lunes, 28 de marzo de 2011

CÉSAR CORTE CARRILLO: ¡Estampa de Patriarca!


Y parecería ser que los jujeños tuvieran predilección por Tolosa. César Corte Carrillo nació en Jujuy el 9 de noviembre de 1922; de larga prosapia provinciana, como que un ancestro suyo ya andaba por Salta a fines del S. 15. Su padre, el Prof. Manuel Florencio Corte, fue rector del Colegio Nacional, Presidente del Consejo General de Educación y también vicegobernador de Jujuy.

Tras cumplir el bachillerato y cuando solo tenía 19 años, César, viajó a La Plata para realizar el Doctorado en Ciencias Naturales, carrera que abandonó casi al final, no así a la capital provinciana que adoptó definitivamente.

En la bohemia universitaria se vincula al movimiento literario de entonces -generación del 40-, despuntando sus inquietudes en cuentos y poemas, que incentivado por Carlos Albarracín Sarmiento, acercará al El Día y aparecerán en la sección “Prosa y Verso”, y con el tiempo, también en la Revista de la UNLP, revista “Nativa” de Díaz Usandivaras, diarios Nueva Provincia de Bahía Blanca, El Tribuno de Salta, La Prensa y La Nación de Capital, y revista Autoclub, entre otros medios.

Ya a su llegada -1941- participa junto a otros inquietos coterráneos de la fundación del Centro Universitario Jujeño, el que les ayudará, con música y canciones terruñeras a sentirse cerca del pago, y un lustro después forma parte de la creación del Conjunto “Achalay”, muy reconocido en el incipiente movimiento folclórico de entonces.

Laboralmente fue funcionario de la Administración Pública provincial, jubilándose como Director de Relaciones Públicas del Ministerio de Obras Públicas. De entonces supo contarle al Dr. Horacio Castillo: “Como funcionario batí un record: en los años 60 fui secretario privado de cinco ministros, a entera satisfacción”.

Solo se alejó de La Plata por un tiempo y por razones laborales, en la década del ‘70, cuando fue designado Director del Archivo General de la Provincia de Jujuy.

En 1961 aparece su primer libro “Jujuy en la Memoria” editado por el Ministerio de Gobierno de su provincia natal; en 1982, para el Centenario de La Plata, da a la prensa “Extravíos y Hallazgos” (libro que mereció la Faja de Honor de SEP), y en 1983 el Instituto de Historia del Notariado le publica la conferencia “El Primer Funcionario Residente en La Plata, Escribano Carlos A. Fajardo”. Permanecen inéditos: “Obra Bifronte” (prosa y poesía), “Evocaciones y Relatos” y “Aproximaciones al ensayo”. Composiciones suyas como “Canto a Jujuy”, “Nativo”, “Para una pastora”, “Romance de Aparecidos” o “Carnaval Quebradero”, nos hablan de su claro, puro y cálido decir provinciano.

Casado con Sofía Victoria de Urquiza, a principios de la década del 50 se afincó y para siempre, en Tolosa (Avda. 13 y 525); el matrimonio se prolongó en una hija, María Victoria.

Será difícil de olvidar su presencia en los actos literario, en muestras pictóricas y en los tradicionales homenajes al Éxodo Jujeño, donde era figura infaltable y donde muchas veces fue orador de palabra larga, como que se sabía cuando empezaba pero era complicado calcularle el final.

Recuerdan “veteranos” del centro platense, su sereno paso por la Avenida 7, de cuidada “chiva” cana y tocado de bastón en los últimos tiempos; era la suya una estampa patriarcal.

A los 84 años, el 3 de agosto de 2007, falleció en La Plata.

(Publicado en el Diario El Día, Suplemento Nuestra Zona)

miércoles, 23 de marzo de 2011

La descarnada pureza del KOLLA MERCADO


Había nacido 80 años atrás en “la Tacita de Plata”, Jujuy, y todos o casi todos lo identificaban con Abrapampa, pero nacer-nacer, había nacido en la propia capital provinciana. Claro que desde pocos días después y por espacio de tres lustros vivirá en Abrapampa, junto a su abuela materna que lo crió, lugar también en el que cursará los primeros grados escolares.

Sí, estamos hablando de José María Mercado, “El Kolla” Mercado o simplemente “El Kolla” como se lo conocía en La Plata y en los diversos ámbitos por los que paseó su rica expresión cultural.

Hace prácticamente un año (se cumplirá el próximo 5 de marzo), jugó con la inaudita ocurrencia de irse, y aún sufrimos la consecuencia de su ausencia física.

Eligió volver a “la querencia” y después de recargar “las vistas” a más no poder, se echó a dormir el sueño largo en el barrio “tilcareño” de Pueblo Nuevo, en casa de sus amigos Titina y el Indio Gaspar, donde había recalado junto a su familia, buscando el paisaje y el afecto de los suyos.

