miércoles, 23 de noviembre de 2011

¿CHASQUI o CHASQUE? Una Cuestión de Regionalismos

Para quienes hemos hecho del tradicionalismo un estudio continuo y permanente de los disímiles aspectos que hacen a la cultura nativa -esa que tiene en el gaucho el epicentro de sus sucesos-, es cosa sabida que la amplitud y diversidad de nuestra geografía Patria, ha brindado la posibilidad para que un mismo hecho se designe de distinto modo en lugares distantes (p. ej. el artesano del cuero es “soguero” en la región pampa y “guasquero” en el litoral); o que una misma pilcha adquiera formas distintas de un lugar a otro por las necesidades del terreno (p. ej. el liso recado de la llanura, y el de alto arzón trasero del hombre cordillerano; o el estribo abierto del primero, y el de embocadura cubierta del segundo); o que una misma danza asuma variables vaivenes de acuerdo a la zona en que se la practique (p. ej. el malambo rítmico y vivaz en un paisano del norte, se transforma en silente y cadencioso cuando lo interpreta uno de la llanura).
Y a esta dicotomía, que podríamos seguir enumerando en extensa lista, centralizaremos para el presente, en el sonido fonético de la palabra que designó desde antiguo en nuestro amplio territorio, al portador de mensajes, concretamente nos referimos a las voces “Chasqui” y “Chasque”, haciendo hincapié que en la amplia región del litoral y la llanura ha sido la segunda expresión la más difundida y utilizada por el pueblo.
No hay dudas que la expresión “chasque”, tiene su origen en la palabra “chasqui” de la lengua quichua, donde con dicha voz se designaba al individuo que llevaba mensajes, desplazándose a pie, quien después de cierto tramo entregaba el mensaje a otro correo en una verdadera carrera de postas, cubriendo así, con rapidez, grandes distancias, y constituyendo el más importante sistema de correspondencia en el vasto territorio del imperio incaico. Esto en cuanto al significado de la voz.
Respecto de su grafía y fonética, dice don Domingo Bravo en su libro “El Quichua en el Martín Fierro” (1968), que el quichua peruano lo registra como chaski y los quichuas ecuatorianos y santiagueño como chasqui, y de la misma manera lo registra el Diccionario de la Real Academia, dándola como “voz propia del Perú”.
Por otra parte, hemos comprobado que cualquier diccionario enciclopédico de uso familiar, contiene las dos expresiones “chasqui” y “chasque”, bajo la denominación de “americanismo”, refiriendo en la primera, la definición de “mensajero”.
Ahora bien, el “Diccionario de Argentinismos” de Diego Abad de Santillán, aclara: “Chasque: m. Del quichua chasqui, correo, mensajero. ‘Chasque’ es la forma castellanizada y la más corriente en el litoral. Durante las luchas de la independencia se aplicó este nombre al jinete encargado de llevar comunicaciones urgentes. Generalizado su uso, se empleó en la vida civil y especialmente en la rural, para designar a toda persona que llevaba un mensaje, a caballo, reemplazando en el uso a lo que se decía ‘un propio’. Por extensión suele usarse también la voz en la acepción de mensaje: ‘me mandas un chasque’, por decir una esquela, unas líneas, un mensaje.”
Volviendo al quichua recordemos, que su área de dispersión dentro de las fronteras de nuestro país, se extendió por las actuales provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, Córdoba y Santiago del Estero, y que unas cuantas voces pasaron a engrosar el habla de los argentinos siendo en la actualidad de uso corriente, como p. ej.: cancha, chacra, chaucha, china, pucho, pampa.
Ahora bien, algunas voces quichuas que se incorporaron al uso diario, sufrieron un inconsciente proceso de ‘castellanización’ más que nada, por razones de comodidad fonética, y si bien no quizás de un modo uniforme en todo el país, si al menos en algunas regiones. En este punto, y ante cualquier eventualidad, damos por sentado el reconocimiento de distintas regiones, visibles desde ya por la propiedad de usos y costumbres característicos.
Brevemente fundamentaremos lo anterior, recurriendo a la cita de una docena de testimonios, principalmente del Siglo XIX, y a algunos autores a los que no se podrá tildar de ‘ligeros folcloristas’ creadores de infundados neologismos.
Intentaremos llevar los ejemplos con un mediano orden cronológico.

