domingo, 3 de abril de 2016

DE PELAJES Y JINETES - Algo más...

En la sección “El Tradicional” del N° 465 de “El Federal”, intentamos un acercamiento al tema de los pelajes de caballos vinculados a conocidas personalidades de nuestra historia y nuestro medio, y ahora resulta, que revisando papeles que habíamos acopiado en aquella ocasión, encontramos material como para continuar la misma, informando de otros caballos y otros personajes, que son los que vamos a mostrar ahora.
Si uno dice “Allá Lejos y Hace Tiempo” o “Tierra Purpúrea”, está diciendo Guillermo Enrique Hudson (para escribirlo en criollo), y éste, para sus investigaciones, trabajos y viajes se valió del habitualmente del caballo, y parece haber sido muy de a caballo. Y Luis H. Velázquez, en un enjundioso trabajo sobre su vida, supo recopilar información al respecto. Por ejemplo nos cuenta que a los 6 años aprendió a andar a caballo sobre el lomo de un “tostado oscuro” llamado “Zango”, pingo que había sido de un oficial de caballería, que lo deja al cuidado del padre de Guillermo -cuando el animal tiene ya 28 años-, preocupado en que tenga un buen final, a campo abierto, después de los valiosos servicios que le prestara.
A los 13 años compra su primer caballo, un “picazo”, aparentemente muy bien domado y de muy buena boca, el que fue su caballo hasta que murió, y que le hizo recordar alguna vez: “Después he sido dueño de veintenas de caballos, pero a ninguno le tomé semejante cariño”.
Otro animal de su silla por diez años, fue un “tordillo acerado o tordillo moro”, al que simplemente bautizó “Moro” y que por “su ímpetu, su temple, fue superior a todos los innumerables caballos que montó…” (1).
Siguiendo con los jinetes de habla inglesa, viene a cuento Roberto Cunninghame Graham, quien por otro lado fue muy amigo de Hudson. Este curiosísimo e interesante personaje, era una escocés, aristócrata y socialista (cosa rara, si la hay), hombre de mundo, aventurero, que conoció nuestra tierra por 1870 y quedó prendado de ella, al punto que andando la vida afirmó que si volviese a nacer “le gustaría ser un gaucho”, y por si la afirmación no alcanzaba, en carta a un amigo le decía que su mejor ‘escudo de armas’, era la marca que tenía registrada en Gualeguaychú, Entre Ríos.
Muchos fueron los animales que ensilló ya en Texas, o en Venezuela, España, Colombia o entre nosotros, pero hay una anécdota que lo pinta como hombre que afinó el ojo en la observación criolla: en 1891 había viajado a Glasgow donde se “encuentra, tirando de un tranvía, un caballo que llevaba la marca de Curumalán, la ‘E’ y la ‘C’ entrelazadas de Eduardo Casey, cuya estancia próxima a Tandil, había conocido (…) El animal, un oscuro, acababa de ser comprado”. Pero “cuando Roberto ofreció un buen precio por él se lo vendieron”. ‘Pampa’ lo llamó, y fue el animal de su silla por 20 años. Cuando murió, lo sintió más que al mejor amigo humano (2).
Y si de extranjeros hablamos, no podemos olvidarnos del suizo Aimee Félix Tschiffely y sus célebres caballitos criollos, de cuya asombrosa marcha, el próximo abril se cumplirán 90 años de su inicio; y si bien los pingos eran marca del Cardal de Solanet, el pueblo los asocia indisolublemente al jinete suizo, ese que les marcó el rumbo a todos los otros marcheros que lo siguieron, sabedores ya ¡qué se podía!, cosa que él ignoraba… pero intuía.
Don Emilio Solanet le obsequió dos pingos ya hechos -15 y 16 años-, y que pertenecían a la manada que había comprado en el sur patagónico al cacique Liempichum; “Mancha es un overo rosado manchado. En EE.UU y en Inglaterra este color es denominado ‘pinto’. Gato, como lo sugiere su nombre, es un gateado, lo que los cowboys norteamericanos llaman un ‘buckskin’. (…) deseo estampar  mi opinión de que ninguna otra raza caballar del mundo tiene la capacidad del criollo para continuo trabajo forzado” (3).
En la nota anterior escribíamos sobre “el rosillo” del Gral. Belgrano, y ahora queremos agregar una anécdota sobre dicho pingo, tal cual la relatara quien firma “Scissor” en la Revista “El Caballo”. Dice al respecto: “El General Belgrano tenía un caballo de hermosas líneas que se había hecho famoso en su ejército y fuera de él. Un día lo regaló a su sargento Mariano Gómez, por las valientes hazañas que había realizado.
