domingo, 30 de abril de 2017

PULPERÍA

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 25 – 30/04/2017

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Se ha dicho que la “pulpería” fue un mojón civilizador, al menos así tituló Don León Bouché, a su breve pero interesante libro sobre el tema.
Si bien quien se instalaba a pleno campo con una “pulpería” lo hacía fundamentalmente atraído por el rédito económico del negocio, siendo a su vez dueño sin esfuerzo de un monopolio, pues quienes se allegaban a vender plumas de ñandú, cueros de nutria, pumas y venados o atados de cerda, entre otras cosas, estaban prisioneros del ofrecimiento del “pulpero”, pues de no gustarles la paga no tenían a quien ir a venderle su producto, terminando por cerrar negocio con ese “pulpero”, negocio que no pasaba de un trueque, pues el casual proveedor terminaba surtiéndose allí para cubrir sus necesidades. No obstante este punto de neto interés comercial, las “pulperías” fueron una avanzada criolla, pues por detrás de donde se iban extendiendo las estancias cimarronas, allá iban ellas, instalándose en sitios sin población alguna y dando por allí el nacimiento a algún paraje en la vasta llanura.
Al respecto, Don Carlos A. Moncaut, en su enjundioso “Pulperías – Esquinas y Almacenes de la Campaña Bonaerense”, comienza sentenciando: “La estancia y la pulpería criolla corrieron juntas el mismo destino. Siendo la estancia fortín, posta y avanzada en el desierto, la pulpería cumplió sus múltiples funciones secundarias. Antes que nadie ganó el desierto, plantando los cuatro palos de su rancho. El pulpero se afincaba en su pulpería; era su domicilio. Allí vivía, peleaba, renegaba, luchaba, se defendía, se casaba o no se casaba, pero sí, tenía muchos hijos. Eran por lo general analfabetos, pero lo que sabían bien era llevar los libros del negocio; desde luego, a su manera, pero los llevaban. (…) La pulpería fue rural y gauchesca por antonomasia. Fue la verdadera triunfadora sobre la soledad…”.
Con la voz “pulpería”, pasa lo mismo que con la expresión “gaucho”: no sabemos con certeza, cuál es su origen, qué les dio nacimiento.
Son  muchos los que han insistido con que “pulpería” deviene de la voz mejicana “pulque”, que es una bebida por el estilo de nuestra norteña “aloja”, del que deriva el nombre del lugar donde se lo expendía, al que se llamaba “pulquería”; y que de ésta, por malformación, surgió “pulpería”… pero podemos adherir a otras versiones.
Por ejemplo, José Bossio, en su “Historia de las Pulperías”, refiere que “… fue el comercio en el que se vendió toda clase de  géneros que sirvieran al mantenimiento de la población.”, y para esto se remonta a 1627 cuando el cura Pedro de Simón informa “…pulpero es que el vende en público frutos de la tierra y de Castilla, fuera de ropa, particularmente cosas de comer no guisadas”, y más adelante hace esta curiosa comparación: “a los pulperos los llamaban así porque tenían muchas cosas para vender (…) al modo que los pulpos tienen muchos pies”. A esto se agrega un informe publicado en Madrid en 1647 sobre Perú (donde no corre el pulque), en el que se expresa: “…en la pulpería se venden plátanos y miel, además de vino, queso, manteca, aceite y otras menudencias”. Y esto ya es parecido al comercio de nuestras pulperías, con las variantes lógicas de los productos de una región tan distante. Más adelante el ya citado Bossio remata: “…el origen de pulpería es la voz ‘pulpa’ como la creación de un nuevo término español a través de la chispa de sus hombres,…”.
Lo cierto es que la “pulpería” fue el club de nuestros gauchos, el lugar de socialización, de encuentro, de diversión,  de una comunidad dispersa en la inmensidad de la llanura. 

(Los versos de "Pulpería La Colorada" de V. A. Giménez, se pueden leer en el blog "Antología del Verso Campero")

miércoles, 26 de abril de 2017

ASTILLAS DE WENCESLAO (Charla 4)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro N° 4 – 26/04/2017

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos al fogón de los versos, unas “astillas de Wenceslao”.