1º) Principiaremos por Jorge B. Rivera, quien en su libro “La Primitiva Literatura Gauchesca” (1968), recoge a página 67, las quintillas de José Prego de Oliver -estimadas de 1798-, y en ellas, más precisamente en la número 17, expresa: “O que despachase un chasque”. Página seguida, al desarrollar notas explicativas del texto, dice al respecto que: “Chasque era el jinete que recorría grandes distancias como correo, llevando cartas, pliegos, gacetas y partes militares”; como se aprecia, no trae a colación la expresión con fonética quichua.
2º) Alvaro M. Martínez en página 30 de su “San Carlos de Bolivar” (1966), al transcribir textos del diario de viaje que durante la expedición a las Salinas Grandes llevara el Cnel. Pedro Andrés García, refiere éste que el 3 de noviembre de 1810: “Enseguida llegaron varios enviados de los caciques de Salinas, manifestando que Lincon había despachado chasques a todos los caciques de la comarca,...”
3º) En un folleto en verso fechado en 1825, anónimo, y que recoge Félix Weinberg en página 107 del libro “Trayectoria de la Poesía Gauchesca” (1977), se puede leer como nota introductoria que hizo su desconocido autor: “Graciosa y divertida conversación que tuvo Chano con el señor Ramón Contreras, en la que detalla el primero las batallas de Lima y Alto Perú, como asimismo las de la Banda Oriental, habiendo estado cerca de ambos gobiernos con el carácter de comisionado y ahora acaba de llegar de chasque del Sarandi”.
4º) De la correspondencia cursada por el Brigadier Estanislao López, traemos a colación la carta que en mayo de 1835 remitiera a Juan Manuel de Rosas, con motivo de desvirtuar las sospechas que pretendían vincularlo a la tragedia de Barranca Yaco: “Ninguna relación había tenido yo con don Pancho Reinafé que mereciese la pena de ocuparse de una correspondencia, y ella es que, poco antes y después de la desgracia del general Quiroga, ese hombre me mandó un diluvio de chasques seguidos, y casi todos ellos tan sin asunto que ni contestación exigían.”
El historiador Antonio Zinny en su libro “Historia de los Gobernadores de las Provincias Argentinas” hace alusión a dicha carta, que vuelve a reproducir Félix Luna en la página 126 de “Estanislao López”, libro integrante de una colección que dirigiera para Editorial Planeta.
5º) El 29 de marzo de 1841, el Cnel. Pedro Rosas y Belgrano escribe: “Más como con fecha 13 del corriente se les entregaron y marcharon los chasques enviados por el Cacique Painé con la primer remesa de dos mil cabezas que S.E. les había ofrecido”; tres veces más repite en la misma carta la voz en cuestión, y resulta una palabra bastante usada en su correspondencia oficial. Esto se puede apreciar leyendo “Pedro Rosas y Belgrano, el hijo del General” (1973), de Rafael Darío Capdevila.
6º) Continuamos refiriendo que el muy versado en temas rurales don Juan Manuel de Rosas -dejemos a un lado la política-, en la muy minuciosa “Administración de Estancias y Demás Establecimientos de la Campaña de Buenos Aires” (1856), al referirse al cuidado del yeguarizo, dice: “Los caballos que deje un chasque deben atarse en lugar seguro...”.
7º) Don Justo P. Sáenz (h), quizás uno de los más interesantes estudiosos de lo gaucho que vio el pasado siglo, en el mes de agosto de 1954, publicó en la Revista Raza Criollo, bajo el título de “El caso del Chasque Acosta”, la transcripción de una nota periodística sin firma, aparecida en el diario “El Nacional” del 4 de julio de1856, en la que se relatan las peripecias de un intento de colonización a siete leguas de Bahía Blanca, la que en su segundo párrafo reza: “No hace aún un mes que los indios han muerto y cautivado cuatro hombres que salieron de aquí, de chasques para Buenos Aires y en que iba el pobre moreno Acosta a quien dicen que han muerto tomando prisionero a los otros. Este Acosta fue el primer chasque que...”
El texto continúa narrando los sucesos, pero al hacer Sáenz una interrupción para clarificar el tema, acude a Alfredo Ebelot (1839/1920), quien sobre el particular expresó en su libro “La Pampa” (1890): “No todos los chasques mueren degollados. Algunos perecen de sed.”
