miércoles, 27 de septiembre de 2017

ROMILDO RISSO (Charla 1)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro Nº 14 – 27/09/2017

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.

Evocaremos ahora a un poeta muy defensor del gaucho, pero muy diferente en su forma expresiva a los dos que ya hemos tratado: Charrúa y Etchebarne.
Romildo Risso nació en Montevideo -la capital uruguaya-, el 20 de octubre de 1882 (cuando entre nosotros se estaba por fundar la ciudad de La Plata), o sea hace ahora 135 años, siendo su madre Da. Amelia Sánchez y su padre el Comandante de Marina Don Luis Risso, quien con su ejemplo le marcó un rumbo y le brindó el concepto de ser gaucho.
Completaban la familia sus hermanos: Amanda, Irene, Luis y Juan Carlos.
Siguiendo los pasos de su padre, tenía 19 años cuando ya era el Sub Jefe del Batallón 10 de la Guardia Nacional.
Y si bien no lo sabemos a ciencia cierta, intuimos que a raíz de alguna revuelta donde puede no haber quedado bien parado, justo para el Centenario de nuestra Patria, emigra radicándose en la Ciudad de Rosario, donde permanecerá diez años; luego se mudará a Bs.As.
A partir de su arribo, por casi treinta años estará entre nosotros, desarrollando por lo tanto, su amplia obra poética en esta tierra en la que vivió y se sintió como en su casa; tenía unos 27 años cuando llegó, y tendrá unos 56 cuando retorne a su terruño.
En su amor por la patria, la imagen del gaucho era punta de lanza en su afán de difundir la cultura terruñera, afirmando que había que enseñar a los gurises en las escuelas “la verdad del gaucho”, despojándolo de poses bravuconas y vestuario circense volviéndolo simplemente a su dimensión de “hombre gaucho”, sosteniendo que a los niños había que educarlos “…sin que el alma se les vaya de la tierra”.
Esa forma de encarar la defensa del gaucho lo llevó a enfrentarse con críticos que ensalzaban la obra de contemporáneos y coterráneos suyos como José Alonso y Trelles (“El Viejo Pancho”) y Fernán Silva Valdes, y como él sostenía que al gaucho había que presentarlo en su real dimensión humana, sin pose circense ni actitudes orilleras (arrabaleras), dice que esos poetas ponen en boca de sus personajes cuestiones impropias de buena gente, como rebajar la condición de la mujer, y dice: “Como si esas cosas jueran p’andarlas contando”.
Comparó al hombre gaucho con la templanza de los árboles fuertes, y esto fue casi una constante en su obra, de ahí que su primer libro, publicado en el año 1931 se llamó “Ñandubay”.

Para cerrar esta primera semblanza, elegimos de dicho libro el poema que le da el título.
(se puede leer en el blog Poesía Gauchesca y Nativista)

domingo, 24 de septiembre de 2017

ALPILLERA

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 44 – 24/09/2017
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
Hoy vamos a referirnos a la “alpillera”, palabra que inmediatamente uno asocia con la bolsa, o sea la “bolsa de alpillera”, cuya pronunciación correcta es “arpillera”, palabra que probablemente provenga de España y derive de la voz aragonesa “sarpillera”.
Como ocurre con muchas otras cosas, en China se la conoce desde hace unos 800 años, siendo antaño la base para la fabricación de cordajes marinos, velas de embarcaciones, y también para la confección de papel. Posteriormente, España fue un importante centro productor de ese textil.
Con dicha expresión, “arpillera”, se designa a un tejido basto, rústico, áspero y resistente, confeccionado con la hilaza de diversos tipos de “estopa”, siendo ésta a su vez confeccionada con fibras de cáñamo o yute, y también con la parte gruesa del lino.
El cáñamo es una planta de la familia de las “cannabis”, curiosamente para nosotros, familia de la que también proviene la marihuana; en cambio el yute es de la familia de las “malváceas”, siendo una planta herbácea muy fibrosa, cosechada mayoritariamente en la India.
Ahora bien, en el uso que a nosotros nos interesa, como “bolsa de arpillera” -tan conocida y usada por todos-, no lo encontramos en el Siglo 19 o sea la centuria del 1800, no apareciendo citada en el “Martín Fierro” por ejemplo, por lo que deducimos que su uso se expande con el gran desarrollo de la agricultura al principiar el Siglo 20. Y decimos esto porque en los tres primeros trabajos con la intención de definir palabras de nuestra forma de hablar, creados en el país en el Siglo 19, estos son: “El Vocabulario Rioplatense” de Francisco Javier Muñiz (1845), el “Diccionario de Argentinismos” (1875), y el “Vocabulario Rioplatense Razonado” de Daniel Granada” (1890), la “alpillera o arpillera” brilla por su ausencia.
En la centuria pasada (la del 1900), más allá de la finalidad específica, o sea la de embolsar distintos tipos de grano, en nuestra campaña se la adaptó para todo tipo de funciones, de ahí que Berho, en el verso que le dedicara y que consta de 14 décimas, define en la primera:
“Hoy yo te canto alpillera / que serviste pa’ todo uso. / ¿Qué fue lo que no se puso / en una bolsa cualquiera? / Aunque viniste de ajuera / para embolsar los cereales, / tus servicios fueron tales / que hoy decirte necesito / que ocupás un lugarcito / en las cosas nacionales”.
Berho lo dice: era extranjera; pero para los más de nosotros, habiéndola visto en todo tipo de uso en una casa de campo, ¿quién se le ocurriría pensar que no era criolla…?
Concluye Berho: “Hoy todo el mundo te añora, / bolsa de los caminantes; / tanto el que quiere lo de antes /  como el que quiere lo de ahora.”
Pero no fue don Luis Domingo el primero en destacar sus virtudes, él mismo lo ha reconocido, por eso recurrimos a los versos que Agustín López le escribiera, titulados: "La Bolsa de Arpiyera", los que se pueden leer en el blog "Antología del verso campero"