La semana pasada, cuando compartíamos las décimas de “Modestia Aparte”, veíamos que el autor o el personaje de la obra -a nuestro entender el mismo Wenceslao-, habla de sus condiciones en la vida campera, y también de sus apetencias y habilidades en distintos juegos propios de la vida rural, entre los cuales está el de la taba, y decía: <…en la taba soy certero y muy cebao a ganar, durísimo de aguantar cuando el güeso es de mi gusto. De ver plata, no me asusto cuando me afirmo a “clavar”>.
No esta la única vez que se enanca en ese tema, pues ya en “De Cuero Crudo”, libro publicado a mediado de los años ‘50, en los cuartetos de un sentido versos titulado “Taba”, también reflexiona: “¡Por vos robé baguales entrerrianos, / pasé cien contrabandos pa’ mi Patria, / copé paradas sin tener ni un peso / y pelié sin razón, por vos, malvada!”. Se ve que sabe bien que es la taba y cuales las consecuencias de aficionarse a ese juego.
Por otro lado, lo dicho en ese cuarteto, donde vuelve a hablar de tropear yeguarizos y de contrabandear en la frontera argentina/uruguaya, hace que inmediatamente lo relacionemos con lo mucho contado en “Diez Años Sobre El Recao”, donde nos cuenta también de juegos de monte, de riñas de gallos, de cuadreras y parejeros, y por supuesto: de jugadas de taba!
En más de una ocasión alardea de “las 22 clavadas”, lo que nos hace suponer que era el propio Wenceslao el habilidoso con el “güesito” o “la baya”, como la nombra en sus décimas.
El verso que hoy nos motiva este comentario, “Ni Amor Ni Juego”, tiene ambientado su desarrollo en la provincia de Entre Ríos, y a ojos e interpretaciones de hoy, es bastante cruel con la mujer, al ponerla como objeto de disputa; pero cierto es también, que siendo dos hermanos, o dos amigos “como hermanos” los que se juegan su amor, lo hacen de tal modo para no dirimir supremacías chocando el filo de los aceros con lo que, además,  hubiesen puesto en juego sus vidas, que eran las de dos hombres que se respetaban y apreciaban.

Hay que analizar las evocaciones que hace antes de recalar en lo trágico del juego, esa última tenida que lo marcó para siempre, como buscándole explicación a lo inexplicable que le resulta, pasado el tiempo, no entender ni convencerse por qué, siendo tan seguro en el tiro y en la clavada, hubo fayado en la circunstancia más crucial de su existencia, cuando más que nunca necesita tener de su lado a la malhadada suerte.
(Las décimas de "Ni Amor Ni Juego" se pueden leer en el blog "Antología del Verso Campero")

domingo, 23 de abril de 2017

CUADRERA

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 24 – 23/04/2017

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

CUADRERA
Ya dijimos al hablar del “parejero”, que las carreras “cuadreras” tuvieron amplia y popular difusión en el ámbito del campo “porteño” (como antaño se decía), en el Siglo 19, la centuria del 1800. Y con esa definición han llegado al presente, tiempos en que la proliferación de los circos hípicos (los hipódromos), no ha logrado desplazarlas ni anularlas del todo.
Recordemos que lo de “cuadreras” viene a cuento porque las distancias a correr se medían en cuadras, siendo ésta una medida usual desde la época de la colonia; y de otra medida que provenía de los tiempos de Don Juan de Garay, la vara, aquella que mide 86 centímetros, deriva la palabra “varear”, que es el entrenamiento para preparar el “parejero”.
Hoy hay canchas especialmente preparadas para el desarrollo de las cuadreras, pero antaño, según nos cuenta Octavio Alais, quien vivió en la segunda mitad del Siglo 19: “En estas reuniones, que siempre se efectuaban en días festivos, tomaban parte los caballos de mayor fama por su ligereza, que acudían de varias leguas a la redonda (…) Comúnmente el iniciador de las carreras era el mismo pulpero por la cuenta que le traía, pues la reunión de gente, atraída por el espectáculo, aumentaba considerablemente el despacho hasta equivalerle las entradas, en un día de carrera, a la venta de varios meses”.
Antiguamente, antes de las carreras por dos sendas, se desarrollaban las “carreras a costillas”, por una senda, recostándose un caballo contra el otro y donde prácticamente todo estaba permitido.
Dice Rapela que el primer “reglamento” ordenador de las cuadreras que se conoce, apareció en Corrientes hacia 1856, y allí ya se estipula sobre las “carreras por andarivel”, o sea, las canchas conformadas por dos sendas o huellas de unos 50/60 centímetros de ancho cada una, separadas una de otra por metro y medio/dos metros, espacio en cuyo centro se tiende el hilo, apoyado a una altura de medio metro, en livianas estaquitas, demarcando así los espacios por donde correrá cada competidor.
En nuestros pagos, según el mismo informante, fue durante el gobierno de Emilio Castro cuando se promulgó un “reglamento” propio por 1870.
Toda carrera, además de los dos competidores, cuenta con otras dos personas que juegan un papel muy delicado y comprometido: el abanderado -que es el largador-, y el juez, rayero o sentenciador, que es quien da el fallo final y sobre quien recaen todas las responsabilidades cuando hay que decidir un final cabeza a cabeza.