8º) En el diario “La Tribuna” del 26 de noviembre de1861, con motivo de la Batalla de Cañada de Gómez, se publica una carta donde se lee: “Hay muchos jefes y oficiales muertos y prisioneros y si ocurres al Ministro, él podría mostrarte la gran lista que por este mismo chasque le remiten...”; la misiva está fecha en Rosario, tres días antes, y va dirigida de Ricardo a Mariano. Se encuentra citada en un artículo del ya aludido Sáenz publicado en La Nación en agosto de 1966.
9º) Don José Hernández, en su siempre potable “Martín Fierro”, utiliza una vez la voz de marras, poniéndola en boca del Sargento Cruz, más precisamente en el Canto X (verso 1795, estrofa 19), cuando relatando sus penurias, canta: “A cada rato de chasque / me hacía dir a gran distancia.”
10º) En el diario La Prensa, con fecha 27 de abril y 4 de mayo de 1883, aparecen las noticias que brinda un corresponsal, con motivo de algunas zozobras vividas en el interior porteño, y así en la primera se lee “...desprendiendo chasques a las poblaciones en busca de baqueanos...”, e informa la restante: “No me detuve en Trenque-Lauquen a hacer chasques para pedir baqueanos...” tal cual lo hemos apreciado en el libro “Estancias Viejas” (Cap. XIX), de Don Carlos Antonio Moncaut.
11º) Don Martiniano Leguizamón, erudito entrerriano en cuestiones de cultura nativa, incluye en su libro “Recuerdos de la Tierra” (1896), un memorioso trabajo en el que evoca la figura y personalidad de un mensajero que conoció de niño; y a pesar de iniciar el primer párrafo diciendo “Fue tal vez el último representante en mi tierra de aquellos ágiles correístas que los Incas tenían apostados hasta en los más alejados confines de su vasto imperio...”, no le tiembla la mano al momento de bautizar su escrito y lo titula “El Chasque”.
12º) Por último, abordemos el libro de mayor difusión entre los curioso del costumbrismo, me refiero a “Vocabulario y Refranero Criollo” (1945), de Tito Saubidet, y allí registra su autor las dos formas de la expresión, apareciendo primero por una cuestión alfabética chasque definida como “Del quichua chasqui. Correo de urgencia y de a caballo”, luego “chasqui” referenciando a chasque para encontrar el significado. ¿Queda claro cual era la voz más usada para este investigador?
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Creemos con lo expuesto, haber fundamentado lo suficiente la difusión de la expresión de origen quichua, castellanizada a chasque en la amplitud de las regiones litoral y pampeana; pero como las comunidades no se atan ni obligan a los dictados de una gramática o academia, dejamos abierta la posibilidad de que haya quienes la puedan pronunciar en el sonido original, sobre todo teniendo en cuenta la gran inmigración interna del noroeste hacia la pampa.
Por último, intentando un broche para cierre de este breve comentario, digamos que dentro de la variedad de rebenques que reconoce la usanza gaucha, existe uno de cabo hueco, utilizado como lugar de resguardo y seguro ocultamiento para el transporte de mensajes secretos o muy reservados; a los mismos se los reconoce, se los clasifica y se los exhibe en los museos como “Rebenque Chasquero”, lo que de por si hace derivar la expresión de la voz chasque, pues de derivar de “chasqui” la denominación hubiese sido “Rebenque Chasquiro”; ¿...o me equivoco?
La Plata, 19 de Julio de 1996

Nota: tómese por bibliografía los títulos mencionados en el texto.



(Publicado en el Nº 72 de "El Tradicional")

martes, 22 de noviembre de 2011

LA AUTENTICIDAD DEL "MATE DE GUAMPA"

Cuando se habla de usos, costumbres y cuestiones tradicionales, existe la posibilidad de disentir, ya que los mismos varían según la región y a veces, según “el pago” dentro de una misma región, y fundamentalmente porque no se atan a reglamentación alguna y sólo responden a una expresión de vida, como manifestación de una determinada cultura.
Y en los encuentros con amigos gustadores de los temas criollos, a la vera de un fogón o en la mesa acogedora en torno de la vuelta del mate, común es surjan opiniones sobre algunas dicotomías como, ¿qué es lo correcto?: ¿chasqui o chasque?, ¿surero o sureño?, ¿doma o jineteada?, ¿corrida o carrera de sortija?, entre otros muchos temas.
Y así, en algún, momento se planteó la duda sobre la autenticidad o no, del mate de guampa.