El conocimiento que había del caballo era muy grande y así se sabía que, donde estaba el caballo, estaba el sargento Gómez. De esta manera, una partida realista ubicó al suboficial,  que dejó su cabalgadura junto a una parva y se echó a dormir. Gómez fue prendido y llevado a Humahuaca, donde se lo fusiló tras juicio sumarísimo” (4).
Siguiendo el rumbo de militares de las guerras de la independencia y las luchas intestinas en los largos años de la organización, en breve recuento podemos citar que el Cnel. Mariano Necochea ensillaba un pingo “tostado”; el rebelde general chileno José María Carrera, que tanto batalló en nuestra patria, tenía de su silla un “bayo overo” (5). “El cadáver del Gral. Lavalle fue atravesado en su famoso tordillo de guerra, sostenido por unas petacas, iniciando así la marcha para librarlos de la persecución de sus enemigos” (6).
El oriental Manuel Oribe, también montó un tordillo” cuando tuvo bajo su mando las fuerzas de la Confederación, y Castelli, quien debió ponerse al frente de las fuerzas reunidas cuando el levantamiento de los hacendados en  Dolores y Chascomús en 1839, huyó hacia la zona del Tuyú “en un tordillo plateado de los montes grandes…” (7).
El venezolano Gral. José de Sucre, ensilló al frente de los ejércitos libertadores, un “zaino oscuro”. Más cerca, en nuestras luchas intestinas, el Cnel. Juan Saa, a quien llamaban “Lanza Seca”, tenía de su monta un guapo “rosillo”; al Gral. Pascual Echagüe se le recuerda un flete “malacara”, mientras que Chacho Peñaloza y Felipe Varela, en sus arduas andanzas por las zonas cordilleranas ensillaban en resistentes mulas: “parda” -la del primero-, zaina” la otra. (5)
No puede faltar en este resumen la presencia del hombre natural de la tierra, y si bien es cierto que el indio en general se destacó con sus montados de pelea, viene a cuento citar al cacique Calfiao, quien montaba en un “zaino pangaré” sobresaliente y superior. Del ha dejado escrito el Sgto. Mayor Cornell, que en un ataque sorpresivo a sus tolderías, de madrugada, alcanzó a huir en su caballo de pelea llevando en ancas a su hijo ya mocetón; durante tres leguas, 3 oficiales muy bien montados, lo persiguieron sin lograr darle alcance a pesar del sobrepeso que llevaba. Al día siguiente, mientras los soldados custodiaban a la indiada que llevaban prisionera, apareció a la distancia la figura de Calfiao y su guapo caballo, pero ya nadie osó perseguirlo (8).
El famoso “Buey”, parejero invencible, también fue “pangaré”, y su  historia es increíble e inverosímil. Criollo, criado en la estancia “Tamanquiyú” de Machado, en Lobería, se extravió en la desbandada de las fuerzas revolucionarias que actuaron en “Los Libres del Sur”, en Chascomús, en 1839. Vaya a saber cómo, junto a otros animales de marca desconocida, cayó a la estancia de Ford, que era además posta de galera, y de allí salía tirando en las cuartas, pues ya lo dijo el poeta: “nunca falta un mancarrón pa’ un mayoral de el galera”; y un día que en la estancia había esquila, ya terminado el trabajo, los esquiladores armaron un polla de diez cuadra, como para ir gastando lo ganado con tanto esfuerzo, y Ford, no queriendo quedar afuera, anotó al flaco y transijado “pangaré”, que para sorpresa de muchos, ganó sin apremio. A partir de allí fue parejero, y ante él se rindieron los más mentados cuadreros sin respetar invictos. Ya sin rivales a la vista, es vendido a Brasil para seguir allí su vida hípica, pero la noche previa a ser embarcado, murió en su box: parece que por rascarse quizás, metió la mano en la cogotera del bozal y se ahorcó (9).
Ya que hoy nombramos a los caballos de Solanete, veamos ahora de recordar los que montaron Soulet, Ana Beker y Baretta, por nombrar solo algunos de los viajeros ecuestres. Marcelino Soulé se hizo a la huella montado en “Argentino”, un “alazán”, llevando de carguero a “Bolivar”, un “bayo huevo’e pato”, que moriría en Colombia, ambos eran de raza criolla (10); Ana Becker inicia su marcha con un “alazán malacara” llamado “Príncipe”, y un “alazán” bautizado “Churrito”; luego, a lo largo del camino montaría varios caballos más. Y el bonaerense de Pellegrini, Alberto Baretta, ensilló en dos criollos uruguayos para llevar de regreso el caballo a España, “Queguay” y “Charrúa”, “rosillo moro” el primero, “gateado” el otro. “Charrúa” no pudo ingresar a EE.UU. por problemas sanitarios, así que a España solo llegó “Queguay”, quien finalmente retornó a su querencia oriental.
Y no es todo, hay más, por áhi… por áhi… en otro momento retomemos.
La Plata, 18 de Noviembre de 2014