No debemos pasar por alto que a estas topadas, para diferenciarlas a las de los hipódromos se las suele denominar “carreras de campo”. También ocurría y ocurre que al concertarse una carrera entre dos parejeros mentados, se establece lugar, se fija fecha, y se deposita parte del dinero en juego. Y se llama a eso “una depositada”.
(En "Antología del Verso Campero" podrá leerse "¡Largaron!", que completaba  este texto)

miércoles, 19 de abril de 2017

ASTILLAS DE WENCESLAO (Charla 3)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro N° 3 – 19/04/2017

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos al fogón de los versos, unas “astillas de Wenceslao”.

MODESTIA APARTE
Hablábamos el miércoles pasado, de los años en que Wenceslao anduvo “tropiando yeguarizos” en la frontera argentina/uruguaya, los que andando el tiempo le sirvieron de inspiración para escribir -a mi entender- su máximo libro: “Diez Años Sobre El Recao”.
No nos ha dejado dicho cuales fueron esos diez años, y si bien la portada del libro en su primera edición de 11/1978, marca como un calendario que se deshoja, abarcando los años 1919 a 1928, justo diez años, nos plantea una duda considerando que nació en 1908, y en el 19 apenas hubiese tenido 11 años, lo que nos deja pensando respecto de esa dura pero nutricia etapa de su vida. De todos modos considero que si ese período de vivir a lomo de caballo existió de forma corrida, tiene que haber sido a temprana edad, ya que a los 24 años -o sea en 1932-, se estaba casando con su amada Amanda.
Cuando por mediados del año 1989 en un  largo cuestionario lo interrogaba diciéndole si en su mocedad “tuvo algún amigo mayor o algún paisano curtido que le diera su consejo y enseñanza en el quehacer campero”, respondió: “¡Sí! Uno que fue hermano y compañero, el entrerriano Faustino Pereyra…”, y no sé por qué, a mí se me antoja que debe haber sido su aparcero en aquella aventura, porque más adelante agrega “él fue tropero conmigo, un gaucho”.
No solo fue tropero y domador -como ya apuntamos en la charla anterior cuando contamos que a su primer libro lo escribió mientras andaba domando por las estancias-, sino que supo desempeñarse en todas las tareas rurales, y de ellas, según su propia palabra: “Creo que me sentí más cómodo con el lazo en la mano… fue lo que más me gustó… pero conocí hombres más camperos que yo”. Y dijo esto cuando ya tenía 81 años.

