miércoles, 29 de agosto de 2012

ADOLFO GÜIRALDES: sus 80 criollos años


Criollo se nace. El ser criollo se trae en la sangre: es como una herencia que marca y decide un destino. Por eso, de la misma manera que la nobleza ha autodefinido su linaje como “de sangre azul”, bien podemos afirmar nosotros con respecto de un buen criollo: “¡de sangre gaucha!”
(Quizás valga aclarar para no confundir, que a los primeros descendientes de los conquistadores nacidos en suelo americano se los denominó: mancebos -por las concubinas aborígenes-, hijos de la tierra, y así ¡criollos!; y dos centurias después, ya independientes en su forma de vida, dominadores del medio y definidos en sus caracteres, fueron aquellos, el gaucho, condición ésta que lo trascendió al conocimientos universal.)
Y de esta estirpe, que es a la vez linaje de pueblo, es Don Adolfo José Güiraldes, un campero cien por cien, que es criollo y gaucho no solo por la tradición de un apellido ilustre vinculado al campo, sino por sus condiciones, su forma de ser y su  sentir meditadamente “criollo hasta el tuétano”, según el decir campero de nuestros mayores cuando de enraizar una definición se trataba. (Hasta la médula, diríamos hoy).
Basta verlo a Don Adolfo para tenerse la certeza de su criollismo.
Curtidos el rostro y las manos por soles, le enmarca la boca un bigote cano que se resbala natural más allá de la comisura labial. Y protegida por la enramada hirsuta de las cejas, se expresa la mansa mirada, que es a la vez escrutadora y atenta, capaz de obtener -luego de sutil observación-, una atinada y acertada definición; virtud ésta propia del hombre de campo acostumbrado a mirar lejos, con detenimiento, sin apuro, paseando la vista de hito en hito, justamente en esos que pasan inadvertidos para los ojos del profano.
Si a su nacencia nos atenemos, “porteño” lo definiríamos, como que hace 80 años -
de allí el por qué de esta evocación-, vislumbró la vida en la Ciudad de Buenos Aires, el 10 de octubre de 1912, en el seno del hogar de la familia Güiraldes-Videla Dorna (José Antonio y Elsa), núcleo que se conformaría con cuatro hijos, una mujer y tres varones. Y era aquella una situación propia de muchas familias tradicionales, que al poco tiempo, con el niño en brazos volvían a la estancia -“La Porteña”, en este caso-, retornando parte de la familia a la ciudad cuando los niños llegaban a la edad escolar, regresando al campo por todo el período vacacional. Así durante la primaria y los estudios secundarios. Luego, algunos seguían por los claustros universitarios, y cualquiera fuera el rumbo futuro y profesión abrazada, quedaban para siempre marcados por ese invisible e indisoluble sello que le imprime la vida campera a sus hijos.
Y tan marcado se sintió Don Adolfo que con la vida de la estancia, se quedó para siempre.
Pero, mentar a un Güiraldes y no caer en el obligado lugar de evocar a Don Ricardo, es imposible. Y si a los vínculos familiares añadimos los del espíritu, necesario resulta mencionarse el aprecio del niño Adolfo, que se vuelve en algo así como “la sombra” del respetado y admirado tío Ricardo.
Valga recordar entonces, que cuando el último viaje a Europa del gran escritor, allí estaba nuestro personaje junto a los suyos, acompañándolo en el París de sus últimos días, velando, junto a la cruel enfermedad que le obligara a cerrar los ojos un 8 de octubre, dos días antes que el jovencito Adolfo cumpliera 15 años.
Mencionar al tío, le hace evocar, nostálgico, una anécdota que le gusta repetir. Aquella que cuenta que cuando con el “Don Segundo Sombra” ya editado, se acercó Ricardo, con un ejemplar dedicado en la mano, a Don Segundo Ramírez, y palabras más, palabras menos, le dijo: -Don segundo, en este libro hay cosas que usted hizo y otras que no”; a lo que el viejo resero repuso: “…pero que las podría haber hecho…”. Y se sonríe Don Adolfo con el recuerdo.
Y esto lo hace retrotraerse a los tiempos de sus mocedades, cuando al igual que el Fabio Cáceres de la novela, supo entreverar resereadas junto a la presencia protectora del criollo resero Don Segundo.
Y aunque la de Don Adolfo no es una vida pública de espectáculos y estrados, debió y supo desempeñarse en 1939 -junto a dos aparceros de sus Pagos de Areco-, en la organización de los aspectos camperos de la celebración de los primeros festejos del “Día de la Tradición”, cuando tras la promulgación en la Legislatura provincial como Ley 4756, del proyecto presentado el 14/06/1938 por la platense Agrupación Bases, se decidió concretar los mismos “en el Parque Criollo Ricardo Güiraldes de San Antonio de Areco”.
Por entonces, Don Adolfo, con camperos y curtidos 27 años, se encontraba trabajando fuera de la provincia desempeñándose como encargado de estancia, mientras que su padre -Don José- ocupaba la Intendencia de Areco; y fue que al llamado de éste bajó al Pago para aportar su trabajo a la realización y brillo de la fiesta, aquella que en los volantes de la época se designaba como “del año jubiloso de 1939” y agregaba el texto: “Festejar las tradiciones significará glorificar la historia”.
(Y dicen en el Pago los memoriosos, que aún hoy resuenan los ecos de lo que fue aquella fiesta).
Mas no fue aquel el único acontecimiento del que organizatívamente participara, ya que al celebrar San Miguel del Monte -su Pago adoptivo- en 1979, el bicentenario de su fundación, fue requerida su presencia para dar forma y concreción a los aspectos tradicionalistas de dicho fasto.
Nombramos a San Miguel del Monte y le llamamos “su Pago adoptivo”, y mucho de cierto hay, pues que aquí reside desde hace algo así como un cuarto de siglo, ocupando y trabajando agropecuáriamente los potreros de su establecimiento “El Zorro”, lindo retazo que ayer integrara “Contreras”, la estancia materna. Allí vive junto a su esposa y consecuente compañera de actividades, Natalia Lenonn, y Juan Cruz, el mayor de los siete hijos de esta unión.
Más allá de la nombradía de su apellido, Don Adolfo, como hombre abocado a su familia y sus actividades diarias, bien podría haber pasado inadvertido más allá de su ámbito natural, como que en la provincia y en el país hay muchos hombres camperos que al no buscar “fama”, transitan su vida de “desconocidos” para la generalidad de la población. Pero la vida le tenía preparada una sorpresa, que en definitiva lo trascendió más allá de las fronteras patrias.
Muchas veces a partir del año 30 -quizás 8, tal vez 10-, se había intentado a través de distintos proyectos, llevar a la realización cinematográfica la novela “Don Segundo Sombra”, naufragando dichos emprendimientos ante la negativa familiar, temerosa ésta de ver malogrado el notable relato.
Pero los rumbos cuadran para las cosas buenas, y un día, el director Manuel Antín escuchó de boca de Esmeralda Almonacid de Carballido (descendiente de Güiraldes): “-Usted es la persona indicada para hacer en cine Don Segundo Sombra”. Y fue así que el hijo adoptivo de Ricardo, Ramachandra Gowda, firmó los derechos. Mas no termina allí lo que nos interesa contar. Falta un último detalle y a este encaramos.
Doña Adelina del Carril, viuda de Güiraldes, ferviente defensora y difusora de la obra de Ricardo, había hecho público en vida, que si algún día se filmaba la película, debería ser Adolfo el asesor de los aspectos camperos. Y no paró allí la cosa, ya que para la acertada apreciación de Antín, Don Adolfo daba la estampa justa del personaje literario a llevarse al cine. Y a no dudar que aquella decisión fue una “pegada”, una contribución valiosísima para reafirmar la autenticidad que se respira en la película filmada en 1969. y sabe una cosa? Don Adolfo resultó el actor perfecto para la perfección de una obra literaria que pasó a la pantalla con justo respeto por el libro y el brillo propio de un buen cine argentino asentado en los valores de la propia cultura.
Y allí, en el centro, él: Don Adolfo de Areco, Don Adolfo de Monte. ¡Don Adolfo Güiraldes!; el mismo que eligió vivir a lo criollo, y que hace ya 80 años que está satisfecho de vivir como vive, la vida que eligió.
La Plata, octubre de 1992

