miércoles, 29 de noviembre de 2017

OMAR J. MENVIELLE (Charla 2)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro Nº 20 – 29/11/2017

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.

El 8/10/1999, la sección Opinan los Lectores del diario El Día de La Plata, bajo el título de “Poeta Costumbrista Pampeano” me publicó una evocación, escrita a raíz de creer que en ese año 99 se cumplían 30 años de su fallecimiento… cosa que había ocurrido en 1996.
A raíz de la misma, ese día se comunicó conmigo, después de hurgar buscando mi teléfono, una señora nativa de Tapalqué que estaba radicada en esta ciudad. La movilizaba una actitud de agradecimiento, hacia quien “se había acordado de evocar a Omar”. Se quedó sorprendida cuando le conté que no tenía contacto alguno con su familia, a pesar de haberlo intentado un par de veces; “No puede ser -me respondió- ‘Morito’ (así llamaba al hijo del poeta) es muy cordial… deme cinco minutos que yo habló con él y lo llamo”. Renuncio a los detalles por una cuestión de brevedad, y retomo diciendo que 3 o 4 días después, a eso de las 4 de la tarde, Omar Javier Menvielle (h), “Moro”, me recibía en su casa de Buenos Aires. Esa es mi primera fuente de información fidedigna.
2 o 3 años después, leyendo una revista de temas tradicionalistas, me encuentro con un aviso que más o menos decía: “Compro ejemplar del libro Relinchos”, acotaba un teléfono y un nombre, Loly Menvielle. Me llamó la atención que alguien del mismo apellido del poeta hiciese ese pedido, y como casualmente entonces conocía dos lugares que tenían en venta el dicho libro, llamé al teléfono indicado, atendiéndome la aludida Loly, sobrina nieta del poeta. Poco tiempo después se allegaba a La Plata acompañada de su esposo, para visitarme, trayéndome información que siempre agradezco, como fotos, la conformación del tronco familiar, e inclusive la grabación de la voz del propio Menvielle. Ha sido pues, mi segunda fuente de información.
A través de ella conocí a sus primos, los hijos de “Moro”, o sea nietos del poeta, y fue por allí que hasta llegué a evacuar algunas consultas cuando decidieron volver a publicar  el libro del abuelo (3° edición), el año 2014.

Ya que estamos saliendo por la Radio Gaucha de Chascomús, contamos una anécdota que tiene que ver con la zona: no sabemos con precisión en qué año fue, pero lo cierto es que compró un lote de terreno en dicha ciudad, en la entonces calle Lastra (hoy Pte. Alfonsín) y Vías del Ferrocarril, y le encargó a un señor de apellido Burgos, la construcción de un rancho criollo -al que bautizó ‘Rancho Grande’-, en el que solía refugiarse a escribir o bien reunirse con amigos paisanos que lo acompañaban evocando viejos tiempos. Por 1996/98, Ignacio Moyano, nieto de aquel ‘constructor’ Burgos, le ofreció a Juan de Oar un lote de 10 o 12 palos de quebracho de 3mts. cada uno, y hecho el negocio le comunicó que habían pertenecido al rancho de Menvielle, el que había sido demolido. Esto me fue referido por el propio Juan.
(Se ilustró con las 8 décimas de CARTA, que se pueden leer en el blog "Antología del Verso Campero")