Pero volviendo a su “Diez Años Sobre El Recao”, al que por supuesto retornaremos en alguna otra charla de este ciclo, por hacer una pintura sobre su persona, nos concentramos en las primeras diez décimas del libro, a las que Wenceslao titulara, con total confianza, como si con su sobrada maestría hiciera su mejor tiro de lazo, “Modestia Aparte”, que así dice…
(Las décimas de "Modestia Aparte" -que completan la charla- se encuentran en el blog "Antología del Verso Campero")

domingo, 16 de abril de 2017

PAREJERO

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 23 – 16/04/2017

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

PAREJERO
Si hay un entretenimiento ecuestre y criollo que junto con “la sortija” se ha mantenido vigente en las costumbres rurales desde la época de la colonia, es el de las carreras cuadreras, y éstas tienen su razón de ser, en la participación de los “parejeros” que las disputan. Nómbrase así a los caballos preparados de ex profeso para competir, para correr, y aquello de “parejero” viene de que dichas carreras se corren de a dos, o sea “una pareja” o yunta, la que la disputa.
Don Octavio Alais, que vivió entre 1850 y 1915 y nos legó “El Libro Criollo”, nos cuenta: “Generalmente eran parejeros, como se les llama, caballos criollos que demostraban cualidades especiales o que se distinguían por su ligereza, a los que a veces se cuidaba con especial dedicación para el camino, como se decía entonces…”.
Trabajo de Enrique Rapela

Parecería ser que durante los años de gobierno de Don Juan Manuel de Rosas las cuadreras tuvieron gran difusión y eso llevó a que prácticamente quien más quien menos, a tapa y ración, o bien como “crédito” en la tropilla, tuviese un animalito para despuntar el vicio, porque bien aclaró Hernández que “siempre un criollo necesita un pingo pa’ fiarse un pucho”.
En su reconocido trabajo “Conozcamos lo Nuestro”, Enrique Rapela aborda el tema de los “parejeros”, y dice: “Fue tal el auge en la Provincia de Buenos Airess que era muy común ver en cualquier rancho, por pobre que fuera, un buen parejero (entropetado y luciendo una manta que era muy superior a cualquier prenda de vestir del paisano poseedor de tal pingo) atado ‘alto’ bajo la bienhechora sombra de un árbol”.
Mientras que en los circos hípicos los puros que disputan las pruebas son “enteros”, en las carreras de campo por lo general los “parejeros” han sido caballos castrados, con lo cual de ser un gran exponente, estaba impedida la continuidad representativa de esa buena sangre.
Ha existido la costumbre de “varear a estaca” y también la más común de “varear montado” saliendo por tanto a la huella o el camino vecino para hacerlo.
“Don Alejo Moreira, viejo criollo oriental, nacido en Mercedes y llegado a la provincia de Santa Fe en 1887, daba en Tacurú, dpto. de San Cristobal, en 1945, a los 94 años, la información siguiente sobre el procedimiento para ‘preparar’ (o sea ‘componer’) un caballo de carrera: después de purgar al caballo, durante 15 días se lo alimentaba despacio, y luego se le daban 4 raciones diarias en verano y 3 en invierno, completando 2 kilos de maíz y 6 de alfalfa. Después de cada ración se le hacía caminar una legua de ida y vuelta a la madrugada (…) para estos paseos se le ajustaba la cincha después de darle de comer, para caminarlo trecho a trecho aflojándosela un rato y volviéndolo a cinchar después del descanso”.
Parejeros famosos fueron: “Guerrero” del Gral. Ángel Pacheco, “Esperanza” de Lafone, “El Oscuro” de Hornos, “El Santarritero”, “El Chuli”, pero el más célebre de todos resultó el invencido “Pangaré Buey” del Cnel. Machado.         
(Las décimas de "El Zaino Colorao" se pueden leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")                     

miércoles, 12 de abril de 2017

ASTILLAS DE WENCESLAO (Charla 2)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro N° 2 – 12/04/2017

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos al fogón de los versos, unas “astillas de Wenceslao”.

