos remitido de entrada al libro “Vocabulario y Frases de Martín Fierro”, de Francisco I. Castro, ya que sobre el verso en cuestión, aclara: “lobo marino”, y sobre la pata nos da otra referencia, el momento aquel del poema en que llega a la pulpería un negro con su china, aquella que a raíz de la pelea entre Fierro y el negro, “empezó la pobre allí / a bramar como una loba”. Afirmado esto por el hecho de que cuando los lobos buscan la serenidad de una ensenada costera, sucede porque es época de cría, y al momento de la cacería se produce una gritería infernal, de allí lo de “a bramar como una loba”.
Lindo debería ser tener uno de esos ponchos, bien descarnado y sobado, ya que como dijo “el Tata”, resultaría en la práctica cuando los días de lluvia: “mejor que poncho encerao”!!.
La Plata, 8 de enero de 2018


* Ver El Tradicional N° 139 (11/2015)
(Publicado en la web de "El Tradicional", en 01/2018)