Se revolucionó Jujuy con su decisión postrera de volver al pago; se inspiraron los poetas y se iluminaron músicos y cantores, que en un desfile continuo e interminable, durante días, le pusieron a las expresiones nativas la emoción más pura para emponchar al maestro, con el sentimiento del aprecio, admiración y respeto, irremplazable abrigo para el viaje final; y del mismo modo lo acompañaron en el inicio del mismo, a quena y charango, guitarra y caja, con coplas y bailecitos… como a él le gustaba.

Por entonces los diarios lugareños El Pregón y El Tribuno -entre otros-, día a día informaron sobre el Kolla y las continuas y emocionadas -y emocionantes- expresiones artísticas de amigos y admiradores.

Por propia decisión fue “platense y tolosano”. A la ciudad llegó hacia 1955, después de dejarse seducir por un comprovinciano que había vuelto al pago de vacaciones y le pintó la vida y el ambiente universitario de entonces. Y él, que ejercía en la puna el difícil oficio de maestro de escuela, temiéndole a la soledad y …el alcohol, acarició la quimera de estudiar agronomía, en cuyos claustros comenzó a cursar. Pero… la vida no es solo sueños y para vivir entra a jugar la economía, y el obligado trabajo lo llevó a abandonar la carrera y retomar la docencia.

Humilde y silencioso, cauto y sentencioso, a fuerza de pureza fue ganándose un lugar en el ambiente local, compartiendo y aprendiendo con “Los Cumpas del Tafí”, Domingo Mercado, “Los Changos del Xibi-Xibi”, Sumacay, Francisco Chamorro y otros, todos cultores terruñeros en tiempo de sus inicios, y como él “forasteros” en la capital bonaerense.

A partir del 60, todos los años volvió a su pago, ya para el carnaval, al principio, ya para el Tantanakuy, después.

Poeta y compositor, de su pluma e instrumento brotaron temas que adoptó su pueblo y conoció el mundo, como “Clavelito tilcareño”, “El aguilareño”, “Linda pumamarqueñita”, “La zamba del Huancar”, “Por el camino a Pirquitas, y el que sus mismos comprovincianos y colegas consideran ‘un himno’: “Soy de la Puna”. Que por algo el músico y amigo Gustavo Patiño, dijo: “El Kolla es un pilar de la música de la región -y agregó- nunca fue un artista célebre, pero sí un músico querido y respetado…”.

A nivel local son incontables los jóvenes que de su mano conocieron y se iniciaron en el acervo musical, y para explicarlo baste decir de su fructífera carrera docente en la Escuela de Danzas Tradicionales “José Hernández”.

Casualmente, hacia 1997, por gestión de Marta Arrola y su espacio radial “La Gente y sus Duendes”, se le tributó un homenaje en el salón Bernardino Rivadavia, y allí, Roberto Lindon Colombo, su amigo y director de la Escuela citada, refirió: “De pícara mirada / y labios peligrosos, / de manos presurosas / pa’ la feliz gauchada. / No hay escuela, hospital, / peña o puerta que se abra / que no haya vibrado / con tu magia y palabra”, a decir verdad, una poética postal del Kolla.

Y como corolario, repetimos lo que Horacio Castillo escribió en su “Quien es Quien” de El Día en 1996, al expresar que era “el espíritu de la puna entre los tilos platenses”.

Mi Anécdota

El 19/12/2009, debía presentarme en un acto la Delegación Municipal de Tolosa, más el mismo se suspendió sin aviso, enterándome al llegar al lugar; a los pocos minutos, acompañado por su hijo Ernesto -ya estaba enfermo-, llegó el Kolla. Charlamos un rato, y viendo que allí no pasaba nada, me dice: “¿Tenés algo que hacer…? ¿Vamos a casa a tomar una cerveza?”. Y ese día, yo que nunca lo había visitado, viví dos maravillosas horas escuchándolo. Tenía como una imperiosa necesidad de contar y mostrar cosas. Nunca fue más oportuna la suspensión de un acto.

Testigo de este encuentro, además de sus hijos varones, es el músico Servando Giménez. Posteriormente, días antes de emprender el viaje a Jujuy, sabiendo que me encontraba preparando un Diccionario Biográfico, me llamó para brindarme alguna información de primera mano.

Gracias Kollita por tu rico aporte a la cultura!

(Publicado en el diario El Día, Suplemento Nuestra Zona)

lunes, 7 de marzo de 2011

ANDINO ÁLVAREZ ¡todo un señor!


Han transcurrido veinte años desde aquel 6 de junio de 1981 en que repentinamente nos dejó ese poeta que se llamaba Osvaldo Andino Álvarez; tenía entonces 66 años y mucho por dar aún. Su cuna había sido Marcos Paz, donde naciera el 10 de marzo de 1920, sitio al que lo vinculaban un par de generaciones familiares, y pasó su adolescencia en Paso de la Patria, provincia de Corrientes.
Amante de las gauchas tradiciones argentinas, a las que conocía ampliamente, se destacaba como poeta costumbrista de la región pampeana.