EL AMIGO
Tuve la suerte que los versos de Wenceslao ya anduvieran en mi casa cuando era apenas un gurisito de 5 o 6 años; ocurre que un conocido de la familia, sobre todo de los Mercante Castagnaso, nativos de Bavio -Cacho Bianchi se llamaba-, viajaba frecuentemente a Montevideo, y era común que al regreso se apareciera con algún libro del gran poeta que encontraba en alguna librería; así se me hizo habitual la lectura de “Vinchas – poemas del terruño”, “De Cuero Crudo – versos gauchos” y “Candiles – versos gauchescos”, y entonces temas como “El Barcino”, “Tramojo”, “Por la Muerta” o “Cardozo” se me hicieron aparceros.
La de Varela fue siempre una vida sufrida, de familia humilde con varios hijos y muchas necesidades, y quizás que esas marcas del destino le imprimieron a su decir escrito, profundas huellas de dolor, de sufrimiento; hay que leer con detenimiento su obra y se encuentran en muchos pasajes esa cicatrices. Lo cual no le quitó ni le menguó cariño ni dulzura cuando las circunstancias lo exigían, sobre todo cuando tenía que referirse a la familia.
Cuando en 1946 publica “Vinchas”, se lo dedica a su esposa: “A mi querida Amanda: mujer que encendió con besos el calor de mis triunfos y regó con lágrimas la inerte frialdad de mis derrotas”.
Más o menos unos diez años después, en el cierre de su libro “De Cuero Crudo”, es su madre -Lola C. de Varela- la que expresa: “Mi hijo Wenceslao me ha brindado una nueva satisfacción, con las condiciones literarias de sus poesías que tienen tanto sabor a nuestras tradicionales costumbres camperas”, para que no se escape el concepto, repito: “tanto sabor a nuestras tradicionales costumbres camperas”; y desde la dedicatoria replica el hijo: “A mi madre, que vive saturando sus silencios evocativos con recuerdos del heroico y bravío pasado oriental”. Y en esta labor de mostrar su costado más íntimo, menos doloroso, en “Candiles” -que dedica a sus tatas- dice: “A mis padres, para que, en la tenue luz de mis “Candiles”, llenen sus ojos opacos y activen el ritmo perezoso del corazón cansado”. Que a pesar de lo azaroso de su destino, supo mantener vivo ese espíritu agradecido, sencillo, simple, casi como hasta conforme de haber podido existir en este mundo.

Cuando Víctor Velázquez allá por la década del ‘60 grabó el poema “El Amigo”; el escucharlo una y otra vez me llevó a memorizarlo, y quizás fue la primera letra de su autoría con la que me animé en un escenario o en un fogón. Dichos cuartetos están incluidos en su libro “Vinchas” de los años ‘50, y pinta allí una dolorosa tragedia, de esas que de verdad han existido en nuestra campaña, poco poblada, y donde las amistades se respetan y los dolores se soportan, y las deudas se pagan. (Y en este drama hay bastante de esas tres cosas).

(El poema "El Amigo" se puede leer en el blog "Antología del Verso Campero")

domingo, 9 de abril de 2017

TABA

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 22 – 09/04/2017

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
TABA
 El hueso que popularmente llamamos “taba” y que es el elemento que da vida al reconocido juego rural, se trata en realidad del “hueso central del tarso, llamado astrágalo, y está ubicado por debajo y adelante del garrón, y en él se insertan la mayor parte de los ligamentos y tendones de toda la mecánica de la flexión y extensión de la pata. Su posición es vertical con la chuca -o suerte- hacia adelante y la taba -o culo- hacia atrás. La ‘suerte’ mira hacia afuera y el ‘culo’ hacia el interior de la pata”, esto según la explicación escrita por el Dr. Pedro Hurtado.