jueves, 21 de septiembre de 2017

INICIOS DE LA GAUCHESCA

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micros Nº 12 y 13 – 13 y 20/09/2017

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.

Creo que a este intento de remitirnos a evocar el origen del género que habitualmente llamamos “gauchesco o la gauchesca” le deberemos dedicar, al menos, dos emisiones o sea: dos miércoles. Y se hace obligación informar entonces, que la primera vez que a ciencia cierta se sabe aparece en un documento la palabra “gaucho”, ocurrió el 23/09/1771 (246 años atrás), en la Comandancia de Maldonado, en los territorios que ya se aprontaba para ser el Virreynato del Río de la Plata. Y subrayamos esto, porque para que exista una literatura que lo identifique, necesario era que existiese ese ser social que se llamó “gaucho”.
El conquistador nos había traído junto con la guitarra su cancionero, y en él la poesía “tradicional española”, elaborada sobre las formas de cuartetas, romances y décimas, siempre en la forma octosilábica o sea, de ocho sílabas. Ahora, es innegable que las generaciones que iban naciendo en estas tierras, “mozos de pata al suelo”, “hijos del país”, “mozos de la tierra” -sobre los que se erigirá el gaucho-, ya no solo cantan o repiten aquel cancionero, sino que van gestando el propio utilizando aquellas formas estróficas y diferenciándose del español, al cantar a sus propias vivencias, sus sucesos cotidianos, sus cuitas amorosas…, pintando sin darse cuenta su ámbito regional, gestando sin querer un nuevo género al expresarse en su habla rústica, donde perduran voces del español antiguo, algunas deformaciones de vocablos, y muchas voces nuevas necesarias para designar cosas que en la vieja España no existían, generando un modo expresivo que hizo que el sabio Francisco Javier Muñiz -uno de los primeros en prestar atención al lenguaje por acá hablado- lo definiera como un “…lenguaje figurativo en que pintan con exageración”.
Es importante decir y recordar que hasta acá, era todo un cancionero y una poesía oral, ya que entonces y por mucho tiempo más, el pueblo sería general y mayoritariamente iletrado, sin escuela.
Redondeando, el escritor e investigador Eleuterio Tiscornia, ha afirmado que la “poesía gauchesca”, es la que recibió de la “poesía tradicional española” las formas métricas y estróficas (dicho de otra manera: las cuartetas, décimas y romances, en versos de ocho silabas), guardó voces del español antiguo -arcaicas-, una parte del fondo popular de las ideas y emociones, y se apodera de la modalidad y los sentimientos de un tipo nuevo, “el gaucho”, desarrollándose fecundamente en las llanuras y la región de los grandes ríos, sin cuyo escenario no se explicaría bien la vida física y emotiva del personaje. Es el mismo Tiscornia quien dice que a este nuevo producto deberíamos llamar “tradicional gauchesco”, y no “tradicional o tradicionalista” como comúnmente decimos.
No se conservan composiciones de esa época, ya que eran solamente orales. Pero el religioso, teólogo y abogado Juan Baltazar Maciel, nacido en Santa Fe en 1727 y fallecido en Montevideo en 1788 (a los 61 años), dejó un  testimonio escrito donde ya se vislumbra algo… del lenguaje gauchesco. En 1777 escribió:
CANTA UN GUASO EN ESTILO
CAMPESTRE LOS TRIUNFOS DEL
EXCMO. SEÑOR DON PEDRO
DE CEVALLOS