Personalmente nunca dude de su existencia, en virtud de que desde las más primitivas comunidades que jalonan la evolución del hombre, se ha enarbolado el uso del hueso y cornamenta de los animales que le brindaban la subsistencia, tanto en la construcción de armas como en la de utensillos de primera necesidad.
Muchos de los usos y costumbres que hoy reconocemos como nuestros o nativos, vinieron con el conquistador español y en esta tierra se amoldaron, se adoptaron a una nueva cultura en formación, tomando identidad propia.
Pero ante la falta de peso de mi opinión, recurro a la palabra de Rafael Jijena Sánchez, para copiar textualmente su expresión: “El arte de trabajar el cuerno nos vino de España, heredera a su vez, como toda Europa, de la milenaria artesanía del hueso, del asta y del marfil, ya conocida y lograda por los egipcios; la misma que, entre los gentiles, labra los ‘cuernos de la abundancia’, los vasos de asta llamados ritones y adquiere en la Edad Media máxima dignidad y suntuosidad en el olifante de los nobles y guerreros...”. Aclaremos aquí que por olifante se entiende “pequeño cuerno de marfil de los caballeros”.
A tal punto está definido el uso del cuerno en la Edad Media, que a los artesanos especializados en su trabajo se los conocía como “cornuarios”, o sea, que tenían una denominación que los distinguía de otros oficios.
En consecuencia, tan antigua artesanía, junto con el conquistador llegó a América, donde por cierto, por decirlo de alguna manera: se acriollo, como que criollos fueron los hijos de españoles nacidos en estas tierras.
Ampliamente conocida resulta la actividad evangelizadora de los jesuitas, de tal magnitud y con tanta organización, que llegó a convertirse en un poder imposible de no ser tenido en cuenta o ignorado por el poder central. Las Reducciones lograron su autoabastecimiento, en base a que los religiosos instruyeron y formaron a los guaraníes en los distintos oficios.
Por eso, de la mano del Padre Sánchez Labrador se puede decir que hacia fines del Siglo XVII (centuria del 1600-1699), entre otras importantes ‘oficinas’ de las Reducciones Guaraníticas, funcionaba la de cucha apohava o sea la de ‘artesanos en cuerno’. “Hacen peines, cucharas, cajas de tabaco, vasos de varias formas y los que llaman mates. Tienen un modo de bruñir el cuerno, que parece un vidrio en lo transparente y terso”.Lo antes dicho certifica de alguna manera la antigüedad del uso del mate de guampa entre nosotros, con un valor agregado, como es el de mostrar su existencia y por ende su uso, en la región en que el fruto de la lagenaria vulgaris -la célebre calabacita que recibe el nombre de la infusión- no resulta difícil de conseguir.
Puede afirmarse que en las ciudades coloniales y posteriores, predominó el uso de las calabazas, ya sea en su forma más simple o bien ornamentadas con plata, como también los mates íntegramente de ese metal, de porcelana o madera; pero en las zonas rurales y en determinados oficios camperos, tayó la calabaza (en sus diversas formas: perita, galleta, poro) y también anduvo misturando su presencia el mate de aspa o mate de guampa.
Decimos “aspa” en lugar del español asta que significa cuerno, ya que la primera fue voz más difundida en la campaña y así se denominó a las distintas piezas confeccionadas en material corneo, por ejemplo: cuchillo cabo de aspa, estribos de aspa, cuchara de aspa.
Esta expresión sería de origen quechua y de allí su difusión.
Puede asegurarse que “aspa” y “guampa” funcionan como sinónimos para denominar los elementos antes citados.
El recipiente en sí es un trozo de cuerno, al que se le cierra el extremo mayor con una tapa de madera, quedando el lado opuesto de menor diámetro, como boca.
Conocido es el uso de las grandes guampas utilizadas para transportar agua o alguna bebida espirituosa; estos recipientes que se portaban colgados en la cabecera del recado o bien terciados a la espalda, recibían el nombre de “chifle” y solían ir acompañados de otro recipiente más pequeño, construido del mismo material, al que se denominaba “vaso de aspa o guampa”, en el litoral y cuenca del Plata, y “chambao” en el norte; al respecto, Lisandro Segovia, en su “Diccionario de Argentinismos” (1911) dice que el mismo “sirve de vaso y para algún otro uso”.Entre estos podemos apuntar que “...la aloja, fermento de algarroba se tomaba en guampas-vaso de asta de buey...” (El País de la Selva, Ricardo Rojas), o que en el viejo Paraguay era “El tereré, cebado en largas guampas...” (Carlos Zubizarreta, Estampas Paraguayas), y agrega Assunçao que en su Uruguay natal también se lo usó “para tomar té de yuyos con bombilla”.