(Publicado en La Hoja del Lunes, semana del 19 al 25/10/92, periódico de S. M. del Monte)

 PD: Don Adolfo Güiraldes falleció el jueves 12/09/2002, a los 89 años de edad, recibiendo sepultura en el Cementerio de San Miguel del Monte.
De la necrológica de La Nación, copiamos: “Quizás en la despedida el viento traiga un estilo y tras el responso parezcan oírse aires de milonga, porque ésa fue una de las principales compañías que tuvo en vida.... (…) Bailó, guitarreó, cantó, animó con naturalidad la rueda de fogón tradicional, galanteó la reunión social y despertó la curiosidad por el pasado costumbrista del país. Conoció bien lo que es el gaucho devenido en paisano de estancia, amparó desprotegidos, fue aplomado patrón de estancia y uno más en el rodeo.”

LA CARRETA de Bavio

Con seguridad existirán en Bartolomé Bavio quienes sepan de la historia de “la carreta” más que el que esto escribe, pero también estimo que existirán los que poco conocen; por eso nos animamos con una simple y breve reseña.
Y para buscarle la punta a la historia, debemos comenzar diciendo que la iniciativa parte de quien fuera “el boticario gaucho” del pueblo, me refiero al farmacéutico Eduardo Pizarro, un amante de las tradiciones quien enterado que en la Estancia “La Teodora”, de la familia Massini Ezcurra (allá sobre El Samborombón, proximidades de La Viruta), existía abandonada en el monte una antigua carreta que antaño se utilizara en la estancia para trasladar los frutos del país al puerto de la Ensenada, se propuso concretar su rescate, simbolizando en la misma, un espejo del pasado laborioso y sufrido de nuestra campaña.
Bueno es acotar acá, que es Horacio Curone quien anoticia a Pizarro sobre la existencia del antiguo transporte abandonado.
En carta que el desaparecido escribano y amigo, Don Lito De Olano dirigiera al historiador Carlos A. Moncaut y que éste reprodujera en su “Pampas y Estancias” (1978), cuenta del viaje a caballo que realizaran en marzo de 1949, hasta la estancia de marras, con Pizarro y el Dr. Noel Sbarra, describiendo, como dato anecdótico que vale destacar, que una de las ruedas de la carreta se hallaba aprisionada por el raigón de un eucalipto que tendría 40 cms., lo que habla a las claras del tiempo de inmóvil permanencia del carruaje en ese monte.
Hechas las gestiones y cedida por sus dueños, había que organizar su recuperación y el traslado, y allí jugó un papel importante Juan Moriondo quien se encargó de dirigir el desarme del viejo carruaje, en el que colaboraron soldados del Regimiento de Magdalena a las órdenes del Mayor Hoskin, los que en un camión militar puesto a disposición, cargaron y trasladaron todas las partes, al pueblo de Bavio, más precisamente a la herrería de los Hnos. Moriondo, donde con paciencia y entusiasmo se reemplazaron las partes más dañadas y se reconstruyeron otras faltantes, como el yugo.
Puesto a punto el carruaje, otra buena voluntad, en este caso del señor Luís Gorrasi, puso a disposición el terreno en el que desde entonces se exhibe como un monumento vivo de la historia laboriosa de nuestros campos.
El 10 de octubre de 1949 se inauguró su emplazamiento, acto en el que hablara “el patriarca de los gauchos”, Don Santiago H. Rocca; por eso mismo, el 10 de octubre pasado (1999), cientos de personas se reunieron para celebrar los 50 años de tal acontecimiento, en homenaje que organizaran quienes hoy son responsables de su guarda, la gente de la “Agrupación Tradicionalista y Campo de Pato La Carreta”, reunión a la que -pese a estar invitado- debí “perderme” por compromisos anteriormente contraídos.
No podemos dejar de mencionar que hace unos 15 años (año más, año menos), la carreta tirada por sus fuertes bueyes, realizó un exitoso periplo por las escuelas del viejo partido de Magdalena, siendo una verdadera fiesta su arribo a cada una de ellas. Y también merece una mención, destacar su presencia en las fiestas tradicionalistas de 1981 en La Plata, cuando no solo participó del numerosísimo desfile, sino que hizo presencia “de gala” en la entrada del Ex Hotel Provincial (8 e/50 y 51), epicentro de los actos, donde se concretaba “La Feria de la Cultura”.
Se sabe que hacia 1860 prestaba servicios en la estancia; desconocemos desde cuando. No obstante, casi un siglo y medio es mucho tiempo, y deseamos que por siempre permanezca en su actual emplazamiento, como un humilde símbolo de la Patria.
La Plata, 17 de marzo de 2000

lunes, 27 de agosto de 2012

LEÓN BENARÓS


El domingo 26/08/2012 falleció uno de los grandes de la literatura de sabor terruñero, el puntano León Benarós. Por suerte, hace algo más de 6 meses lo estuvimos evocando desde nuestra columna radial, y por suerte también, hace un par de años lo distinguimos desde nuestra Asociación de Escritores Tradicionalistas. 
Hoy lo evocamos publicando el texto que escribimos para el espacio radial.

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 43 – 4/02/2012

Con su licencia, paisano!
        Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si hablamos de “Poetas Criollos… y otras yerbas”.

LEÓN BENARÓS, que el próximo lunes estará cumpliendo ¡97 años!, nació en consecuencia el 6/02/1915, en Villa Mercedes, provincia de San Luis, con padres sefardíes, venidos de Tetuán (Ciudad de Marruecos, próxima al Mediterráneo), que allí tenían estancia con grandes alfalfares; más tarde se trasladan a Castex (La Pampa), y luego al Departamento de San Martín, en Mendoza, donde habitaban un enorme caserón de por lo menos once habitaciones, que daba el frente a la Calle Alem, y en la parte posterior, a un casi desierto pampeano. Fue allí donde tuvo un verdadero contacto con el folclore, quedando cautivado para siempre, ya que en la misma se realizaban grandes guitarreadas que duraban más de un día. (“Así yo viví el folklore antes de escribirlo”, dijo alguna vez).
Luego vivió en una quinta en Lomas de Zamora, mientras estudiaba en Buenos Aires la carrera de derecho, recibiéndose de abogado en 1942, a los 27 años.
Su amor por la cultura terruñera lo llevó a vincularse con el movimiento folclórico, y de allí a ser el director de la Revista Folklore, solo había un paso… que se animó a dar, cuando el escritor cuyano Juan Dragui Lucero le sugirió entrevistara a Marbiz, y éste lo recibió con beneplácito, descontando lo nutritivo de sus reportajes y entrevistas. Dirigió la Revista hasta su cierre definitivo.
Su obra literaria es amplia y diversa, al punto que no podemos dejar de mencionar su sección “Desván del Clío”, donde desperdigando grageas de historia, por más de 40 años aportó a  la Revista Todo es Historia. De sus libros, por vinculados a nuestro quehacer, citamos: “Romances de la Tierra” (1950), “Versos del Angelito” (1958), “Romancero Argentino” (1959), “Décimas Encadenadas” (1º962), “Romances de Infierno y Cielo” (1971), “Romances Paisanos” (1973), “Carmencita Punch” (1973), “Elisa Brown” (1973) y “Los Memoriosos” (1985).
También es autor de incontables títulos que viven en el cancionero folclórico como la zamba “La Tempranera” que musicalizara Carlos Guastavino; u obras como “El Chacho – vida y muerte de un caudillo”, “La Independencia”, “¡Viva Güemes!”, “Forjadores de la Patria” o “Gente criolla”, que grabaron Jorge Cafrune, Figueroa Reyes, Chacho Santa Cruz, entre otros.
En su poesía criolla se ha expresado mayoritariamente en la forma del romance, aunque la décima no le ha sido ajena.
Casado con la también escritora Emma Felce, vive en el centro porteño.
Casa Natal en Villa Mercedes, San Luis