BIBLIOGRAFÍA
(1) Guillermo Hudson, de Luis H. Velázquez (1963)
(2) El escocés errante, de Alicia Jurado (2001)
(3) Gato y Mancha, de A. F. Tschiffely (1989 – 4ta.edición)
(4) Pelo delator, por Scissor - Revista El Caballo N° 163 (10/1957)
(5) La historia de los caballos, de Leopoldo Lugones (h) (1966)
(6) Caballos, por León Benarós – Rev. Todo es Historia N° 12
(7) Los tordillos nadadores, por Tomás Ryan – Rev. Raza Criolla N° 47 (12/1958)
(8) Revista El Caballo N° 227 (9/1963)
(9) Recordando el pasado, de Antonio del Valle (1926)
(10) Cortando el continente, de Marcelino Soulé (1944)
(11) Amazona de las Américas, de Ana Beker (1957)

(12) Entrevista a Baretta en Revista Pa’l Gauchaje N° 11 (7/1986)

Publicado en "El Tradicional" dentro de Revista "El Federal" N° 474

DE PELAJES Y JINETES

Se ha dicho hasta el cansancio que “la Patria se hizo a caballo”, y no tenemos dudas que así fue. De los jinetes, muchos perduraron en la historia y hoy conocemos sus nombres, no así de los guapos pingos que las más de las veces sucumbieron en el cumplimiento de una misión. Apenas si de un puñado de ellos, conocemos el color de su manto: su pelaje.
Así como de pasada, recordemos que el caballo llegó a América con la segunda expedición de Colón en 1493, en una escuadra compuesta de diecisiete naves (1), y al Río de la Plata, unas cuatro décadas después merced a Don Pedro de Mendoza…
Recorriendo “Pelajes Criollos” de D. Emilio Solanet, podemos hacer un resumen, ya que trae datos de caballos del país, de América y del mundo. Con esa fuente, más otras que también hemos confrontado, es que intentaremos brindar esta reseña.
Y aunque así lo parezca, no es redundante comenzar con el caballo que montara San Martín en San Lorenzo, aquel que sucumbió a la metralla y que hizo que el soldado  Cabral al quitar al Capitán de debajo de su cuerpo entregando la vida por salvarlo, fue ascendido “post-mortem” a Sargento. El bayo… recuerdo de Don Pablo Rodrigáñez”. De tan breve existencia en la historia pero que quedó grabado en ella.
Hace más de medio siglo, trajo discusión la cita de ese pelaje, pues se entendía que era producto de una mala traducción del inglés; pero en 1950 Don Justo P. Sáenz (h) -¡cuándo no!-, en su “Caballería del Gral. San Martín”, se encargó de confirmar el pelaje, basándose en las “Memorias del Gral. Espejo”, que es quien da la información primigenia (2), y quien describe al Libertador: “tan bien plantado a caballo como a pie”.
Atestigua Espejo, que mientras San Martín permaneció en Mendoza, durante la preparación del ejército, “algunas tardes salía de paseo a caballo en un alazán tostado…”, y otras ocasiones en un zaino oscuro…(3); esto ya fue apuntado en El Tradicional N° 22, por el historiador Diego Sarcona.
De aquellos años primeros de la Patria, no podemos olvidar el dato de que el docto devenido en General, Don Manuel Belgrano, montaba en “mansísimo rosillo, popular ya entre los tucumanos”(4), a pesar de lo cual en la Batalla de Tucumán, “al primer cañonazo de la línea de los patriotas, el dócil rosillo se asustó, se encabritó, giró sobre las patas traseras y dio en tierra con el General” (4). En la misma contienda, el entonces Tnte. Lamadrid brilló con su espada sobre un “superior lobuno, el que tras la lucha debió -por orden del Gral. Balcarce-, ceder a José María Paz, quien realizó “a media rienda numerosas comisiones en el mismo día” (5). Podemos sentenciar: “lobuno… como vos ninguno”.