Inclusive su uso estuvo asimilado en las tribus pampeanas, como lo describe Mansilla en su muy difundido “Una Excursión a los Indios Ranqueles”, cuando hablando de la pobreza de estos, refiere: “No tienen jarros, unos cuernos de buey los suplen. (...) Una caldera no falta jamás, porque hay que calentar agua para el mate.”.Sobre este particular, el muy informado Federico Oberti, en el Cap. XXII de su encomiable “Historia y Folklore del Mate”, titulado “Plateros y Mates Pampas”, dice: “En lo tocante al mate como recipiente para beber la infusión, nuestros indios cuando lograban en obsequio algunos tercios de yerba, disponían de ella en toscos recipientes de asta, y las bombillas nunca pasaban de piezas de latón estañado.”.Claramente se ve por lo hasta aquí expuesto, que el práctico utensillo de aspa estaba ampliamente difundido en nuestro suelo patrio, como en países vecinos, a los que podemos sumar Chile, donde el vaso o jarro confeccionado con un trozo de cuerno vacuno, al que se obtura con un taco de madera la sección de menor diámetro -que sirve así de base-, se conoce con el nombre de “guámparo”, y si bien no se lo usaba de mate, demuestra el uso de la guampa para la construcción de algún rústico utensillo de la vajilla criolla.
Si bien como afirma D. Granada en su libro “Antiguas y Nuevas Supersticiones del Río de la Plata”, “el vaso de asta” fue muy usado en la época colonial, las referencias tradicionales nos lo trae muy ligado a la vida de los troperos y reseros -¡oficio gaucho entre los gauchos!-, a punto de darle su nombre a determinado tipo de este utensillo, y así nos llega como “vaso de tropero y/o resero” (según la zona), con el uso indistinto de jarro para tomar agua o mate para entonarse con unos amargos.
A este “mate de guampa” también se lo llamó “medio chifle” en el litoral mesopotámico y en la región bonaerense.
Pero volviendo a las referencias citadas en el párrafo anterior, el mercedino Enrique Rapela describe: “Los reseros, pobres de solemnidad casi siempre, llevaban su mate, hecho de “guampa” con cintura y boca de metal sujeto al cinto”; Francisco Scutellá, el estudioso de las cuestiones materas, dice algo parecido, como que “el mate del arriero pobre (...) por lo general estos son de asta” y agrega una variante en la forma de portarlo: “y mediante una cadenita o tiento el paisano lo llevaba pendiendo del fiador”.En una descripción sobre los quehaceres de “El Tropero”, hace mas de 50 años contaba Fernán Silva Valdés: “Sabemos que el gaucho llevaba su cama en el propio apero, pero el tropero tenía que llevar algo más aún; y entre ese algo más se destacaba la calderita o pava para el agua del mate, colgada en la cincha. En las maletas, además de alguna muda de ropa, el mate y un poco de yerba.
El mate a veces era un vaso de guampa, que llevaba colgado de un lado de la cabezada del lomillo o silla de montar, y entonces le servía a la vez para tomar agua de a caballo al vadear los arroyos”.
Fácil es sacar como conclusión, que lo resistente de su material lo hizo preferido entre hombres abocados a cumplir rudas tareas, donde no faltaban pechazos, paleteadas, furiosas atropelladas y hasta, por qué no...?, alguna rodada, de las que un mate de guampa tenía mayores posibilidades de salir indemne que una calabacita o una galleta.
Para no dejar dudas, vale evocar al investigador Assunçao cuando explicando sobre el jarrito de guampa o vaso, dice: “Un cuerno cortado cortón (12 a 15 cm. de largo) con el extremo más ancho cerrado con una tapa de madera (...) en nuestro medio se usó, principalmente, como mate...”El mismo autor, referenciando el escrito “Guampas, cuernos, aspas, astas. Todo Lo mismo”, de su coterráneo Roberto Bouton, transcribe: “La guampa en el campo se usa y se presta para innumerables usos (...) serruchada y con un fondo postizo de madera de ceibo o sauce mimbre (se la emplea), como vaso y hasta como mate.”En varios de los libros aludidos en este artículo, los autores acompañaron sus dichos con fotos o ilustraciones y así observamos los que dibujara el propio Rapela, o los dos vasos de tropero y un mate de guampa que Federico Reilly pintara para el libro de Assunçao; Tito Saubidet -autor al que no hemos mencionado- en la página 239 de su “Vocabulario y Refranero Criollo” muestra dos ejemplos de ‘mate de resero’, ambos de guampa, uno, con cadena para sujetar al cinto. Francisco Scutellá y Federico Oberti ilustraron con fotografías, y así se ven dos ‘mates de guampa’en el libro del primero, y por lo menos tres dentro de una vitrina en el del segundo, pertenecientes a sus propias colecciones.