domingo, 26 de noviembre de 2017

OMBÚ

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 51 – 26/11/2017
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Por 1843, al ganar un certamen poético, dijo el poeta Luis Lorenzo Domínguez: “Buenos Aires –patria hermosa, / tiene su pampa grandiosa; / la pampa tiene el ombú.”. Versos más adelante, agregó: “Puesto en medio del desierto, / el ombú, como un amigo, / presta a todos el abrigo / de sus rama con amor:”.
Este verso titulado “El Ombú” y compuesto de 20 octavillas, que tuvo amplia difusión en el Siglo 19 y parte del 20, estableció como un aserto: “la pampa tiene el ombú”, pero… (siempre hay un pero), observando bien y prestando mucha atención, dicha planta no es nativa del pastizal y humedal pampeano, siendo propia de los montes de la región mesopotámica argentina, de Uruguay, sur del Brasil y Paraguay. A propósito, el naturalista Carlos Berg determinó su hábitat en la Laguna Iberá, a la que llamó “La Patria del Ombú”, dedicándole un estudio que fue, publicado en los Anales  de la Sociedad Científica Argentina.
En la provincia de Buenos Aires, encontró buena acogida en las tierras costeras del Plata, pudiendo decirse que su área de dispersión normal se da dentro del arco que forman los Ríos Salado y Samborombón y las costas del Río de la Plata, y su propagación y difusión ha ido de la mano del hombre, el que también se encargó de difundirlo hacia el resto de la provincia.
La palabra ombú deriva del guaraní “umbú” que se traduce como “linda sombra”, a lo que el criollista entrerriano, Don Martiniano Leguizamón, le agrega: “sombra o bulto oscuro”.
El ombú es una especie arborescente, cuyo nombre científico es “phytolacca dioica”, pertenece a la familia de las “fitolacáceas”, de especie “dioica”, lo que quiere decir ‘con individuos machos con flores, y hembras con flores y frutos’, y es de destacar que no sufre de plagas ni enfermedades; su tronco es grueso -a veces en exceso-, con grandes raíces visibles sobre el suelo, y es de gran porte ya que puede alcanzar los 15mts. de altura, pero no es árbol, ya que la consistencia de su madera es herbáceas, porque en realidad es una hierba gigante.
En 1927, el diario La Razón publicó una encuesta realizada entre unos 30000 alumnos de distintas escuelas, a través de la cual se determinó cual era “el árbol patrio”, y allí el ombú resultó ganador con casi el 50% de los votos; muy atrás quedaron el pino, ceibo, algarrobo…
Si bien es planta que crece en forma aislada, sin formar monte, se pueden dar algunos agrupamientos, como ocurrió en el actual partido de Florencio Varela, en la estanzuela donde se criara el célebre autor de “Allá Lejos y Hace Tiempo”, don Guillermo Enrique Hudson, lugar conocido como de “Los 25 Ombúes”.

Marcos Sastre, educador, escritor y naturalista autodidacta, destacó entre las virtudes del ombú la de poseer propiedades antisifilíticas. ¿No habrá sido acaso, el árbol que buscaba el Adelantado Don Pedro de Mendoza, cuando por 1536 se embarcó hacía el Río de la Plata, procurando la cura de su cruel enfermedad venérea?
(Se ilustró con los versos de "Ombú", que se pueden leer en el blog "carlosraulrisso-poetagasucho.blog.com")

miércoles, 22 de noviembre de 2017

OMAR J. MENVIELLE (Charla 1)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro Nº 19 – 22/11/2017

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.
Sus amigos y conocidos lo bautizaron “El Poeta del Caballo”, pero para los documentos legales se llamó Omar Javier Menvielle.
Nació en el barrio de La Concepción de la Ciudad de Buenos Aires, el 09/02/1897, en la casa de su abuela materna, siendo sus padres Manuela Baldomera Sánchez Boado y Juan Menvielle Villanueva -argentino hijo de bearneses-, matrimonio que alumbró otros 5 hijos.
Las participaciones de su bautismo están fechadas en la Estancia “Los Cuatro Pozos”, por Estación Muñoz, en el partido de Olavarría, lugar en el que estaba establecida la familia.
Por entonces, don Juan era propietario de cuatro grandes estancias, a saber: “El Porvenir” en Ayacucho, “El Mataco” en Bragado, “La Tribu” en Rauch, y la ya nombrada “Cuatro Pozos” en Olavarría.
Su destino parecía encaminarse a convertirlo en médico, pero… la crisis económica de los años 30 le puso punto final a ese objetivo. La situación financiera de su padre entró en crisis, y entonces lo eligió a Omar y a otro de sus hijos, para que se abocaran a la liquidación de los campos con la consiguiente cancelación de las deudas generadas.
Se establecieron en la estancia “La Tribu” a una legua de Chapaleofú, y desde ésta como centro de operaciones, fueron poco a poco, cumpliendo con el pedido del padre, hasta que finalizada la tarea -varios años después-, se establece definitivamente en la Capital Federal, donde se emplea en la empresa estatal YPF, desempeñándose en el Dpto. de Publicidad.
Sus versos y su decir se entrelazan a los que ya venía dando a conocer Charrúa que era veinte años mayor, diferencia que no impidió se frecuentaran trenzando una seria amistad.
A principios de la década del ‘40 sus versos comienzan a ganar la calle a través de las páginas de las revista “Señuelo” y “Revista Criolla”, y por allí nomás hace su primera publicación que llevó por título el de “Albúm Gaucho”, conteniendo 11 composiciones, y teniendo un extraño aspecto de libro, ya que era apaisado, con un formato -para ejemplificarlo de algún modo- similar al de la historieta “Patoruzú”, contando con ilustraciones de don Jorge Daniel Campos.
Es muy probable que el primer tema de su autoría que gana amplia difusión entre la paisanada, haya sido “Los Medinas”, no siendo este apellido -de alguna manera- otra cosa que una simplificación del suyo, Menvielle, de difícil pronunciación para la fonética criolla, de allí que intuimos como una especie de autobiografía familiar, a la que le encuentra el origen allá por Ayacucho, donde justamente supieran sus mayores tener estancia, sin dejar por supuesto, que la imaginación gane el campo creando personajes y situaciones.