Dijo “El Indio” Bares “que toda taba derecha sale del garrón izquierdo”, y lo certifica el citado doctor; que a su vez aclara que la taba derecha, tiene en la “suerte” la conformación de la letra “S” nítida, mientras que esa cara en la taba izquierda, adquiere aspecto de “Z”.
Estiman los historiadores que “el juego de las tabas” se practicaba hace más de 2000 años, o sea antes de Cristo, por las civilizaciones de los griegos, macedonios y tebanos, con pequeñas tabitas de corderos, cabras y gacelas, pero asemejándose más vale, al juego que conocemos como “payana”.
Tal cual llegó entre nosotros hasta el presente, se adaptó posiblemente hacia fines del siglo 18, o sea antes del año 1800, y fue infaltable en las reuniones de la gente de campo, en las viejas pulperías, después de las yerras, al terminar las esquilas, al concluirse las cosechas, y en estas ocasiones en que los paisanos “andaban chaludos” no faltaron los que en el ir y venir del liviano huesito dejaron en sus tiros lo ganado en horas de esfuerzo y sudor.
Se ha discutido si es un juego de azar o de habilidad, y bien podría aceptarse que si el hueso es tirado por gente capacitada, es un juego de destreza y habilidad, porque el tirador procura que caiga de “suerte”, y no que sea el azar el que la deje de ese lado.
Al respecto, vale la anécdota que en 1995 refiere el periodista y escritor entrerriano D. Adolfo Golz: “Hace mucho a un abogado del norte entrerriano le tocó defender a un jugador inculpado y procesado por un celoso comisario de campaña que lo acusó de utilizar tabas cargadas. El defensor presentó al acusado ante el Juez manifestándole que, en manos de su defendido la taba no constituía un juego de azar y para reafirmar  esto, invitó a los presentes a salir al patio y como si fuera un rito entregó la taba al acusado luego de demostrarse que no estaba ‘cargada’, y el sujeto en cuestión echó tantas ’suertes’ como le fueran requeridas por el Juez”.
Los tiros más comunes o más practicados son el “vuelta y media” y el de “dos vueltas”, arrojándola hacia el extremo opuesto de la “cancha” marcada en un limpión del terreno, desde la palma de la mano en giros hacia atrás, procurando no solo caiga en suerte, sino que quede “clavada”. Y acá recuerdo a mi tío abuelo “Pocholo” Cepeda tirar solo a clavar, y a hacerlo dentro de un pequeño círculo marcado de ante mano.
Si se la arroja hacia adelante en un sinfín de vuelta, tiro llamado de “roldana”, allí sí la “suerte” pende del azar, ya que no se ha calculado nada en absoluto para buscarla.
Para hacer más lucido el juego a las tabas se las calza con chapas metálicas, dejándosele a la chapa colocada del extremo más puntudo del lado de la mala, una saliente menor al centímetro llamada “hacha”, que es la que debe enterrarse en la tierra para clavar la taba.
(Los versos de "Taba", de Wenceslao Varela, se pueden leer en "Antología de Versos Camperos")

miércoles, 5 de abril de 2017

ASTILLAS DE WENCESLAO (Charla 1)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA” - Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos al fogón de los versos, unas “astillas de Wenceslao”.

CANCIÓN A SAN JOSÉ
Alguna vez, y con muy buen criterio se lo llamó “El Poeta de América”, pero volando más bajo y en los documentos de la identidad, se lo denominó Wenceslao Varela, así a secas, aunque para los que amamos los versos de la gauchesca, tenga su nombre tantas sonoridades y esas frescuras de manantial en el que abrevamos la sed de la poesía.
Casi 109 años atrás, justo dos años antes del Centenario de la Revolución de Mayo, más precisamente el 25 de Mayo de 1908, como él contaba: “nací en la margen izquierda del Río San José, cerca del histórico Paso del Cautivo, pero estoy anotado, creo que el 4 o 5 de junio. Papá no pudo anotarme antes porque el río no daba paso para su cruce y poder hacer ese trámite”. El sitio corresponde al Departamento de San José, siendo su cabecera distrital, San José de Mayo.
En esa zona su abuelo tenía lo que define como “una media estancia”, y su padre ejercía el oficio de “ladriyero”, razón por la cual, contó: “cambiábamos mucho de residencia, pero aquel del nacimiento es uno de los lugares que más quiero”.
Fue el suyo un típico hogar criollo de campo, humilde y trabajador, en el que la madre lo puso sobre el rastro de las primeras letras, así que al llegar a la escuela (a la que según su recordar solo fue seis meses), aunque “con inmensas faltas de ortografía”, ya algo sabía escribir.
Casualmente cuando había comenzado a asistir, un hermano, un año y medio mayor que él, se accidentó en la estancia de las sierras en la que estaba peonando, motivo por el cual el patrón lo llevó a la casa de sus padres para que se reponga, y justamente para no perder ese puesto de trabajo, su padre lo mandó, a pesar de su poca edad, a reemplazar al hermano lesionado. Al tiempo, cuando volvió de aquella estancia cimarrona, venía aindiado y con larga melena.
Según contaba, tanto su madre como su padre eran capaces de componer unas rimas, de allí que la poesía no le fuera ajena, sino más vale cotidiana, y así tenemos que muy joven, entre los 17 y los 22 años -no podemos precisar el año-, publica su primer libro: “Nativo – poemas del terruño”, cuyos versos, ha dicho, los escribió “mientras andaba domando por las estancias.. era totalmente ignorante, redondo como cajón de fideos… (…) nadie me estimuló, lo hice solo”. Libro hoy rarísimo al punto que ni él tenía un ejemplar.
Cuando apareció “Nativo” estaba trabajando en un molino, en el pueblo, y recordaba que otro trabajador -en extremo amarrete- apodado “Machete”, se gastó 4 reales y medio en comprar un ejemplar, al que colgó de un gancho de alambre, en la “letrina” que usaba el personal. Reflexionó: “No me anularon porque tengo mucha fuerza de voluntad”.
Cerraremos cada una de estas charlas breves con un poema de Wenceslao, y para comenzar la serie, si el multifacético ruso León Tolstói dijo: “Pinta tu aldea y pintarás  el mundo”, comenzaremos con los 7 cuartetos que le dedicara a su pueblo.