domingo, 26 de agosto de 2012

JULIO MARIANO

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 22 – 20/08/2011
 Con su licencia, paisano!
Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si hablamos de “Poetas Criollos… y otras yerbas”.


JULIO HÉCTOR MARIANO. Nació el  19/08/1957  (por lo que ayer ha 
           cumplido 54 años), en Verónica (entonces  partido de Magdalena), siendo sus padres Juana Catalina Insausti y Julio Argentino Mariano. Se crió en la localidad de Álvarez Jonte donde los suyos tenían un pedazo de campo.
Terminó la escuela primaria mientras domaba petisos en una estancia vecina a la que inmediatamente entró a trabajar de mensual; en esa ocupación alambra, doma, esquila, en fin, aprende y realiza todo tipo de trabajo rural.
Hacia 1974 se muda a La Plata para dedicarse a la doma de caballos de salto, aprovechando para cursar los dos primeros años del bachillerato.
Como jinete participa activamente en las fiestas de destrezas camperas, llegando a acumular unos cien premios, destacándose el ‘invicto’ que quitó en Florianápolis, Brasil, después de 10 años de trayectoria, al reservado “El Diablo”, en monta a “pelo limpio”.
Integró la “Delegación Gaucha Argentina” que con motivo del Mundial de Fútbol, viajó a México en 1986 con el patrocinio de Cultura de la Nación para hacer todo tipo de exhibiciones junto a los “charros”.
Por dicho año comienza a despuntar el vicio del verso; su decir es profundamente campero; cargado de potables vivencias criollas, tiene la virtud de transmitirlas al verso, y a veces, con notable vuelo. Así como maneja la décima con suficiencia, puede expresarse también con soltura en medidas mayores o en la simpleza de la cuarteta.
Sus composiciones han sido publicadas en “El Pueblo” (Magdalena), “El Cronista” y “El Argentino” (Chascomús), “El Tribuno” (Dolores), Revista “Pa’l Gauchaje” y Boletín de la AAET (La Plata).
Temas de su autoría han grabado Jorge Soccodato y Rómulo Nahuel, debiendo destacarse las producciones hechas íntegramente con temas suyos, como p. ej.: “Arriando Versos” (1994), voz y guitarra: Alberto Durán, “Voy a agrandar el fogón” (1995) y “Resueyo” (1998), ambos, voz y guitarra: Mario Triviño Montiel.
Ha publicado los libros “Puerta Afuera” (1994) y “Por el rastro” (1995), éste con prólogo del ‘oriental’ Don Wenceslao Varela, “el poeta de América”, y también integra la antología “Diagonales. Tilos… y Poetas” (1995) y la  “Antología 25 Aniversario – Versos y Prosas” (2009). Las distinciones literarias más importantes, son: 1º Premio 3º y 4º Certamen de Décimas Gauchas “Miguel A. Castagnino”, Municipalidad de Chascomús, en 1992 y 93, respectivamente y la Faja de Honor “25 de Mayo” de la AAET al libro “Por el rastro” en 1996.
Lemos del poeta sus décimas “Resueyo”, que es como un sentimiento compartido que tenemos con Mariano.
(la poesía se encuentra disponible en el blog "versos-camperos")


Presentando a “Puerta Afuera”


Para mi, que -mal, bien… o más o menos- hace ya un cuarto de siglo que vengo borroneando versos de pretendido sabor campero, es un gusto muy grande encontrar que en este quehacer de defender las tradiciones gauchas a través de la palabra escrita, hay un “lote” de hombres jóvenes de valiosas condiciones, bien dispuestos para tomar la posta, y en ese “lote” viene abriéndose paso a tranco firme y seguro, Julio Mariano.
No es el suyo un nombre nuevo o desconocido dentro del movimiento tradicionalista, pues que ya tiene bien ganado un prestigioso lugar en los campos de las destrezas criollas, como jinete que ha sabido del halago del premio y el aplauso, no solo en nuestra tierra, sino también en la “Orientala” y en la zona gaucha del Brasil, amén de haber llevado las habilidades camperas hasta las comarcas del charro mejicano.
Hombre criado y curtido en la dura vida rural, enamorado desde siempre del arte payadoril, se animó no hace mucho -hacia 1986- a borronear sus primeros compuestos criollos, y ha decir verdad que entró pisando con toda la pata, ya que animado a participar en el Primer Certamen de Poesía Gauchesca organizado por la Asociación Argentina de Escritores Tradicionalistas, supo alzarse con un “premio estímulo”.
De allí en más, su superación no ha sabido de flaquezas, y hoy, a tan solo ocho años de aquel comienzo, ya conoce el halago de un  par de primeros premios, entre otras distinciones, como así también de la satisfacción de que sus temas anden en la expresión de los cantores criollos, habiendo inclusive, llegado varios de ellos al registro grabado.
Y si en tan corto trecho ha habido tanta cosecha, por algo será, verdad?
¿Qué como es la poesía de Mariano? Profundamente campera. Hombre cargado de potables vivencias criollas desde la niñez, ha tenido la bendición de poder expresar todo ese caudal mediante la palabra rimada, y por si fuera poco, con un notable vuelo lírico.
Mariano maneja los vaivenes de la décima con eficiente soltura, gustando de adentrarse en los vericuetos del diálogo rimado, como así también en las expresiones de giros admirativos y exclamativos, revistiendo a su poesía con el rico ropaje que confiere la suma de los elementos citados.
Y por si esto fuera poco, suele abandonar la décima para encaramarse, confiado y seguro, a un cuarteto mayor, como descender de allí a la simpleza popular de una cuarteta, para florearse luego en una sextina o una octavilla, o jugarse confiado a trabar el pie de alguna estrofa.
Observador por naturaleza, con la ávida curiosidad del que quiere aprender, no satisfecho con los conocimientos adquiridos en su propia experiencia, busca el poeta la consulta oportuna en aquellas fuentes -vivientes o bibliográficas- que él cree capaces de transferirle o develarle ya un nuevo conocimiento, ya una punzante duda.
Pero claro, justo es decir que el hombre se viene puliendo, limando asperezas, delineándose a sí mismo como escritor. Y si por allí pudiese encontrarse un decir ripioso, como el hombre bien nacido aprende de sus propios yerros, damos por seguro que el autor ha de sacar un nuevo aprendizaje.
Sin duda que hay Julio Mariano para más, es decir que el poeta ha de seguir creciendo, y si nos ha sorprendido el nivel alcanzado en tan corto trecho, no debe sorprendernos de ahora en más, hasta donde pueden llegar sus camperas expresiones, sus pensamientos rimados, sus sueños líricos.
Su pago, ¡la Vieja Magdalena!, ha de tener en este joven valor, un motivo más de orgullo y un positivo elemento para reverdecer los merecidos lauros de sus otros hijos: Pedro C. De María, Delfor B. Méndez, Alberto S. Mederos, y por qué no, también Miguel D. Etchebarne.
¡Bienvenido este “Puerta Afuera”! nacido para andar las huellas del criollo decir, y por derecho propio dispuesto a trascender el nombre de su autor, ese, a quien con la confianza que el trato nos dispensa, le decimos:
-¡Adelante hermano, que un gaucho sol te alumbra la huella y te entibia el futuro!
La Plata, 8 de marzo de 1994