El segundo de los autores antes nombrado, en la página 269 de su ya citado libro, Cap. XVI titulado “Cuadro Sipnótico del Mate”, menciona 23 tipos de materiales utilizados en la confección de mates, y allí aparece incluido el asta.
Dentro de esos materiales, hay varios llamados incurables, como por ejemplo: la plata, el vidrio, la loza, la cerámica. Pero no es el caso de la guampa, ya que debidamente descascarada por dentro y bien lavada, cargado el recipiente con yerba usada, la que se irá reemplazando a lo largo de varios días, ayudará a que su contextura quede impregnada con el sabor de la yerba, y así puede considerárselo “curado”.
De intención ha quedado para una cita final el entrerriano D. Amaro Villanueva, a propósito de que fue él quien publicó en 1938 el primer libro dedicado al mate.
De la recopilación de sus escritos sobre el tema que editara Félix Coluccio, extraemos algunos párrafos de la página titulada “Mate de Asta”, en el Capítulo “Los Mates”.
Dice Villanueva: “Este es un sustituto criollo y de origen evidentemente pampeano (...) el mate de asta es hermano del jarro de cuerno o guámparo y del chifle...
La invención fue original y proporcionó al pastor trashumante un recipiente durable, aunque no del todo apto para el fin a que se lo destinaba, pues aún cuando se lo usara para tomar mate dulce, la curvatura natural del asta dificulta la movilidad de la bombilla y, en el caso de cebar amargo, la forma tubular no favorece el ajuste de la cebadura.
Peores cosas y mucho más grave pasaba el gaucho, no obstante, para mostrarse delicado ante detalles de una creación que le permitía, al menos, satisfacer su indeclinable afición a yerbear”.
Nótense curiosas objeciones ‘técnicas’, pero ninguna referida a la condición de incurable, que alguna vez escuchamos con sorpresa.
De mi propia experiencia aporto lo visto y vivido cuando “muchachito chico”, como decía mi abuelo.
Mi padre, que era dado y habilidoso para las artesanías criollas, había confeccionado uno con un trozo de guampa más vale chico, mate que usamos habitualmente por mucho tiempo, hasta que un mal golpe lo fisuró. Por el colorido del aspa podría decir que era aquel un mate ‘overo’. En su reemplazo había preparado otro de mayor tamaño, de un solo color (‘lobuno’, se me antoja), al que le faltó cerrarle el fondo con un taco de madera, por eso allí quedó inconcluso..., aunque esa es otra historia, pero ahora hago una pausa porque me voy a tomar unos amargos en el mate’e guampa que me regaló mi ahijada.

Bibliografía PrincipalSilva Valdés, Fernán – Temas del Folklore. El Tropero – La Prensa, 16/03/1947
Mansilla, Lucio V. – Una Excursión a los Indios Ranqueles (11/1949)
Jijena Sánchez, Rafael - El Chifle y El Chambao (12/1955)
Terrera, Guillermo A. – El Caballo Criollo en la Tradición Argentina (5/1970)
Saubidet, Tito - Vocabulario y Refranero Criollo (9/1975)
Abad de Santillán, Diego - Diccionario de argentinismos (1976)
Rapela, Enrique – Conozcamos lo Nuestro (12/1977)
Oberti, Federico- Historia y Folklore del Mate (1/1979)
Assunçao, Fernando – Pilchas Criollas (8/1979)
Scutellá, Francisco – El Mate – Bebida Nacional (1989)
Urnissa, Tito – Al Tranquito por la Güeya (6/1989)
Villanueva, Amaro –El Mate: el arte de cebar y su lenguaje (1993)
Devincensi, Roberto M. – El estribo arequero (1999)


(Publicado en el Nº 71 de "El Tradicional")