A propósito entonces, ilustramos con las décimas de “Los Medina”: (Se pueden leer en el blog "Antología del Verso Campero)

domingo, 19 de noviembre de 2017

CLAUDIO AGRELO

El pasado martes 14/11, el amigo Agrelo ha cumplido 60 años. Lo homenajeamos con este comentario
Claudio Agrelo, en la audición "La Huella",
Radio Provincia LS11, 19/10/1992

 Nació en la Ciudad de Bs.  As. el 14/11/1957, en el seno de una tradicional familia criolla, vinculada a los albores de la Nación y a la música argentina, ya que es chozno de Pedro José Agrelo, vocal Constituyente en la Asamblea de 1853, y sobrino nieto del 1º concertista de música argentina, Juan Alais.
Se crió en el porteño barrio de Flores, al que gusta llamar “el Pueblo de San José de Flores”, como antaño se decía cuando se afincaron sus mayores. A todo esto, su padre tenía un tambo por Marcos Paz. Contó alguna vez: “Mi abuelo fue un hombre de campo -como toda la familia de mi padre-  y supo ser guitarrero y cantor”. Casualmente, cuando cumplía 7 años, fue su abuelo quien obsequió una guitarra.
Ya más grandecito su padre le regalará un caballo colorado, definiéndose entonces sus dos pasiones, la guitarra y el caballo.
Por su afición a éste, es que a los 20 años se conchaba en el Mercado Nacional de Hacienda,  en “Mataderos·” como popularmente se conoce el sitio, y forma entonces entre “los reseros”, como se denomina a los trabajadores de a caballo. Transcurrirán 3 años en los que silenciará la guitarra “artísticamente”, para enriquecerse en el aprendizaje del trabajo paisano, y escuchando las narraciones y el canto criollo de boca de sus curtidos compañeros.
Antes, cuando solo tenía 15 años, apadrinado y presentado por el cantor Carlos Ríos, debuta en el célebre programa “Un Alto en la Huella” de Miguel Franco. Corría 1972.
Reconoce en Carlos López Terra y Wenceslao Varela, el norte de su rumbo; sin dejar de reconocer que también se ha nutrido de Pedro Risso, Rafael Bueno, Secundino Cabezas, Vasco Giménez, entre otros poetas de trazo muy campero.
Si bien volcó al papel sus pensamientos líricos desde joven, se dio el tiempo suficiente para cimentar su oficio, interpretando temas de aquellos, y recién cuando sintió que podía pisar con toda la pata, comenzó a misturar los versos de su cosecha.
En el año 92, cuando la Municipalidad de Lomas de Zamora organizó el Certamen “Nicanor Kruzich”, que premiaba al ganador con la edición de un libro, presentó una carpeta y confió a los amigos: “Si llegará a ganar, voy a pedir que editen los versos de Kruzich y no los míos”. Finalmente obtuvo una “Mención”.
Destacamos que en 2005 y 2006 obtuvo el Premio “Santos Vega” como mejor cantor solista. 

HORNO DE BARRO

 LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 50 – 19/11/2017
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