Palabras de Wenceslao Varela, para “Por El Rastro”, segundo libro del poeta Mariano:

MI ADMIRACIÓN POR JULIO Y SUS VERSOS
Florecido noviembre del ‘95

Conocí a Julio Mariano, al leer el prólogo que sobre su clara y doblemente prometedora expresión 
poética escribiera Carlos Risso.
Así era yo, sentía tanta satisfacción al sentarme sobre el lomo de un potro como al floriarme en una guitarra, echar un pial en la puerta de un corral, que darle un beso a mi madre, tirarme sin ninguna necesidad a un río crecido que sentarme junto al fuego con el mate entre las manos.
Se me hace que Julio Mariano tiene ese sisagueante rumbear elegido ya.
El verso bien logrado no le da trabajo, y no le cuesta redondear una estrofa, porque necesita un adjetivo y le sobran tres, puede probar suerte en el difícil e ingrato campo de la poesía.
Julio Mariano le canta a lo que conoce plenamente, no se sale de lo suyo, de galopear en campos con vizcacheras, tucutucos, hormigueros o tacuruces criollos, no entra “ande” no sabe andar.
Quien así se comporta, puede ensillar… y desensillar muy lejos.
                                                                                                         Wenceslao 

AUGUSTO RAÚL CORTAZAR - Homenaje a la Memoria


Soy de los que piensan que en la memoria de los pueblos radica el buen rumbo de su futuro.
La memoria es el espejo que nos devuelve los hechos que debemos repetir, y también nos recuerda aquellos en que no debemos reincidir; por eso que reiterativamente insisto en los primeros; y no olvidar a quienes han contribuido con su aporte y esclarecimiento, se me figura un hecho de necesaria divulgación.
Y un permanente y obsesivo recordador y enriquecedor de esa memoria fue, a no dudarlo, el salteño Augusto Raúl Cortazar, nacido en Lerma el 17 de junio de 1910, por lo que el presente sería el mes de su nonagésimo aniversario.
Profesor de Letras, primero; Doctor en Filosofía y Letras después y también abogado, son esos algunos de los títulos que hacen a su curriculum. Pero fue por sobre todas las cosas ¡un investigador de campo!, un recorredor de las inmensidades patrias en la gratificante tarea de recopilar e interpretar usos, costumbres, decires, sentimientos; folclore y tradición; esencia de vidas, testimonios del pueblo: nuestro pueblo, nuestro pasado y todo su patrimonio cultural.
Cuestiones temáticas hacen que suela recurrir a él cuando algún tema “hernandiano” aflora recorriendo el Martín Fierro, y entonces su trabajo “Realidad, Vida y Poesía en Martín Fierro” (escrito en marzo de 1960), resulta un oasis de claras respuestas.
Entre otras cosas, fue el iniciador con sus cursos, de las carreras de Antropología y Folclore en la Universidad de Buenos Aires, como así también miembro del Fondo Nacional de las Artes.
Al decir de Olga Latur de Botas: “Toda una vida dedicó (…) a explicar, a enseñar, a valorizar aquellos dones del tiempo…”
Falleció a los 64 años, el 16 de abril de 1974.
La Plata, junio de 2000.
(Publicado en el Boletín de la Asociación Argentina de Escritores Tradicionalistas Nº 20)

viernes, 24 de agosto de 2012

DON AARÓN ESEVICH ¡Todo Un Hombre De Campo!


Aunque desde los centros difusores de cultura que tienen llegada masiva e inclusive desde los que podríamos denominar ‘la cultura oficial’ se ignora prácticamente todo lo que tiene que ver con la literatura costumbrista como si esta no existiera, aprovechamos este espacio que gentilmente ofrece “De Mis Pagos” para mostrar que la misma ha permanecido vivita y con bríos, alimentada por escritores de mucha valía, que a veces el gran publico desconoce, pero no así los seguidores del tema acostumbrados a husmear buscando páginas de criollo sabor.
Por eso en la ocasión nos ocuparemos de contar algo referido a un hombre campero que devino en escritor y apuntaló lo suyo con conocimientos y buen estilo narrativo. ¿Qué de quién hablamos?, pues de Don Aarón Esevich.
El autor vino a la vida en Rivera, partido de Adolfo Alsina, el 25 de diciembre de 1907, pero como había que hacer 20 leguas a lomo de caballo hasta Carhué para anotar el nacimiento, es que su documento acusaba el 6 de enero de 1908 como su fecha natal.
En un libro de corte autobiográfico que ya nombraremos, cuanta que se crió en “campos de Leofucó”, y ocurre que menos de 30 años antes esas eran tierras de pleno dominio aborigen.
Aarón nació en el hogar formado por Fanny Cherny y León Esevich -ambos inmigrantes-, los que alumbraron seis hijos que conocieron la vida rural y de los que se preocuparon por su educación. Así fue como Aarón a los 16 años fue enviado a la Escuela Nacional de Agricultura, establecimiento con sede en Casilda, Santa Fe, de donde egresó en 1927, pero que pese a haber presentado una tesis sobre los trabajos rurales de la estancia que fue aprobada, nunca más volvió al Colegio a rendir el examen final, por lo que le faltó tan solo un trámite para convertirse en “Administrador Rural”.
En 1928, debuta como ‘practicante’ en la Estancia “Las Calaveras” de D. Ramón Arano. Luego, y siguiendo sus propias palabras “…me emplee en la sección estancias de la firma Bunge y Born donde permanecí hasta el año 1934…”. Su primer destino fue la EstanciaLa Catalina” en Estación Diego de Alvear: “…una de las que tiene más vacas y ovejas de la provincia…”; posteriormente será segundo mayordomo en la EstanciaLa Pradera”, en Las Varillas, Córdoba, y de allí continuará en “La Verde” en la misma provincia.
Pero la crisis económica de los años 30 lo trae de regreso al predio familiar, dispuesto a salvar la difícil situación del momento.
Así podríamos seguir detallando su vida de continuos laboreos rurales y vida de estancia como lo fue hasta el fin de sus días. Pero queremos mostrar al escritor, ese que supo llevar al papel todas esas vivencias.
En octubre de 1952, trabajando con el lazo en una yerra en su estancia, es atacado por un terrible dolor en la pierna izquierda por el que “debí someterme a un enérgico tratamiento médico con prohibición absoluta de andar en mis cosas debiendo permanecer en Buenos Aires durante ocho meses. Alejado de mi ambiente pude observar ese medio con ojos de observador que mira a distancia consiguiendo así un más amplio enfoque. Entonces fue cuando sentí imperante necesidad de escribir, al ver a pesar mío que el país corre el grave  peligro de perder su principal patrimonio: el genuino hombre de campo”. ¡Y así nació el escritor costumbrista!
Su primera obra fue “Un Hombre de Campo”, con pie de imprenta en 8/1955 y sello de Santiago Rueda Editor, con tapa ilustrada por Eleodoro Marenco e interior por Tito Saubidet. ¡Qué lástima que hoy sea inhallable! Su relato es una experiencia de vida, una experiencia en la vida rural de la primera mitad del Siglo 20 entre el gauchaje de entonces y las siempre ásperas tareas del campo. Pero lo notable es la manera en que supo narrarlos: estilo ágil, despojado de vanas retóricas, y llegador por lo sentido y sincero.
No hay mal que por bien no venga, dice el adagio, y uno puede pensar que de no haber mediado aquella dolencia, quizás nunca hubiese pensado Esevich en escribir los otros tres libros que publicó.
Estos son: “El Padentrano”, con ilustraciones de E. Marenco, editado por Peuser en 7/1958 (este fue el primero que leímos y que nos motivó a seguir los rumbos de su obra); “Rumbeando”, ilustrado por Julián Althabe y publicado por Ed. Kraft en 8/1968; y por último “Campos de Afuera” impreso por A. Peña Lillo en 10/1974 con una aguafuerte de Castells Capurro dando vigor a la portada.
Leer las novelas de Aarón Esevich es compenetrarse de un medio rural auténtico, palpable, descripto por uno de sus propios actores.
Un importante apoyo en su vida campera y en la de escritor resultó, sin duda, su esposa Bita Kramer, que siendo una joven porteña, allá por 1938 se casó con ese hombre de 30 años junto al que se haría una mujer acostumbrada a los avatares rurales y luego, la revisora de sus escritos.
En 1981 cuando la Lotería de la Provincia imprimió una serie de sus billetes con cascos de estancias, en el sorteo del 27 de febrero apareció la suya; dice el epígrafe: “Estancia ‘El Recado’, en  el deslinde de los partidos de C. Tejedor y Pehuajó”; agregamos nosotros, zona de J. J. Paso.
Nos parece apropiado cerrar con una reflexión suya sobre los hombres de campo que fueron sus compañeros de tareas: “Nobles corazones de varón; nunca les di una orden cuando estuvieron bajo mi mando; una insinuación sobre lo que había que hacer tuvo, para esos caballeros de espuela y chambergo requintado, la misma fuerza que la orden de un dictador”.
Don Aarón falleció en Santa Rosa, La Pampa, el 17 de julio de 1988.
La Plata, 14 de octubre de 2000
(Publicado por Revista De Mis Pagos Nº 13 - 11/2000)