Aquí me pongo á cantar
abajo de aquestas talas
del maior guaina del mundo
los triunfos y las gazañas,
del señor de Cabezón
que por fuerza es camarada
de los guapos Cabezones
que nada tienen de mandrias
hé de puja, el caballero,
y bien vaia toda su alma
que a los Portugueses jaques
a surrado la badana.

Como á ovejas los ha arriado
y repartido en las pampas
donde con guampas y lazos
sean de nuestra lechigada.
De balde eran mis germanos
sus cacareos y bravatas,
si al columbrear á Cevallos
no lo hubo así el come Bacas.
O más aina: como gentes,
Vuestro Don Pina Bandeira
salteador de la otra Banda,
que allá por sus andurriales
y siempre de disparada,
huyendo como avestruz
aun se deja atrás la gamma…
Ya de Santa Catalina
las batatas y baranjas
no le darán en el pico
aunque más griten chicharras,
su colonia raz con raz,
dis que queda con la plaza,
y en ella i cuando la otra
harán de azulejos casas?
Perdone Señor Cevallos
vi vena silvestre y guaza,
que las germanas de Apolo
no habitan en las campañas.

Voces de estas tierras: Talas - pampas - lazos - guampas - lazos - bravatas - gama - avestruz

Guaina: según Rojas, del quichua “huaina”, que significa “varón”

Mandrias: hombre flojo, cobarde

Jaques: perdonavida, valentones

Columbrear: divisar, avistar

Come Bacas: portugueses dedicados al contrabando de hacienda


Pina Bandeira: un jefe contrabandista

"La gauchesca", hará su explosión con los sucesos de las Invasiones Inglesas y las luchas de la Independencia. Por esta época aún continuaba siendo poesía oral, pero habrá de ocurrir un suceso que le afirmará la identidad y marcará -entre comillas- el origen.
Sucedió que en 1818, Bartolomé Hidalgo, un montevideano que formó con Artigas y también supo ser funcionario público, antes las dificultadas que pasaba su pueblo, cruzó el río buscando un mejor presente en Buenos Aires, pero como acá continuaban sus dificultades, se ganaba la vida vendiendo por las calles porteñas sus composiciones poéticas, las que al estar impresas, posibilitó que muchas de ellas se salvaran para la posteridad testimoniando el nacimiento del género.
Por esos años, en el cancionero popular -como en el de hoy predomina la milonga-, tallaban los cielitos, y alguno breve, de los que él compuso, decía: 
“Los chanchos que Vigodet 
ha encerrao en su chiquero
marchan al son de la gaita
echando al hombro un ‘fungeiro’.

Cielito de los gallegos,
¡ay!, cielito del Dios Baco,
que salgan al campo limpio
y verán lo que es tabaco.

Vigodet en su corral
se encerró con sus gallegos,
y temiendo que lo pialen
se anda haciendo el chancho rengo.

Cielo de los mancarrones,
¡ay!, cielo de los potrillos.
Ya brincarán cuando sientan
las espuelas y el lomillo.”  
Claro que Hidalgo no estaba solo, y a más de los poetas orales que siempre estaban, podemos agregar a Pedro Feliciano Sáenz de Cavia, Juan Gualberto Godoy, y José Prego de Oliver, entre otros.
En forma anecdótica y como cosa curiosa, podemos decir que si bien Godoy era mendocino, entre los años 1817 y 1830 realizó varios viajes a Buenos Aires, residiendo un tiempo por el Tuyú donde se da por hecho que tuvo pulpería, y que habría sido el payador que derrotó a José Santos Vega, señalando su ocaso.
Con el género gauchesco ya definido, aparecerán cultivando “la gauchesca”, Hilario Ascasubi -autor de ‘Los Mellizos de la Flor o Santos Vega’, quien también supo firmar con los seudónimos de ‘Paulino Lucero’ o ‘Aniceto el Gallo’-, y Estanislao del Campo, quien publicará ‘El Fausto Criollo’.
El broche de oro a la poesía gauchesca del S. 19 lo pondrá el más gaucho de todos los autores: José Hernández, el ‘tata’ del “Martín Fierro”.
En grandes trazos y a grandes rasgos, podemos afirmar que así ha sido el nacimiento de la poesía gauchesca, algo distinta a la que hoy cultivamos y que me animo a definir como “campera”