Este mismo Lamadrid, casi veinte años después, durante las luchas intestinas, enfrentó con suerte adversa a Facundo Quiroga, en La Ciudadela (Tucumán), y recordará en sus “Memorias” que ese día montó “un moro”, el superior que conociera.
Volviendo a San Martín, recordemos que éste, para la concreción de gesta, confió la seguridad de sus espaldas -el norte, digamos-, en un criollo salteño, quien un ejército irregular, cumplió con creces el cometido, frustrando todos los intentos españoles: Don Martín Miguel de Güemes. Éste, entre otros, “tuvo un caballo oscuro excepcional, sin duda de raza criolla peruana llamado (6). Acaecida su muerte, de sus exequias sabemos que “Detrás venían dos bellos corceles en arneses de duelo. Veíanse al uno de ellos volver tristemente la cabeza como si buscara a alguien. Era aquel , testigo de tantas glorias y compañero del héroe hasta la muerte”(7).
Y si hablamos de los años de la Independencia, ¿cómo no nombrar a “Decano”?, el “doradillo colorado” que de su estancia en Pagos de la Magdalena tomó Don Andrés Caxaraville, para que sirva de monta a su hijo, futuro oficial, Don Miguel de los Santos Cajaraville, quien tras servir como granadero de 1813 a 1820, siempre junto a “Decano”, pidió la baja, traspuso nuevamente la cordillera junto a Tomás Guido, y llevó al caballo, (famoso entonces en el ejército decir de otros camaradas), a descansar a la estancia paterna de la que había salido, donde cuidado y mimado por su amo, se supone murió en 1825 (8).
A poco de finalizada la liberación de América, nuestro país entre en guerra con el Imperio de Brasil, y de esa lucha que ganada por las armas se “perderá” en los escritorios, vale destacar que el bravo coronel francés, D. Federico de Brandsen, morirá en el campo de la batalla de Ituzaingó, el 20/02/1827, “montando un caballo alazán chileno, que murió como su dueño destrozado por la metralla” (5).
En el período de la organización de las provincias, cuando las luchas intestinas, se destacan los caudillos y las montonera, épocas de cargas a lanza de caballería, y allí jugó importante papel “El Supremo Entrerriano”, Francisco “Pancho” Ramírez, a quien sus coetáneos recuerdan jinete sobre un azulejo superior de ligereza de parejero. Montaba en él al llegarle la hora, y dicen que le dijo a su Delfina: “Ya sabés que huyendo yo solo con mi azulejo, no hay quien me agarre” (5), pero al iniciar su escape, viendo peligrar a su amada, volvió grupas al montado, y lo que fue la salvación de ella, resultó su fin. Era el 10/06/1821.
Casi exactamente 10 años después, quien es tomado en un entrevero como el anterior, es el unitario cordobés José Ma. Paz, cuando gente de Estanislao López le bolea el “malacara chiquizuela blanca” que montaba. Recuerda en sus “Memorias”: “…uno de los que me perseguían, con un acertado tiro de bolas, dirigido de muy cerca, inutilizó mi caballo de poder continuar mi retirada. Éste se puso a dar terribles corcovos, con que, mal de mi agrado, me hizo venir a tierra”(9).
Y a ese López -Brigadier General santafesino- que hemos aludido, se lo recuerda jinete sobre un “bayo cabos negros”.