lunes, 20 de agosto de 2012

DON JUSTO P. SÁENZ (h), ese "gaucho"


El 28 de mayo del año en curso (2000), se cumplen 30 años del fallecimiento de uno de los escritores que más aportó y más brilló en el campo de las letras de sabor costumbrista del pasado siglo, nos referimos a Don Justo P. Sáenz (h.), quien por entonces contaba con 77 años de edad.
Si bien provenía de una acomodada familia de vida urbana como que su padre era un banquero, fundador y dueño del Banco Popular Argentino, descendiente de ilustre familia como que el Presbítero Antonio Sáenz -fundador de la Universidad- era su tío abuelo; reconocía la ascendencia criolla de los “tatarabuelos y choznos, los Zamudio y Villamayor, verdaderos señores rurales, varios de ellos cabildantes o alcaldes de primer voto durante el Virreinato, que desde antes de 1750 poblaron en los partidos de Las Heras y Navarro, a la sazón ‘Pago de la Matanza’…”, como él mismo supiera contar.
Como aspecto anecdótico referimos -copiando a Cáceres Freyre-, que en su primera infancia (1893) a raíz de una enfermedad de su madre fue amamantado por una ama de leche que era aborigen pampa.
Si bien sus primeras versificaciones datan de los años de sus estudios secundarios en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza (época en que a los 17 años escribió las acreditadas décimas de “La Carrera” que vieran la luz recién en 1930 al publicarse en ‘Caras y Caretas’), su primera colaboración literaria fue el ‘relato entrerriano El Lobizón’ que se diera a conocer en la antes citada revista en junio de 1927, pero firmado con el seudónimo “Higinio Cuevas”; contaba para entonces 34 años, por lo que podríamos decir que su inicio oficial con la literatura se produce siendo ya un hombre hecho.
Quizás la buena repercusión obtenida por esas rimas o por consejo de algún buen amigo, lo incitaron de allí en más a usar su propio nombre, y es que así firmado, en el mismo medio gráfico aparece a principios de octubre del mismo año su poesía -también de tono entrerriano- “El Regalo”, y ya a fin de ese mes, pero en el Suplemento Literario de La Nación, su primer trabajo en prosa titulado “A Uña de Caballo”, un cuento. De allí en más su participación en la vida literaria será continua hasta el fin de sus días, como que dos meses antes de su fallecimiento enviaba un trabajo inédito para ser publicado en la Revista Camping, que apareciera póstumamente.
A los tres medios gráficos ya citados, agregamos como receptores de sus múltiples trabajos: La Prensa, Selecciones Folklóricas Códex, Boletín de la Asociación Folklórica, Cuadernos de Buenos Aires, Anales de la Sociedad Rural Argentina; las revistas El Caballo, Jockey Club, Aberdeen Angus, Nativa, Vincha, Señuelo, Raza Criolla, El Hogar, La Carreta, Martín Fierro, etc. etc.
Su primer libro, “Pasto Puna”, aparece publicado por Casa Peuser y con prefacio de Martiniano Leguizamón, en l928. A éste le seguirán “Baguales” (1930), “Cortando Campo” (1941), “Equitación Gaucha en la Pampa y la Mesopotamia (1942), “El Pangaré de Galván” (1953), “La destreza de los de nuestra tierra – gauchos argentinos” (folleto, 1965), “Los Crotos” (1967), “Pampas, Montes, Cuchillas y Esteros” (1967) y “Blas Cabrera” (1970, póstumo).
Por otro lado digamos que son cuantiosas sus charlas y conferencias que se mantienen como material inédito.
Por no haber tenido la dicha de conocerlo y tratarlo, y por carecer mi expresión de peso académico, recurro a la opinión de su amigo, discípulo y admirador, J. Cáceres Freyre, cuando dice: “Justo poseía las más exquisitas dotes del gran señor criollo: una encantadora sencillez y humildad y un don de gentes, bondad a toda prueba, que desde el primer momento cautivaban y predisponían a quien lo trataba (…) había heredado las mejores tradiciones del porteño viejo: campechano, servicial, discreto, cortés con damas y caballeros, y sobre todo hospitalario y leal hasta en los más mínimos detalles.”
Meticuloso en la observación y el estudio, pudo concretar una obra que resulta única en su género, el libro “Equitación Gaucha”, con el que obtuviera el Primer Premio de Literatura y Folklore Regional, otorgado por la Comisión Nacional de Cultura, publicación que adicionalmente le brindara la distinción de ser elegida como obra de estudio por la Facultad de Filosofía y Letras. Y ya que hablamos de premios no podemos dejar pasar la acotación del memorioso Don José María Prado, cuando apunta que su novela “Los Crotos” recibió el Primer Premio del Concurso Bienal “Ricardo Rojas” de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.
Pero no solo se dedicó a la creación literaria y la investigación, ya que también participó en la dirigencia de instituciones intermedias, y así resulta que fue Presidente de la Sociedad Argentina de Estudios Lingüísticos, miembro de C. D. de la Asociación Amigos del Arte Popular y también de la Comisión de Homenaje a Aimee F. Tschiffely, como asimismo socio de la Asociación de criadores de Caballos Criollos.
Respecto de sus estudios agregamos a los secundarios ya aludidos en el párrafo cuarto, que cursó en la Facultad de Derecho, de donde egresó con el título de escribano. Sobre este particular, en entrevista que personalmente mantuviera en 1994 con María E. López de Oberti (viuda del también notable investigador, Don Federico), me refería que dicha carrera la había cursado  en la entonces joven Universidad Nacional de La Plata, y que ya profesional habría ejercido la misma en la Escribanía de César Iraola y también en la Alcaidía de Menores de la Policía.
Volviendo a su obra, dijimos que en los trabajos de investigación era meticuloso -obsesivo, podríamos agregar-, y en la creación (cuentos, novelas, poesías), un autor de trazo ágil y ameno, de una actitud y condición descriptiva y formadora de una atmósfera que transforma el texto en atrapante y a la lectura en un hecho cada vez más intenso. Todos sus escritos dan la idea de ser sucesos reales, y uno tiene la sensación de estar escuchando un relato de boca de un viejo gaucho.
Hablando de relatos, digamos que su producción poética -que no es demasiado abundante-, tiene un nivel y una calidad auténticamente criolla, de allí que con nombrar solo dos o tres gana el derecho a integrar la más selecta antología, y sino recordemos su “Relato de un Mayoral”, “El Overo de Aguilar” o aquella citada al principio, “La Carrera”.
Don Justo -o Justito como cariñosamente lo llamaban sus allegados-, había nacido en Buenos Aires el 19/12/1892, y sus nombres completos eran Justo Pedro Sáenz Quesada.
Pero para la definición final convoquemos a nuestro amigo y maestro, Don Carlos Antonio Moncaut, quien mucho nos ha guiado e informado sobre el admirado escritor, quien escribió y opinó que fue “Justo P. Sáenz (h), el más grande sabedor, fidedigno y documentado de todo tema vinculado con nuestro pasado del campo criollo, un testigo atento de esa época, que aunque reciente, ya es un pasado que no volverá; alguna vez al preguntársele cuando había comenzado su afición por lo nuestro, contestó que desde muy niño; que debía ser algo que tenía en la sangre, algo atávico”.
Por lo expuesto es que nos animamos con aquello de: “Don justo P. Sáenz, ese gaucho”.
La Plata, 29 de Abril de 2000
(Publicado en Revista De Mis Pagos Nº 11, de 6/2000)