DIÁLOGO PATRIÓTICO INTERESANTE
ENTRE JACINTO CHANO
CAPATAZ DE UNA ESTANCIA EN LAS ISLAS
DEL TORDILLO, Y EL GAUCHO DE LA
GUARDIA DEL MONTE, RAMÓN CONTRERAS
           (fragmento)


CONTRERAS
¡Conque amigo!, ¿diaónde diablos
sale? Meta el redomón,
desensille, votoalante,
¡Ah pingo que da calor!

CHANO
De las Islas del Tordillo
salí en ese mancarrón:
¡Pero si es trabuco, cristo!
¿Cómo está, señó Ramón?

CONTRERAS
Lindamente a su servicio…
¿Y se vino de un tirón?

CHANO
Si, amigo; estaba de balde,
y le dije a Salvador:
andá, traeme el ‘azulejo’
apretámele el cinchón,
porque voy a platicar
con el paisano Ramón,
y ya también salí al tranco,
y cuando se puso el sol
cái al camino, y me vine;
cuando en esto se asustó
el animal, porque el poncho
las verijas le tocó…
¡Qué sosegarse este diablo!
a bellaquiar se agachó
y conmigo a unos zanjones
caliente se enderezó.
Viéndome medio atrasao,
puse el corazón en Dios
y en la viuda, y me tendí;
y tan lindo atropelló
este bruto, que las zanjas
como quiera las salvó,
¡Eh p…! el pingo ligero,
bien haiga quien lo parió!
 Por fin, después de este lance
del todo se sosegó,
y hoy lo sobé de mañana
antes de salir el sol,
de suerte que está el caballo
parejo que da temor.

CONTRERAS
¡Ah, Chano…! ¡pero si es liendre
en cualquiera bagualón…!
Mientras se calienta el agua
y echamos un cimarrón
¿qué novedades se corren?

CHANO
¿Novedades…?  ¿qué se yo?
Hay tantas que uno no acierta
a que lao caerá el dos,
aunque le esté viendo el lomo.
Todo el pago es sabedor
que yo siempre por la causa
anduve al frío y al calor.
Cuando la primera Patria,
al grito se presentó
Chano con todos sus hijos,
¡ah tiempo aquel, ya pasó!
Si jue en la Patria del medio,
lo mesmo me sucedió;
pero, amigo, en esta Patria…
Alcánceme un cimarrón…

CONTRERAS
No se corte, déle guasca,
siga la conversaición,
velay, mate: todos saben
que Chano, el viejo cantor,
aonde quiera que vaya
es un hombre de razón,
y que una sentencia suya
es como de Salomón.