Y hablando de caudillos no puede estar ausente de estas líneas, aquel caballo de Don Facundo Quiroga, pingo con virtudes de adivino, el que con su compartimiento (tranquilo o encabritado), le “aconsejaba” al amo la decisión a tomar, nos referimos al “moro” del “Tigre de los Llanos”.
De Don Juan Manuel de Rosas, hombre muy de a caballo y entendido en el tema, varios montados se recuerdan, pero sintetizando, refiere Solanet la anécdota que le transmitieran en 1923, teniendo su origen en lo que contara D. Ezequiel Cárdenas como testigo del hecho: “…dos días antes de Caseros, el Restaurador revistaba las tropas en Palermo llevando su gateado de pelea, marca del chileno Saavedra, cuando picando el pingo desató las tres marías y las arrojó al pie de un poste que llevaba en lo alto la bandera patria, al grito de ¡Viva la Federación Argentina”, y abajo el gabinete del Brasil”.(5)
En su exilio, Rosas deja otro testimonio: “…el mejor caballo que he tenido y tendré jamás me lo regaló D. Claudio Stegman. Era bayo, del Entre Ríos. Murió en la expedición de los desiertos del sur comido por un tigre, que encontrado después, lo enlazó y mató el Gral. Rosas”. (10)
Hablando de Rosas, cómo olvidar a Manuelita? De ella refiere Solanet, aportando como fuente lo referido por Monseñor Ezcurra, que “El preferido de la silla de Manuelita Rosas fue un doradillo que paseaba con las crines y cola largas en San Benito de Palermo.” (5), y más adelante, sin ciuta de fuente, cuenta: “Manuelita Rosas, alta y delgada, la más elegante amazona de aquella época, tenía entre sus caballos uno oscuro como de raso, para cuando vestía de gala” (5).
Pero si en todos lados se cuecen habas, digamos que del bando unitario, cuando la Revolución de los Libres del Sur, según relata el historiador Ángel Carranza: “La patriota chacomusera señora Carmen Machado de Deheza, apodada la “Heroína del Sur” por las fuerzas revolucionarias, (…) durante su visita al campo revolucionario fue obsequiada por el jefe con un brioso overo negro, al que le trenzaron la crin (…), mientras ella se ponía para montarlo su vestido muselina color cielo”.
Caudillo y estanciero también, D. Justo José de Urquiza supo de la atracción equina, y se evoca a su “tordillo” llamado “Sauce” como monta preferida; pero cuando los sucesos de Caseros -según Martiniano Leguizamón-, dirigió la batalla desde el lomo de un brioso “moro”, que no debe ser otro que el del relato que sigue: “Vistiendo poncho blanco con amplias listas rojas y tocado con galera de felpa, tal como lo muestran los daguerrotipos de la época, el Gral. Urquiza, vencedor de Caseros, entró a Buenos Aires el 18/02/1852, cabalgando un soberbio moro resplandeciente de prendas de plata, el mismo que poco después admiró Buenos Aires con sus hazañas de parejero” (10).
Y podríamos seguir con los fletes de Oribe, Castelli, Estanislao Zeballos, Aimeé Tschiffily, Soulé, Ana Beker, Cnel. Machado, Gral. Hornos y tantos más… Pero si dicen que de muestra sirve un botón, valga de ilustración lo resumido. Pero… como frutilla del postre, yéndonos a la poesía, cerremos diciendo que cuando a Fierro lo llevan a la frontera, anda sobre un “moro” (sobresaliente el matucho), y cuando de las tolderías regresa, lo hace en el “oscuro tapao” que era de un indio.