domingo, 19 de agosto de 2012

DON RODOLFO NICANOR KRUZICH - Su Centenario

Era un gaucho con todas las letras, aunque su apelativo parecía desmentirlo, pero vivió inmerso en la cultura gaucha volcando al conocimiento y difusión de la misma, todas las monedas que podía menguarle a su mensualidad de hombre de trabajo. Se llamó y se llamará para el recuerdo Don Rodolfo Nicanor Kruzich, y este 10 de enero estaría cumpliendo 100 años como que había nacido en 1908, en el Día de San Nicanor, en “Las Hermanas”, partido de Laprida, en el seno del hogar de origen yugoslavo-austríaco conformado por Natalia Radetich y José Kruzich, ambos arribados niños al país. La familia se completaba con otros cuatro hijos.
Hacia 1912 se radican en “Las Martinetas”, partido de Gral. Lamadrid donde permanecerán por espacio de una década.
En aquellos ambientes de pleno campo, en los que la estación ferroviaria era solo un punto en la inmensidad pampeana, Nicanor observó y absorbió la vida campera; al respecto ya hemos escrito hace un lustro que “se abrazó a lo gaucho desde la primera mirada que dirigiera al campo, aun desde el regazo materno”.
El destino ferroviario de Don José -Jefe de estación del FF. CC. del Sud- mudará la familia acercándola al Gran Buenos Aires, pero el sino de Nicanor ya estaba marcado con un rumbo gaucho, y aunque en 1923, en el nuevo destino de Tristán Suárez, partido de E. Echeverría, ingresa él también, como mensajero, al ferrocarril (donde realizaría una ascendente carrera por espacio de 35 años), ya es un adolescente que ensilla como el mejor, que se le anima al lazo en los trabajos a corral, y que sabe misturarse en una tropa junto a reseros que resultan, sin saberlo, auténticos maestros.
Tres años más tarde, ya como empleado efectivo, luego de una breve estadía en Estación Sarandi, gana los campos de pa’juera con destinos en Quequén, Napaleofú (en épocas que se hacía la extensión a Lobería), Labardén, San Agustín, Nutrias, Mechongué... Y en todos ellos buscó de relacionarse con la paisanada del lugar, haciéndose frecuentador de distintas estancias, como por ejemplo “San Simón” de Pereyra o “Tres Lomas” de Anchorena, absorbiendo fervoroso, los usos, costumbres y saberes camperos.
El amor por la vida de la campaña, lo llevó a interesarse por coleccionar todo tipo de enseres e implementos relacionados a la vida gaucha, y asimismo a volcar al papel en forma rimada, sus vivencias rurales y lo que su ojo agudo y atento observaba. Sus versos criollos aparecerán firmados como “El Pampa Filemón” en la RevistaLa Carreta” -órgano de difusión del Círculo Tradicional “Leales y Pampeanos” de Avellaneda-, creada en 08/1932, cuatro meses después de fundada la institución.
Allí confraternizará con poetas como Roberto Roncayoli, Emilio Frattini y Pedro Risso, fundamentalmente con éste notable poeta campero con el que afianzaría una gaucha amistad, y con el que harían punta en la animación de jineteadas y corridas de sortija en la década del 50.
Retirado del ferrocarril en 1961, comenzó a desempeñarse en la firma Pedró Hnos., en el Mercado de Hacienda de Mataderos, donde pudo seguir vinculado a la vida rural en ese especial lugar que como una cuña introduce el campo en la Ciudad de Buenos Aires.
Si bien no publicó libros, como ya dijimos colaboró con “La Carreta”, y también hemos encontrado versos suyos en Revista “Pa’l Gauchaje”, en el libro “Divisa Pampa” de Edilio Machado como asimismo en el Boletín de la AAET. También conocemos una hoja impresa en 04/1969, en la que al estilo de la literatura de cordel dedica cinco décimas al desaparecido amigo Tito Chas.
Ahora bien, a principios del año 92 -el de su fallecimiento-, la Municipalidad de Lomas de Zamora lo homenajeó organizando un Certamen Literario con su nombre, certamen que llevaba como Primer Premio la edición de un libro, que resultó ser la primera obra del poeta de Cañuelas, Carlos A. Loray, que resultara ganador.
Su constante labor cultural hizo que varias veces fuera entrevistado por diferentes medios, y así el 8/07/1955 publica una extensa nota el diario “El Sol” de Quilmes; en 09/1964 lo entrevista Revista “El Caballo”; el periódico “Noticias de Lomas” hace lo propio a fines de 1983; Revista “Pa’l Gauchaje” lo reportea en 02/1988, y debe haber más.
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De la década del 60, cuando con mi familia concurríamos a las fiestas criollas de “La Montonera” de Ensenada, guardo las primeras visiones de ese paisano grandote, de voz cavernosa, que desde el mangrullo animaba la jineteada, matizando con versos y floreos de su autoría lo que acontecía en los palenques y sus vecindades.
Comencé a tratarlo asiduamente, a partir de 09/1984 cuando tras afiliarse a la Asociación Argentina de Escritores Tradicionalistas, se hizo asiduo concurrente a las reuniones, jerarquizando con su presencia la vida de la recién nacida institución, la que reconociéndole su aporte lo designaría más adelante su “Primer Presidente Honorario”.
A pesar de sus años de criollo experimentado y mi casi mocedad de entonces, pudimos trenzar una linda amistad edificada en la pasión por el gaucho y su entorno, donde yo disfrutaba de sus relatos y anécdotas recogidas en su vida, y él, aparentemente apreciaba mi forma de manifestarme en verso sobre esas cuestiones.
Como ambos eramos de enero, resultaban habituales los cruces de llamados con un saludo cumpleañero, cuando no alguna misiva en verso, que cerraba una firma que expresaba claramente el nombre completo y remataba con un lazo visible desde la argolla a la presilla.
Supe visitar su última morada, en la Ciudad de Banfield, donde vivía con sus dos hermanas Elena Agustina y María Esther. Antes, mientras vivió su esposa Margarita Vaccaro, había estado radicado en Bernal, partido de Quilmes.
Allí en su casa, pude solazarme en la contemplación de su bien armado y muy nutrido “museo gaucho”, museo del que, fallecido Don Nicanor el 16/11/1992 a los 84 años, tuve el honor, junto a mi hermano de rumbo Agustín López, de confeccionar a pedido de sus hermanas, un inventario general que facilitara la distribución de las piezas.
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En noviembre cumplió 15 años su ausencia, pero quienes tuvimos la suerte de tratarlo sabemos que siempre está. Y no encuentro mejor forma de recordarlo que transcribiendo el remate de un verso que le dedicara en 1986:
¡Linda su estampa paisana
con galanura de crioyo!
Su versiada es un pimpoyo
que la sangre le desgrana.
Su gaucha planta se hermana
a un pasao de tradición
ande usté es como un botón
de lujo en el tirador...
Don Rodolfo Nicanor
Kruzich, ¡un gaucho y señor!
                      La Plata, 13 de enero de 2008
11/1942 Delegación de Avellaneda en la 3º Fiesta del día de la Tradición en La Plata. 2º de la izquierda. Kruzich - 2º de la derecha, Pedro Risso. Eran grandes amigos.