domingo, 17 de septiembre de 2017

HORNERO

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 43 – 17/09/2017
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
 En este ciclo de definir “decires” hemos tratado sobre algunas plantas nativas, pero no hemos abordados aún elementos de la fauna, por eso hoy nos referiremos a esa simpática avecilla que todos conocemos bajo el nombre de “hornero”, quien así como está presente en nuestra campaña pampeana, lo está también por casi todo el país, ya que su área de dispersión es muy amplia. Al respecto, el estudioso Raúl Leonardo Carman, quien supo estar muy ligado al vecino pueblo de Atalaya, en su libro titulado “De la Fauna Bonaerense”, donde dedica sus páginas el ñandú, la nutria, la paloma, la cigüeña y el tigre, en las que están dedicadas al “hornero”, dice al respecto de lo que antes yo expresaba: “El hornero -así llamado vulgarmente pero cuyo nombre científico es ‘furnarius rufus’, es ave exclusiva de la América del Sur. En la Argentina lo encontramos en casi todas las provincias, desde el extremo norte (Misiones, Corrientes, Formosa, Salta y sudeste de Jujuy) hasta el valle del Río Negro (…). En Mendoza es escaso, aunque se lo ve en los alrededores de la ciudad en el Parque Gral. San Martín y en algunas áreas cultivadas. Fuera de la Argentina, el hornero vive en Uruguay, Brasil, Paraguay y Bolivia”.
En nuestra vida rural, en el diario existir de nuestro paisano, siempre se ha considerado de buen augurio que el “hornero” anidase cerca del rancho, donde, a más de un ave de compañía, confianzuda y curiosa, ha sido junto al tero, el chaja y la lechuza, un ave vigilante, sobre todo en la noche, cuando su canto desaforado en la deshora, es señal de que andan alimañas o… ‘zorros rastreros de dos patas’.
A más de estas condiciones, al “hornero” lo ha hecho famoso la construcción de su formidable nido, levantado con barro y pajitas secas, restos de hojas, raicitas, cerdas, bosta de vaca, etc., con la perfección de un constructor diplomado, y con la solidez suficiente como para aguantar el peor de los temporales. Aunque parezca mentira, una yunta de estos pajaritos construye su casita de barro en una semana, más o menos.
Dice Carman que los ha observado con detenimiento, que la construcción tiene tres etapas: primero, la base de forma más o menos circular; segundo, levantan las paredes que se unen formando la cúpula, y tercero, el tabique interior que lo divide en dos ambientes: el interno o nido propiamente, y la antecámara o pasillo de entrada. Lo curioso es que la pareja utiliza el nido para una sola nidada, levantando al año siguiente, nueva casa, siendo la abandonada, intrusada por otras aves o alimañas.
Por lo general construye el nido dando la espalda al sur-suroeste, como haciendo lomo al pampero, y por lo tanto con la boca al norte; también se afirma que no alza rancho en plantas de madera falsa o lechosas, como el ombú y la higuera. La leyenda popular le ha agregado un sentido socio/laboral, al afirmar que “el hornero no trabaja los domingos”.
Quizás de la similitud con el horno de barro propio también de los ranchos criollos, derive su nombre, aunque es bueno decir que ellos ya estaban antes que el hombre apareciera por estas comarcas y se le diera por levantar su rancho.
Por supuesto… no podemos omitir decir que el “hornero” ¡es el pájaro nacional!

Ilustramos con el célebre poema que le dedicara Leopoldo Lugones.
(El poema se puede leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

lunes, 11 de septiembre de 2017

JOSÉ "Pepe" AMEGHINO

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 42 – 10/09/2017
Ante la imprevista partida de este gran paisano, se me ha ocurrido recordarlo, evocarlo, a través de dos anécdotas vividas con una diferencia de casi 50 años entre una y otra.
Yo era un chico de unos 10 año por 1962; estaba en “Los Ombues” de mi abuelo Espinel, y ese día -no recuerdo por qué motivo- habíamos encerrado en el corral, un lote lindo de ternerones amagando a novillitos. ‘Tata’ me había hecho entrar al corral de a caballo, y a su indicación, iba apartando del lote el animal que me señalaba, al que hacía entrar al ‘huevo’ de la manga, y cuando éste estaba completo, allí entraba para hacerlos pasar a la misma.
Estábamos en esas tareas (cosas que tanto me gustaban), cuando viniendo de las casas, costeando el alambrado, se fueron acercando cuatro paisanos, los que al llegar se saludaron con mi abuelo, pero allí quedó la cosa pues la faena no se interrumpió.
Cumplida la labor todos rumbeamos a las casas, donde ‘Tata’ con tres de esos visitantes, en una esquina de la amplia galería que envolvía la casona por tres lados, se sentaron a matear, mientras que otro, uno alto y flacón, bastante joven, se dedicó a recorrer la troja y un galponcito medio abierto donde estaba la máquina de desgranar; por allí, en distintos ganchos, lo mismo que en algunas horquetas de unos grandes ‘ligustros’, dormían un sueño largo cuantiosos elementos de fierro, ya en desuso; cada tanto, ese paisano levantando algún objeto pegaba el grito: “¡Don Espinel…! me lo llevo”, a lo que mi abuelo asentía. Se repitió dicha situación por tres o cuatros veces.
Cuando las visitas se retiraron, comencé a preguntar; antes no, porque los chicos no intervenían en las conversaciones de los mayores. Los paisanos eran de “La Montonera” de Ensenada e iban con rumbo a la Magdalena, y habían entrado al campo a pedir permiso para dejar uno de los caballos por un problema que no recuerdo. El paisano alto que buscaba entre “fierros viejos” era Pepe Ameghino, y cuando pregunté para qué los quería, “Tata” me respondió que juntaba elementos antiguos para hacer un museo. Ahí fue cuando le respondí: “Entonces ‘Tata’, todas las cosas viejas que ahora encontremos son para mí”, naciéndome así el afán por atesorar piezas que me hablan del ayer rural.
Y otra cosa que me llenó de orgullo: Ameghino preguntó a mi abuelo “quién era ese chico que se desempeñaba bien en el corral”; claro que no era por mi habilidad, sino por la capacidad del pingo zaino que montaba, el inolvidable “Ciruja”.
Casi cincuenta años después -corría abril de 2008-, estaba en una jineteada en el Centro Tradicionalista Punta Lara, compartiendo con el ex jinete Cacho Gomensoro, cuando se nos acercó Pepe y allí se quedó, conversando entre jineteada y jineteada, hasta que en un momento, mirándome, me dijo “Por qué usas alza prima en el cuchillo…?”. Cruzamos palabras al respecto, y poco a poco se nos fue el domingo.