("Canción a San José" se puede leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

domingo, 2 de abril de 2017

CORRIDA DE SORTIJA

En las fiestas patrias y en las patronales de los pueblos de campaña, ya en el siglo 19 y hasta más de la mitad del siglo 20, las “corridas de sortija” eran número puesto, infaltables en los festejos en tiempos en que las fiestas de destrezas no existían, y luego compartiendo escenario cuando éstas comenzaron a ganar terreno y popularidad a partir de la década del ‘50.
Recuerdo patente que las jineteadas en los años ’60, siempre eran precedidas por unas nutridas corridas, en las que había hombres que se destacaban y ganaban fama como “muy sacadores”. Con el tiempo, vaya a saber porque, fueron perdiendo participación, lugar que fue ganado por la propia jineteada en sus tres montas y con las montas especiales, o bien por nuevas pruebas como las “carreras de tambores”.
Todo indicaría que dicho juego llegó a etas latitudes con la conquista, y acriollándose se prolongó su presencia en el tiempo; por eso, allá por 1940 y pico, el sabedor y meticuloso D. Justo P. Sáenz, expresaba: “La Corrida de Sortija, único juego de a caballo que (junto con las carreras de velocidad) ha perdurado sin modificaciones hasta nuestros días, fue introducido por los conquistadores…”; recalquemos que eso fue suscrito en los años ‘40, pues corriendo el tiempo sufrieron cambios: se acortaron las estriberas, se comenzó a correr parado en los estribos, se prepararon caballos de ex profeso, en una palabra “se profesionalizó como deporte”, y para bien de las gaucherías, hoy atraviesa un momento de reverdecimiento.
Buscándole la punta a la historia, recurrimos ahora a otro investigador de fuste, en este caso el cordobés D. Guillermo Alfredo Terrera, quien en coincidencia con lo antes apuntado, dijo: “Traídas a estas tierras americanas por los españoles, éstos a su vez la recibieron de los conquistadores moros del norte de África”.
Con las “corridas de sortija” el campo entraba en las ciudades y los pueblos de campaña, porque por lo general se armaba el arco y se improvisaba la cancha en la calle que pasaba frente al edificio municipal del lugar. Esto lo certifica José Wilde, cuando hablando del Buenos Aires de mediados del siglo 19, informa: “Las distracciones para los porteños eran tan escasa que a veces concurrían las familias a presenciar alguna ‘corrida de sortija’…”; pasa que por entonces casi todas las diversiones eran de origen rural, como por ejemplo: las cuadreras, el pato, la cinchada, las riñas de gallos.
Parece ser que la sortija que debe ensartar el corredor, no siempre era como las actuales, de un metal sin valor, pues según el sabio Mantegazza que nos visitó allá por 1860, describió que del arco “…pende un pequeño anillo de oro, apenas suspendido de una débil cinta” que el sacador suele obsequiar a alguna señorita de la asistencia.  
(Las décimas de "Corrida de Sortija" se pueden leer en  el blog "Poeta Gaucho")