(Publicado en Revistas De Mis Pagos Nº 33)

lunes, 13 de agosto de 2012

CHARRÚA: Gualberto Gregorio Márquez

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 3 – 2/04/2011
La página de hoy a la memoria de Néstor González
Con su licencia, paisano!
Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si hablamos de “Poetas Criollos… y otras yerbas”.


CHARRÚA
El primer poeta que marcó mi vida de verseador ha sido Charrúa. Cuatro años tenía cuando a instancias de mi padre, memorizaba versos suyos como “Mi Tropilla” o “Mis Pingos”. Andando el tiempo, después de haber volcado mis propias inquietudes a la escritura, reconocí su grata influencia.
Muy poco se ha conocido del poeta más allá de sus composiciones. A fines de los ochenta, gracias al poeta, guitarrista e investigador Ismael Russo, conocí los datos del certificado de defunción extendido en el Hospital Alemán, informando que había fallecido el 31/10/1962 pero con una edad insegura. Dos meses antes había aparecido su último libro, y en éste el prologuista, informaba que el autor “…pisa firme sus 86 años de edad”. En base a esto aventurábamos en escritos que por entonces hicimos, que había nacido en 1876.
Pero… ¿quién es Charrúa? Su nombre real es Gualberto Gregorio Márquez, hijo de Adela Massey y Eduardo Joaquín Márquez, nacido en Uruguay el 17/Noviembre/1876.
Esta circunstancia ha hecho que siempre se lo considerase “oriental” y así lo afirmaba su seudónimo, pero en realidad, los estudiosos e investigadores de la hermana república nunca lo consideraron tal, al punto que no figura en sus antologías. Lo cierto es que siendo niño se radica la familia en nuestro país, donde cursa estudios hasta el nivel terciario que no completa, dedicándose desde joven a la administración de establecimientos rurales en el partido de Gral. Las Heras.
Omar Menvielle hijo, supo contarme que fue muy amigo de su padre y frecuentaba mucho su casa, recordando que tuvo campo por 25 de Mayo.
En su verso “Lo Que Soy”, expresa:
“Yo soy nativo uruguayo / siendo mi madre porteña, / por eso mi “santo y seña” / es “25 de Mayo”; / de frente y no de soslayo / miro a este suelo divino, / defiendo de él lo genuino, / lo tradicional que quiero, / por lo que me juego entero / como el mejor argentino.”
Hombre curtido ya, llega a publicar después de los 60 años, es así que su primer libro, “Campo y Cielo” apareció en 1938; a éste le siguió “Sentir Lo Argentino” en 1943, el más difundido y del que se vendieron 16000 ejemplares; luego vino “Con Todo El Lazo” en 1948, y cerrando la producción, en 1962, “Rastrillada”.
Temas suyos como “El Desafío”, “Temblando”, “Tata no quiere” o “Lo que quiero tener”, le dieron popularidad en voces de distintos intérpretes que incluso los grabaron.
Tanto podía expresarse en un modo muy paisano, como también hacerlo en un lenguaje más pulido, pero en cualquier forma manifestaba un profundo conocimiento de la vida campera, y se expresaba como un encendido defensor y difusor de esa vida criolla.

ENRIQUE UZAL

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 55 – 29/04/2012
Con su licencia, paisano!
Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si hablamos de “Poetas Criollos… y otras yerbas”.



ENRIQUE UZAL. Nacía hace 120 años, el 4/03/1892, en San Miguel del Monte, y muy joven -no había cumplido aún 24 años-, el 3/01/1916 contrae enlace en Capital Federal, prolongándose en un único hijo, Enrique Nicanor.
Laboralmente, durante 30 años se desempeñó en la Aduana porteña, como “guarda almacén”.
Quienes lo frecuentaron y trataron, recordaban y evocaban su trato afable, su predisposición a la tertulia larga y el decir de sus versos. Se ha escrito que era “todo él síntesis sin par de nobleza, sencillez, cordialidad, honradez y amistad ancha…”.
Es hombre maduro cuando llega al libro. Corre 1940 y aparece “Tientos Sobaos”, con palabras introductorias de sus íntimos amigos Salvador Riese y Osvaldo Sosa Cordero; y en 1948 nace su segundo libro, “Rezos Pampas”, éste con comentarios del “Patriarca de los Gauchos”, Don Santiago Rocca, entre otros.
Con cariño se refirió a sus libros llamándolos “manojos de humildades”, sin saber, quizás, que en ellos legaba al mañana un riquísimo compendio de expresiones populares.
Como buen criollo bonaerense, era un hombre identificado con la forma de ser y sentir del hombre de la campaña porteña. Su expresión poética es fluidamente campera, campeando en cada uno de sus versos esa sencilla realidad paisana (del hombre y del paisaje), capaz de hacer retozar de gusto, el corazón de quienes disfrutan con fruición del verso gaucho.
Consustanciado con la temática criolla supo recrearla con facilidad y acierto, y supo también, impregnar su composición con coloridas expresiones de sana picardía, muy acostumbradas en el hombre de la campaña.
Si bien son notables sus décimas y sonetillos (la estrofa del soneto escrita en versos octosílabos), incursionó con calidad en las “prosas poéticas”, forma expresiva que utilizara habitualmente Don Artemio Arán, como así mismo en versos de arte mayor como el propio soneto y cuartetos.
En 1948 su poema “Un tal Lisandro Maidana”, mereció 1º Premio del Certamen de Temas Gauchescos organizado por el Centro de Residentes Riojanos.
Sabemos también, que a más de sus libros, 17 temas fueron editados en partitura, entre ellos el tango “Yo sé de tu tristeza”, y 7 de ellos registraron grabaciones.
Un 25/04/1954 -hace 58 años-, poco tiempo después de haber sido homenajeado en un teatro porteño por amigos y simpatizantes, fallecía en Buenos Aires a los 62 años de edad.