Citas

1.- Assuncao, Fernando – El Caballo Criollo (1985)
2.- Revista El Caballo N° 146 (3/1956)
3.- Sáenz (h), Justo P. – en Antología Sanmartiniana de Raffo de la Reta (1950)
4.- Lugones (h), Leopoldo – La historia de los caballos (1966)
5.- Solanet, Emilio – Pelajes criollos (1971) Pags.56, 65, 67, 75, 81 y 106
6.- Zappa, Ángel – El caballo - su protagonismo histórico (1998)
7.- Gorriti, Manuela – Relatos (Capítulo: Carmen Puch)
8.- Risso, Carlos R. – Miguel de los Santos Cajaraville ¡El Guapo de San Martín! (2012)
9.- Paz, José María – Memorias (Capítulo XVIII)
10.- Labiano, Alberto – Manual de los pelajes de caballos (1994)


Publicado en “El Tradicional”, dentro de Revista “El Federal” N° 465

MONTERO LACASA (Ser tan criollo como...

Cincuenta y ocho años atrás, el 3 de febrero de 1957, a la edad de 63 años, fallecía en Morón, el artista plástico y escritor, José Montero Lacasa, quien había nacido en el porteño y emblemático barrio de San Telmo cuando el siglo 19 se iba acercando a su ocaso, más precisamente el 9 de mayo de 1893. Fueron sus padres Fortunata María Elvira Lacasa y José Bonifacio Montero Irigoyen.

Justamente fue su padre, un entrerriano muy entendido en tareas rurales, quien lo hizo conocer desde niño, todo el ámbito de la provincia de Buenos Aires, y ese contacto con el ámbito y la gente paisana, lo enamoró y consustanció, al punto que luego sabría ser un puntual pintor y escritor de la vida campera de la primera mitad del pasado siglo, al punto que se lo supo definir diciendo que “pocos hombre han captado y comprendido la vida del campo bonaerense y su realidad” como él lo hizo.
Tras la escuela primaria realizó el bachillerato en colegios religiosos, e inclusive cursó un par de años en la Facultad de Agronomía y Veterinaria, pero parece que más que nada, para conocer con precisión la anatomía del caballo, ya que éste ha resultado elemento imprescindible en su paleta artística.
Ya en la niñez sintió atracción por llevar al papel representaciones gráficas de motivos criollos, y puede decirse que fue un intuitivo y empeñoso autodidacta, por eso el crítico Burnet-Merlin aseveró que “jamás hizo academia y lo que aprendió lo aprendió dibujando, fuera lo que fuera”; el citado también refiere que las apreciaciones de color y perspectiva las recibió de un pintor amigo de su padre, apellidado Lynch, y que más adelante “hizo largos análisis con el pintor animalista francés Magne de la Crolx”.
Apenas ha traspuesto los 25 años, cuando comienza como dibujante, a estar vinculado con la revista de primera línea de entonces, “Caras y Caretas”, a la que luego se irán agregando: “El Hogar”, “Mundo Argentino” y “Mundo Radial”, entre otras.