Como me había quedado con la espina en el ojo, en los días siguientes me dediqué a observar fotos antiguas, en lo posible del S. 19, y también pinturas de esa época; busqué en los libros, fundamentalmente aquellos textos que describen indumentaria, y terminé convenciéndome que la “alza prima en el facón” nunca existió, y es una moda, si se quiere: moderna.
En la niñez y en la hombría, dos anécdotas y dos enseñanzas transmitidas por José “Pepe” Ameghino.
Allá por el año ’90, al escribir un verso, se me antojó pensar que el paisano de mi compuesto podía ser él, y así fue que le dediqué lo que dice “Por si las pulgas…”.
Valga lo escrito, como una evocación a ese gran tradicionalista que nos dejó el 9/09/2017.

(El verso se puede leer en el blog “Poeta Gaucho”)

Recordatorio familiar

JOSÉ EDUARDO AMEGHINO

Y fue así un lluvioso 9 de septiembre de 2017, ensilló el bayo viejo, ató un redomón a la sidera, para esa alma que lo iba a acompañar, montó en silencio sin dar órdenes; lo seguían el petiso oscuro y su zaino, viejo miró pa’tras y salió con tranco cansino a la eternidad.
Lo esperaban Carmelina, sus hermanas, su hija, sus tíos Juan y Abelardo, los caseros de La Montonera Doña Camila y Don José, y algunos de sus amigos: Luis Carnagui, Nito Balda, Juan Brasioli, Luis Ferrari, y una lista infinita de buena gente.
Seguramente lo estarán esperando con unos amargos y una que otra ginebra para recordar cantidad de lindos días compartidos, anécdotas, huellas recorridas, y como en un sueño el momento estará acompañado por los acordes de una zamba de la mano de Santiago.
Y se fue por la huella de la eternidad llevando toda su sabiduría, sus enseñanzas, su alegría; se fue un tradicionalista, un amante y ferviente defensor de la tradición, a redomonear otros campos apadrinando otras almas.
Hasta siempre al Gran Don José Pepe Ameghino, gracias por tanto, tu nombre siempre será recordado entre el paisanaje de tu querida Ensenada de Barragán.
Tu esposa, hijos, nietos y bisnietos.
(Diario El Día de La Plata, 28/09/2017)

lunes, 4 de septiembre de 2017

JUAN LAMELA ¡El de la Argentina Gaucha!

Cuatro décadas atrás, recuerdo, en una imprevista mesa de libros usados y otros que eran remanentes de viejas ediciones, por la ilustración de tapa compré un libro de un autor que desconocía, pero me había gustado el motivo: un paisano a caballo, emponchado, llevando un carguero a la par, en medio de una ventisca que se adivinaba patagónica. Por los trazos uno intuía que era “un Lamela”, que por otro lado la firma certificaba. Era el título del libro en tapa, “El Prófugo”, que abriéndolo, en su portada se agregaba: “Novela de ambiente histórico de la Patagonia sur”. El autor, del que nada sabía, Carlos Molina Massey. Lo leí y me asombró el escritor, el tema y su desarrollo, al punto que “dentré” a averiguar quién era ese hombre, y “rastriando” pude reunir su obra, toda mayúscula.
Pero ese es otro asunto, al que me llevó, sin quererlo, una obra de ese artista gaucho que fue Don Juan Lamela, el que falleció hace ya más de un cuarto de siglo, el 18/08/1989 en Mar del Plata, descansando sus restos en el porteño Cementerio de La Recoleta. Y el tiempo, implacable, parece querer olvidarlo, haciendo que pase desapercibido, aunque quizás, allí también se atraque algo de nuestra desidia por la memoria y la falta de reconocimiento por los valores de nuestra propia cultura.
Pocos deben saber -y los platenses seguro lo desconocen-, que Don Juan nació  13/04/1906 en La Plata (entonces joven ciudad aflorada en “las lomas de la Ensenada” para Capital de la Provincia), siendo sus padres América Peltrich y Máximo Víctor Lamela, matrimonio que fructificó en ocho retoños, siendo el mayor de seis varones y el tercero en el orden general, como que estuvo precedido por dos mujeres.

