miércoles, 29 de marzo de 2017

TAPERA

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 19 – 19/03/2017

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Hablábamos el domingo pasado sobre “el rancho”, y cuando a éste se lo abandona, porque sus ocupantes se alejan o porque mueren, viene que se transforma en “tapera”, y de morada de personas pasa a ser refugio de alimañas; o bien cuando sus dueños van envejeciendo, la falta de atención y de mantenimiento hace que envejezcan juntos, y a eso muy poéticamente evocó Osiris cuando dijo: “Te cáiste… rancho flojo!.  Aura, que agatas / me van quedando juerzas pa’l silencio, / te da por afluejar los  caracuses / y azotar la osamenta contra’l suelo…”.
Tanto “el rancho” como “la tapera”, han dado motivo a todos los poetas gauchos y nativistas para volcar su inspiración verseadora, y abundan las poesía sobre ese tema.
Hay veces que nada queda de lo que fue el rancho, pero la posición de algunos árboles, algún malvón que crece guacho, alguna enredadera o una tuna, son indicativos seguros de que ahí, hubo una “tapera”, y aunque nada quede se le sigue diciendo tapera: “…allá, ande estaba la tapera de Fulano”.
Vinculado a lo dicho, el poeta Camilo U. Pérez Risso escribió: “Al que la ve le parece / un montón de barro muerto. / Pero sin embargo vive / en los malvones enfermos. / Las flores descoloridas, / son el corazón abierto / de la tapera que sangra / por las heridas del tiempo”.
Respecto del origen de la palabra, Don Tito Saubidet arriesga una definición al decir que “tapera” es una voz guaraní, que deriva de “Ta” que significa “pueblo”, y “Puerá” que quiere decir “se fue”, o sea: “Casa o rancho en ruinas y abandonado”. Y Don Mario Aníbal López Osorni, el sabio chascomusero, confirma pero con alguna diferencia, y dice: “Del guaraní taperé: desabitado”
Las “taperas” han sido campo propicio para la leyenda, y más si en su vida de “rancho” había ocurrido allí algún desenlace trágico, entonces florecían las “luces malas” y se hablaba de “aparecidos”, de que se escuchaban gemidos lastimeros porque allí poblaban fantasmas.
Pero no todos le temían, y más de una vez brindaron abrigo, cobijo y reparo a aquel viajero que tenía que dar un resueyo al montado o a la tropilla, o debía capear los desaires de alguna tormenta que le salía al cruce. Y en aquellos tiempos que abundaron los crotos y cuando los linyeras, tranco a tranco, cruzaron los campos, no dudaron en acampar junto a los restos de algún rancho camino a ser ruina.
Cuando por el peso de los años la cumbrera comenzaba a vencerse, hundiéndose en el centro, se decía que se “asillonaba”.

Alguna vez, allá por 1967, junto con mi padre tuvimos que guarecernos de una fuerte tormenta, volviendo de a caballo de los pagos de San Vicente hacia el paraje “El Zapata” en Ruta 11, en un “tapera” que estaba como a una cuadra de la calle de tierra, y por suerte con la tranquera sin candado.

(En "Poesía Gauchesca y Nativista", se puede leer "Rancho" de Roberto Morete, que ilustraba este texto)

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