Su técnica de dibujo se desarrollaba sobre un cartón enyesado, al que se pintaba íntegramente con tinta china, y luego, con puntas y plumas especiales, tras un paciente y meticuloso raspado, iba logrando los motivos que solo eran coloreados con las variantes de grises logrados del negro de la tinta y el blanco puro del yeso.
Fue por eso que en la necrológica que el plástico bonaerense Esteban Semino escribiera en nombre de la Agrupación Nativa “El Pial”, dijo que Montero Lacasa supo: obscuros cartones, donde su mano prodigiosa de dibujante, hacía amanecer paisajes gauchos en función de Patria”.
Dicha técnica, de usanza corriente en los ámbitos publicitarios de entonces, tenía efectos similares -nos cuentan- a los del grabado al aguafuerte.
Se animó a medirse con los colegas de su época, y así resultó Diploma de Honor en el Salón de Arte Decorativo de 1920; más adelante, en 1948 y 1950 obtuvo la Medalla de Oro en el 3er. y 5to. Salón de la Asociación de Dibujantes de la Argentina.

Su calidad y prestigio hizo que sus obras fueran requeridas por diversos museos en los que hoy enriquece sus colecciones, tal el caso del Museo Municipal de Artes Plásticas “Eduardo Sívori”, el Complejo Museográfico de Luján, los museos gauchescos de San Antonio de Areco y de Chascomús, como así también museos de Chivilcoy y San Rafael.
Creada la “Agrupación Bases” en la capital de la provincia (entidad que reunía artistas de todas las disciplinas), rápidamente se vinculó a ella, y el mismo mes que aquella logra la promulgación del “Día de la Tradición” (9/1939), Montero Lacasa retira de la imprenta su primer trabajo literario: “El Hombre de a Caballo”; una carpeta de forma apaisada, de gran tamaño (37 x 28cms.), profusamente ilustrada, que se distribuía a través de Publicidad “El Cencerro”, a $ 3 de la época cada ejemplar.
En 1954, en la reputada imprenta de Francisco Colombo, con el sello editorial de Carlos y Roberto Nale, ve la luz su bello libro “Prototipos Bonaerenses”, que curiosamente también responde al formato apaisado, indudablemente, por el lucimiento de sus ilustraciones.
Cuando a partir de 11/1940 la Capital bonaerense concentra los festejos del Día de la Tradición, Montero Lacasa participa activamente, y según referencias de la época, solía encabezar la delegación que representaba a Morón, y todos los años sus trabajos artísticos enriquecían las páginas de la publicación oficial que relataba los sucesos acontecidos durante esos días de plena efusividad gaucha.
Tan íntima era su relación con la gente de Bases, que al crearse en 04/1940 la Federación Gaucha Bonaerense (primer intento de dar vida y organizar un movimiento tradicionalista), de su “rasguñar obscuros cartones”, nacerá el motivo que oficiará de “logo” de la naciente institución.
Más adelante, en 1948, sobre una idea de Edmundo Vanini, pintará el Escudo Municipal del Partido de Morón (‘montecillo de la tierra’).
Desaparecida la Agrupación Bases, el 2/10/1954 fundará junto a otros artistas la agrupación cultural “La Paleta Decimal”, la que estaba integrada por diez (10) artistas de las distintas ramas de la plástica: ni nueve (9) ni once (11), siempre diez artistas.
Al cumplirse un lustro de su desaparición, dicha agrupación inaugurará el 11/11/1961, en la Plaza “20 de Febrero” de la ciudad de Ituzaingó, una escultura en bronce (su busto), obra del artista compoblano Juan Bautista Superville, miembro también de “La Paleta…”.

Por referencias actuales estamos en condiciones de comentar que dicha obra ya no se encuentra emplazada en dicho espacio público, donde sí hay otro busto que refiere a los fundadores de la localidad.
José Montero Lacasa, es un plástico y escritor que debemos rescatar del olvido en el que las circunstancias de la vida lo han sumido; por todo lo bueno hecho que enaltece el valor de lo terruñero, merece lo pongamos en la primera plana de la cultura criolla, dando valor a aquello aseverado, hace sesenta años, por sus editores: “pocos hombres han captado y comprendido la vida del campo bonaerense y su realidad como Montero Lacasa, quien “al darnos con sinceridad la figura tal cual del hombre que trabaja, goza y sufre bajo el cielo pampeano, nos muestra el verdadero rostro de la tradición criolla”. (*)
La Plata, 23 de agosto de 2015

PD: en su homenaje, nuestro próximo libro “Del Mesmo Pelo – versos  camperos”, llevará en tapa un pequeño motivo de su creación.