Comparte con el gran Benito Lynch, la circunstancia de ser hijo de unos de los fundadores del diario El Día de la capital provinciana, dado que Lamela padre era periodista.
En realidad su estancia platense fue muy breve, como que tras su nacimiento prontamente la familia se estableció en la ciudad de Santa Rosa, capital de la Provincia de La Pampa, donde transcurre su infancia y adolescencia.
Pero la temprana desaparición del padre lo acercará ahora a la Capital Federal; está en los 13 o 14 años, corre 1920, y diez años después se graduará como Profesor de Dibujo en la porteña Escuela Nacional de Bellas Artes, coronando lo que como afición ya había despuntado en años de la escuela primaria.
Ya abocado al arte, en la década del 30 abre su atelier en el piso 14 (“cerca del cielo”) de la Galería Güemes, de calle Florida 165. Sitio que andando el tiempo se haría un concurrido espacio, lugar de charlas y encuentros de distintos representantes del arte, y donde organizara las entregas de la distinción “Orden Pampa”, premio podríamos decir, de su creación.
Quizás su momento de mayor difusión se dio allá por el primer lustro de la década de 1970, cuando por la pantalla de Canal 7 se emitía su micro programa “Estirpe”, espacio en el que, mientras explicaba algún tema de la cultura criolla, lo iba reflejando en ágiles trazos, sobre una hoja de papel que tenía en su caballete de pintor, obra que concluía simultáneamente con el fin de su relato. Por este programa, recibió en 1975 el popular Premio “Santa Clara de Asís”.
Unos años antes -1966/1967-, había ocupado una página de Clarín Variedades, ilustrando la publicación semanal (días jueves) del Santos Vega de Ascasubi.
Diez años después, del mismo modo que otros pintores costumbristas ilustraron almanaques, tarjetas y hasta cajas de fósforo, Lamela reprodujo sus trabajos decorando 500 juegos de porcelana para café y otros 500 para vino. Toda una originalidad.
Podemos evocar que el 6 de noviembre de 1967, en la Galería Velázquez (Maipú 932, C.F.), se organizó una exposición con los trabajos que daban cuerpo a la carpeta “Estampas Gauchas” al tiempo que se presentaba la misma; contó entonces con el auspicio del Círculo Diplomático Argentino, organizándose el acto dentro de la “Semana de la Tradición”, cuando aún no existía la Ley Nacional que aludiera a tal fecha.
Por 1973 da a conocer otra carpeta titulada “Argentina Gaucha – Litografías Originales del Maestro Juan Lamela”.
Transpuestos los 60 años, ya afianzado y reconocido, comienza a viajar por el mundo, recorriendo distintos países de Europa y de América, aprovechando para exponer y dar charlas sobre “Costumbres del Campo Argentino”.
El famoso Quinquela Martín, colega y amigo,  refirió que “La obra del Pintor Lamela es la expresión verdadera de la emoción Argentina”.
Podría decirse sin temor que ha sido un pintor de llanuras, de campos tendidos y escenas pampeanas, más allá que en algunos momento reflejó paisajes y personajes de otras regiones. Reafirma ésta primera impresión la observación del autor de “Trenza Nativa”, el Dr. don Gregorio Álvarez, quien sentenció que Lamela plantó sus creaciones “en su auténtico escenario: la pampa profunda y misteriosa”, y respecto del verismo que reflejan sus trabajos, Julio Días Usandivaras explicó: “Su autenticidad proviene del estudio psicológico que nuestro artista da a sus personajes. (…) El fuerte realismo infunde a sus modelos una vitalidad desconocida”.
Sus obras no solo se reflejaron en las telas, sino que también fue muralista, ilustró libros, e inclusive sirvió su saber para asesorar en proyectos cinematográficos.
Casi sobre el final de su existir se radicó en Mar del Plata donde finalmente falleció, momento a partir del cual podríamos decir que ¡injustamente! lo emponchó el olvido.
El pasado mes de abril se cumplieron 110 años de su nacimiento, y hemos entendido una obligación de nuestra parte, acercarlo al tiempo que vivimos, refrescar su obra y su memoria, y por qué no, darlo a conocer a los más jóvenes, con la esperanza escondida de despertarles la curiosidad por conocer más de este artista que gustaba embanderarse tras una frase que le calaba hondo: “Argentina, tierra gaucha”.
La Plata, 24 de julio de 2016