En otros tiempos ha sido como una postal de la argentina, porque no solo en nuestra campaña, sino en todos los rincones del país, era común que al lado de un rancho criollo bien plantado, se encontrase un horno  de barro. Hoy, si bien ese paisaje ha cambiado, el horno de barro o de ladrillo y barro, perdura, y ya no solo en casas de campo, sino que también en residencias puebleras, pues las nuevas técnicas han facilitado su construcción y hasta se los vende hechos. Pero volvamos al ayer.
Para aquellos que no lo hayan visto (cosa que creo difícil), su forma remeda la del nido del hornero, ya que como en éste el material primordial es el barro, es redondeado y abovedado, y como si fuese la entrada del nido, está la boca por la que se ingresa lo que haya que cocer. En la parte opuesta a la boca y en el sector más alto, se le confecciona una abertura pequeña que se denomina “tronera” y que oficia de chimenea o tiraje.
Normalmente se confeccionaba una estructura fuerte de más o menos un metro de altura, sostenida en cuatro esquineros formando una base cuadrada sobre la que se construía el horno. Con referencia a esta base, en su “Diccionario de Argentinismos”, Diego Abad de Santillán nos apunta una particularidad que ya compartimos: “En algunas regiones, al construir el horno, trazan en el centro de su mesa una cruz con sal, que luego cubren con barro o con otra camada de ladrillo, y que, según la creencia popular, hace que no se quemen los alimentos puestos a cocer”.
Para calentar el horno se ingresa leña fina por su boca y algunas astillas de buena madera, como el tala, ubicándolas en el centro de la base, donde se encienden; al consumirse el fuego, las paredes interiores deben verse como de un blanco iridiscente, y su temperatura se verifica introduciendo algunas hebras de pasto bien seco o un trozo de papel, que al instante deben encenderse.
Bien caliente el horno, se cuece en él el pan casero, empanadas, pasteles, tortas, un lechón, etc. etc.
Al momento de cocinar los alimentos, se tapa la boca del horno lo mismo que la tronera evitándose así la perdida de calor.
No se borran de los recuerdos del ayer, las ricas empanadas de dulce de membrillo que preparaba mi abuela “Chicha” Cepeda, y que cocía el horno que había templado con eficiencia mi tío Raúl Mercante.

Poetizando algo de lo que hemos dicho, vayan ahora los versos que escribiera Marcelo Altuna (Se pueden leer en el blog Antología del Verso Campero)

lunes, 13 de noviembre de 2017

ESTRIBO

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 49 – 12/11/2017
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Cuando el conquistador llegó a nuestra América trayendo el caballo, junto con las sillas de montar nos trajo el estribo en sus distintas variantes, que luego entre nosotros fue tomando sus características propias y regionales.
Como muchas de las cosas que han sido y son de uso universal,  el estribo aparece -antes de la época cristiana-, por India (se estribaba solo el dedo gordo del pie), y se perfecciona en China. Este dato a nivel informativo.
Cuando el español llega a estas tierras, en el reino de España estaba en pleno apogeo la forma de montar llamada “escuela de la jineta”, caracterizada por una silla liviana, la estribada corta, el manejo con solo dos riendas tomadas en la mano izquierda, y el empleo de las piernas y los pie para colaborar en las órdenes dadas al caballo. El estribo era, en el apoyo del pie, de un importante ancho, y fabricados generalmente en bronce, aunque podía haberlos de lujo confeccionados en plata.
Ya en la centuria del 1700, cuando nuestro gaucho amoldó lo que trajo el español adaptándolo a sus necesidades, modificó la estribada, haciéndola larga, pero manteniendo las otras características.
En un principio nuestro hombre fue reticente al uso del estribo estando ya montado. Por eso recurrimos a Justo P. Sáenz (h) para que sea él quien lo cuente: “…el gaucho nunca estribó corto. Siendo una de las características de nuestra equitación, especialmente en las pampas, la soltura y escaso afianzamiento en el recado por parte del jinete, ocasionado por el peligro constante de las rodadas, nuestros campesinos procuraron no depender del estribo para nada. Este desdén por tal auxilio es particularmente notable en el paisano porteño y de éstos especialmente en los del sur de la provincia de Buenos Aires, que llegan a prescindir de él por completo o a usar cuando mucho el de montar.”
En sus orígenes, la falta de provisión de estribos de metal, hizo que el ingenio criollo crease el “estribo de botón pampa” y el “estribo de pichico”, los que se usaban calzándolos entre los dos dedos mayores del pie.
En los lomillos más antiguos se usó el llamado estribo de “piquería”, pieza de confeccionada en “fierro” para la punta del pie. También se usó el de “campana” o “brasero”, del que -a modo de disparate- se llegó a decir que era un hornillo al que se echaban algunas brasas para atemperar el frío en el pie. (¡quisiera ver al montado si el estribo caliente le rozaba la panza!!). Posteriormente apareció el estribo de “suncho o porteño”, el de “chalay”, el de “aspa”, “el surero” de suela claveteada  con clavos de bronce, y muchos más.

Ilustramos con unas décimas del poeta de Dolores, Roberto G. Morete: "Estribos de Aspa"
(Los versos se pueden leer en el blog "Antología de Versos Camperos")