Bibliografía

(*) expresiones del escritor Diego Newbery
- El Hombre a Caballo (1939)
- Prototipos Bonaerenses (1954)
- Montero Lacasa abandonó la vida para galopar la pampa de su merecida gloria. (s/firma. posiblemente diario La Nación, 2/1957)
- Montero Lacasa, por Burnet-Merlin. Revista El Caballo de 4/1957
- Gran Enciclopedia Argentina, de Diego Abad de Santillán, 1959
- Y el artista en el bronce, por Burnet-Merlin. Revista El Caballo de 12/1961
- Prototipo Bonaerenses, por Sinivaldo Gómez. Revista El Chasque surero de 6/1999
- Enciclopedia Visual Argentina, de Clarín, 2002
- verdeysol (página en Internet)
- lapaletadecimal.blogspot.com.ar
- genealogiafamiliar.net

- Referencias brindada por Jorge Marí

sábado, 2 de abril de 2016

HORACIO OTERO

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
                                                              Micro Nº 86 – 08/12/2012

Con su licencia, paisano!
Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si hablamos de “Poetas Criollos… y otras yerbas”.

     Nació en Ranchos, General Paz, el 24/11/1946 -por lo que acaba de cumplir 66 años-, siendo hijo de Dionisia Auzoberría y José Rodolfo Otero, quienes conformaron un hogar que alumbró 11 hijos: 6 varones y 5 mujeres; por entonces la familia estaba en el paraje “El Aguila”, en la vieja Estancia “Valle de Santa Ana”, nombre éste que antaño, supo definir al “Pago de la Magdalena”.
Foto del 13/05/2012

     Cursó los estudios primarios en la Escuela Rural Nº 31 “Dean Gregorio Funes”, del paraje “El Aguila”, época de la que recuerda sus primeras improvisaciones en los actos escolares.
     Entusiasta de los payadores, a los que seguía a través de audiciones radiales como “La Cruzada Gaucha Uruguaya”, fue que de la afición a improvisar, hacia los 18 años, surgieron sus primeros versos, y de ahí en más corrieron juntas las inquietudes de poeta y payador. Al respecto ha contado que su primera “tenida” fue en Brandsen, con el recordado Fermín Villalba (el autor de "Los Parejeros Quemao") en una payada sin guitarra, y pulsando el instrumento, fue con su coterráneo Juan de Oar, quien ya tenía un poco más de experiencia.
     Antes, cuando tenía 17 años, había debutado en la animación de jineteadas en lo de Don Efraín Atienza, improvisando floreos a las montas. A partir de allí ya no abandonaría esa actividad, que lo ayudó en la ligereza en la improvisación.
     A diferencia de otros payadores contemporáneos incursionó en el libro antes que la grabación, así fue que en enero/1983, con el sello de Editorial del Lago, apareció su trabajo “De un Puestero Payador”, libro en el que cifró la esperanza, que andando el tiempo lo coronó buen poeta y afirmado payador.
     Hombre de campo, como que la mayor parte de su vida laboral transcurrió en estancias -habiendo sido puestero de “El Espartillar”, en Chascomús, durante 25 años-, ha sabido llevar al verso con fidelidad, ese paisaje y sus usos, por lo que podemos tildarlo de auténtico poeta campero, actividad en la que ha pesado más su saber empírico que el de la lectura y el estudio.
     Entre sus grabaciones como cantor y payador, podemos citar: “De Un Puestero Payador”, “Pa’ Quedarme con Ustedes”, “Marca Líquida”, “Flores de Cardo”, “Pastoreando Rimas”, “Badajos”, “Dos Troveros y Una Huella”, “Sangre ‘e Toro”…
     Muy joven, en 1970, se casó con Lidia Yohnston, con quien tuvo 3 hijos, que a la fecha le han dado varios nietos.