Bibliografía

-. Santos Vega de Hilario Ascasubi. Diario Clarín Variedades (varios ejemplares 1966 y 1967)
-. Cartilla exposición “Estampas Gauchas” (11/1967)
-. Carpeta “Argentina Gaucha” (1973)
-. Dibujos de Juan Lamela para artesanía en porcelana, por Luis Rodríguez Armesto. Revista
   Folklore N° 273 (9/1977)
-. Biografía de Juan Lamela, internet “Tradiciones Argentinas S.A” (Bajado 30/08/2006)

(Artículo publicado en Pag. web de Revista "El Lunar", 07/2016)

domingo, 3 de septiembre de 2017

COJINILLO

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 41 – 03/09/2017
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
Todos aquellos que aunque más no sea una vez han ensillado, saben que el cojinillo es la prenda que da blandura al recado, que va sobre los bastos y la encimera, y que si no lleva sobrepuesto -como suele ocurrir con un recado de trabajo-, es la última prenda que se pone al ensillar y que se asegura con el cinchón, sobrecincha o pegual.
El más común de los cojinillos se confecciona con un cuero de oveja, bien lavado, sobado, y recortado en su lana y tamaño, como un símbolo de prolijidad de nuestro paisano.
Dice Enrique Rapela en su instructivo “Conozcamos lo Nuestro”, que se lo llamó cojinillo “nombre que proviene del cojín que colocaba el andaluz sobre la dura silla (de montar), que solía ser una manta de lana”; es muy probable que la aplicación de dicha palabra provenga del uso de colocar una almohadón o “cojín” sobre las rústicas y duras sillas de madera, sin tapizado, que se usaban en épocas del Medioevo en la vieja Europa y en los países árabes.
Daniel Granada, allá por 1890, escribió que solían usarse “uno, dos o más cojinillos” para mayor blandura.
También se lo ha denominado “pellón”, palabra que deriva de “vellón” y que refiere al manojo de lana esquilada, voz que a la vez proviene del latín antiguo. Posiblemente esta expresión fue muy común en el siglo 19, ya que es la que usa una vez Hernández en su Martín Fierro, cuando dice: “Éste se ata las espuelas, / se sale el otro cantando, / uno busca un pellón blando, / éste un lazo, otro un rebenque”. Lo dicho parece reafirmarlo Agustín Zapata Gollán, cuando en su libro “El Caballo y el Recado”, referido fundamentalmente a Santa Fe, expresa que encontró referencia en antiguas sucesiones de los años 1735 y 1781, y da como ejemplo: “Don Miguel Silva tenía un pellón nuevo azul y dos de carnero, uno negro y otro blanco; Don Manuel de la Paz, un pellón azul, nuevo de lana y otro overo de motilla de hilo también nuevo…”; lo de “pellón azul” proviene de que se teñía la lana, o bien era confeccionado en hilo de ese color.
Don Justo P. Sáenz (h), en su invalorable equitación gaucha, le dedica un buen párrafo bajo el título de “El Cojinillo o Pellón”, del que -por su importancia- transcribimos algunos párrafos: “Por lo general se empleaban los crudos de lanares del país, fueran chilludos o no, bien lavada su lana y sobado a mano el pellejo del revés. Dos de ellos por lo común mullían el recado. En tiempo de Rosas, fue moda impuesta por el fervor partidario el teñirlos de vivo carmesí, por lo que se sobre entiende que el unitario que a ello se atrevía, los coloreaba de azul. (…) Una prenda complementaria de la anterior y que la industria británica difundió en Buenos Aires, fue el cojinillo de hilo, fabricado en Mánchester y Birminghame y perfecta imitación de los de pelo de cabra confeccionados en Tucumán y otras provincias arribeñas siendo los de aquella los más famosos. Esta última pilcha iba colocada sobre el cojinillo de lana natural e inmediatamente bajo el sobrepuesto. Imposible que prescindiera de él en su apero el paisano de ‘posible’ y, hasta no hará 30 años (se refiere Sáenz aproximadamente a 1910),  no se veía en la provincia de Buenos Aires un recado de pasear que no lo exhibiese, con sus largos flecos hilados y su color azul marino o negro opaco”.
El poeta tapalquenero Marcelo Altuna, nos habla de algunos usos del “cojinillo” en unas décimas del mismo título.
(Los versos pueden leerse en el blog "Antología del Verso Campero")