sábado, 4 de agosto de 2012

Del Poeta TITO URNISSA


Cuando en charlas con amigos cae al rodeo de la palabra el apasionante tema de la poesía gauchesca (o para ser más exacto “en estilo gaucho” como prefería expresarlo Don Fermín Chávez), siempre afirmo que cortando un lote de diez poetas que resulten representativos de los últimos siete lustros y que actualmente estén en la brega, yo tengo cuatro o cinco nombres que por su estilo “campero” no pueden faltar en esa lista. Y entonces nombro -sin que se de significado al orden- a: Julio Héctor Mariano (1957, Alvarez Jonte, Magdalena; radicado en La Plata), Carlos Alberto Loray (1949, Cañuelas), Alvaro Istueta Landajo (1938, Gral. Belagrano; radicado en Capital), Guillermo Alcides Villaverde (1941, Henderson; radicado en Ensenada) y Juan Ricardo Urnissa.
Y de esta nómina quiero en particular referirme al último, porque resulta que el pasado mes de noviembre ha dado a publicidad su nuevo libro: “Pa’ Que Mi Raza No Muera - versos criollos”.
Pago gaucho el de “Las Flores”, o por mejor decir y nombrar a su población principal, el del “Carmen de Las Flores”; y ¡qué lindo suena!, cuanta resonancia a campaña de ayer.
Y de allí es Tito Urnissa, porque al poeta en cuestión, los amigos y la gente del ambiente así lo llaman: Tito Urnissa.
Nació el paisano en 1945, en la estancia en que su padre era encargado, “Los Álamos”, ubicada en el Cuartel 3º y a unas cinco leguas del pueblo, en vecindades de las estaciones Newton y Rosas del antiguo Ferrocarril Roca, siendo sus padres Da. Manuela Algañaraz y D. Juan Gregorio Urnissa. Y casi por un cuarto de siglo hizo vida rural, hasta que en busca de mejores posibilidades desensilló en el pueblo (la Ciudad cabecera), donde aquerenciado alzó el rancho, formó familia y se prolongó en dos renuevos, que son ¿por qué no?, los que le hacen decir “pa’ que mi raza no muera” aquí les dejó un mandato.
Ya en 1988 había dado a conocer “Al Tranquito Por La Güeya”, pero el tiempo, que nada sabe de sentarse en la retranca, ponía cada vez más distancia con aquel libro, y al poeta, por más que quería, que deseaba y que ¡lo necesitaba!, se le hacía difícil volver a publicar.
Pero a veces a la justicia le sale un tirito para el lado de la gente, y la Dirección de Cultura Municipal encaró la publicación de la obra, dentro del plan de conmemoración del Sesquicentenario de la Ciudad. Y apareció en el mes de la Tradición, “Pa’ Que Mi Raza No Muera”.
Lindo libro. Leerlo nos trae aromas de campo; y se lo lee de un tirón, lo que significa que es ameno, interesante, bien escrito.
Tito Urnissa es un profundo conocedor de la vida rural, no porque la avistase en los libros, sino porque la vivió y es, aún hoy, un frecuentador de la misma. Entonces, hablar en verso de una varilla de alambrado, de un candil, de un boliche, del recado, del fogón o un cencerro, le resulta fácil, lo canta y lo cuenta con naturalidad, esa que muchas veces le falta a buenos poetas que bien escriben, pero lo hacen desde atrás de un escritorio. En cambio Tito, como sentado en la matera desgrana sus rimas.
Cuarenta y cuatro temas le dan cuerpo y contenido a las 110 páginas del libro, versos todos, que al mejor estilo de Pedro Boloqui los podemos dividir en dos grupos, casi en partes por igual, en “estilo nativista” (aquellos que desarrollan el tema siguiendo el habla habitual) y en “estilo gaucho” (aquellos que reproducen el habla de raíz gaucha).
Dice al modo primero, erigiendo la defensa del aborigen en “Indio Hermano”: “El indio, viril figura / de esta tierra americana / va con rumbo a ese mañana / donde espera la extinción, / debemos reivindicarlo / más allá de la memoria / porque no es como la historia / tantas veces lo mostró.”
Dice en “estilo gaucho” en “Fogón Muerto”: “Fuiste’scuela pa’l gauchaje / donde’nseñaba la vida, / la maestra más estruida / que ha’bido en todo el paraje, / ahura sos solo un tatuaje / con que un tiempo fue marcao / y aunque no te haiga rodiao / quien hoy este suelo pisa, / removiendo tu ceniza / ha de hayar nuestro pasao”.
Los versos de Tito han sabido alzarse varias veces con el Primer Premio en certámenes temáticos en el orden provincial, y el libro recoge cuatros de esos temas, a saber; “Fogón Muerto”, “Cencerro”, “Gaucho” y “Caye Cortada”.
Desde las “Palabras al Lector” que abren el libro, el autor nos habla de su sencillez y de sus simples versos camperos y las modestas páginas, pero bien dice con firmeza cuando enarbola el verso: “...ser modesto y saber algo / y no ser pura parada” (“De Tal Palo”, pág. 17), evitando de esa manera el problema de “...árbol de raíz cortada / cualquier viento lo voltea” (“Mal Rumbo”, pag. 53).
Opina que no por ser tradicionalista quiere entorpecer el progreso, al contrario, ¡bienvenido sea!, lo que no acepta es que el modernismo conlleve el olvido de nuestras costumbres y cultura, y por eso desde el verso reflexiona  “...se me hace al paso que vamos / que cuanto más avanzamos / somos menos argentinos”. (“Cencerro”, pag. 62).
En esos versos que rotula “simples”, sabe entreverar muy logradas figuras, de alto vuelo diría, y a modo de ejemplo destaco la que expresa cuando evocando el recado que ya no ensilla, entona: “...en más de un lomo matrero / de ariscas cruces bagualas / lo mismo que luces malas / habrá cruzao campo abierto / y hoy como un pájaro muerto / sus bastos pliegan las alas.” (“Ensiyando Recuerdos”, pag. 64); o aquella otra alusiva al viejo fogón campero que no se enciende, ante el que “...se arrodilla la tristeza / en la cruz de un asador.” (“Fogón Muerto”, pag. 60).
Buen poeta este Tito Urnissa de Las flores; el mismo que al modo de Fierro cuando dijo “No se ha de llover el rancho / en donde este libro esté.”, canta seguro:

“Aunque me guste vivir
 ya no le temo a la muerte,
al irse mi cuerpo inerte
del todo no he de partir;
siempre vivo he de seguir
con mis versos por ahí,
en los libros que escribí,
en árboles que planté
y en mis hijos dejaré
quizás lo mejor de mi”.
                                                                (“Sin Derecho Ni Revés”, pag. 70)
¡Bienvenido “Pa’ Que Mi Raza No Muera”!
Y a aquellos que quieran conocerlo les decimos que el teléfono del poeta es (02244) 45.1504.
La Plata, 31/12/06 – 1º/01/07
(Publicado en "Revista De Mis Pagos"  Nº 28 - 02/2007)