Despacio, sin apurarme
y sin fama de cantor
voy orejeando la flor
que’l destino quiso darme,
siempre me gustó hamacarme
al compás de los que tocan,
de apurao hay quien desoca
el caballo que más quiere
y ansina el mismo se hiere
como el pescao, por la boca.

Vinculado desde la juventud a las expresiones terruñeras, al decir de E. M. Portorrico “Se profesionalizó como cantor tardíamente (1958) y en forma casual cuando trabajaba como adicionista en la Peña de Cerrito 34”.
Ante nuestra inquietud, ‘Negrín’ Andrade expresa que lo conoció por finales de la década del 50 en el ambiente peñero, después, “tocando el bombo junto a Mario Arnedo Gallo (...), intentamos un duo que después devino trío: “Los Mandingas”, ya con el aporte vocal del ‘Negro’ Abel Figueroa”, conjunto que marcó época, por repertorio y estilo, fundamentalmente en las noches porteñas. “Yo no soy cantor -dice ‘Negrín’ que Osvaldo le decía- vos me has convertido en cantor...”

Cualquier bulla no es cantar
ni cualquier copla es sentencia,
los años dan experiencia
si se sabe aprovechar,
quien se largue a bolacear
tiene un final muy cercano,
suele suceder paisano
que al primer desacomodo
le hagan borrar con el codo
lo que escribió con la mano.

Como dice el poema, siempre prestó especial atención en el canto, para que el contenido de éste no sea algo pasatista, sino para que por lo menos deje la imagen de un paisaje bien descripto.
En los años 60, cuando producido el gran movimiento folclórico se poblaron de guitarras argentinas muchos rincones del país, se abrió una ‘rendija’ para que el canto pampeano se mostrase, y con él comenzó a ganar nombre un joven santafesino llamado Alberto Merlo.
Cuando a éste le llega la oportunidad de grabar, nada puede expresar de ese repertorio del sur, pues los directivos de la empresa no le veían veta de ventas; pero para su segundo trabajo consiguió convencerlos y aquel larga duración se llamó “Semblanza Sureña” por aquella milonga que decía “Hoy quiero cantarle al alma / de la llanura sureña / como una tierna reseña / de un atardecer en calma.”, y aquellos versos eran de Andino.
De allí en adelante y por espacio de tres lustros, puede decirse que fue el letrista preferido de Merlo, como que tres de sus grabaciones recibieron el bautismo por una composición del poeta, a quien grabó unas dos docenas de temas.

Cantar de lo que se sabe
si no es gloria es gran prudencia
y mantener esa ciencia
en el campo es buena llave,
no habrá candao que se trabe
ni arisco que me lo baje
y no sufrirá el ultraje
vergonzoso por demás
tener que volver pa’trás
estando en medio del viaje.

Estudioso y conocedor por observación directa de los sucesos, se transformó en un celoso custodio de las tradiciones pampeanas, al tiempo que las engalanó con sus precisos y también floridos decires: “la algarabía temprana / que empluma el aire de trinos” (1); “Le canto al Río Salado / muriendo entre cangrejales”(1); “Usaba chambergo ‘e lana / la copa bombeada entera / pa’ evitar de’sa manera / formar una palangana” (2); “Con un cielo oscurecido / y el viento que pasa aullando” (3); “Silencios que guardan sombras(4); “mientras jugaba el vientito / con los flecos colorao.(5).
Estas virtudes suyas de hombre conocedor y sentioso, lo convirtieron en ‘número puesto’ en el anual encuentro de “La Fiesta de las Llanuras”.

Palabra que se ha soltao
ya nunca vuelve al silencio
y eso yo se lo sentencio
porque me apoya el pasao,
hay que tener gran cuidao
con la idea que se desata
suele costar fama o plata
si por falta de cordura
después de tantas posturas
salimos bailando en pata.

La filosofía que describen los versos arriba transcriptos, lo volvieron un aliado de D. Pedro Iribarne, hacedor de la Peña Nativista de Cnel. Dorrego y por ende de la “Fiesta de las Llanuras”. Y en ella, año a año, con señorío paisano y un medido y justo proceder, resultó el animador capaz de transmitir la esencia real de ese festival, para cada persona, conjunto o delegación que debía ocupar el escenario.
Claro que era más que eso, y en la rueda del mate o el fogón aquerenciador, cautivaba por el modo de su conversación destilando conocimientos sin altanería, y por su criolla socarronería volcada en un dicho o en una expresión oportuna y acertada. Al respecto acota ‘Negrín’: “Osvaldo siempre hizo gala de una buena información cultural. Lo supieron poetas escritores con los que solía reunirse. Llamaba la atención de cualquiera que estuviera a su lado, la remembranza de hechos históricos y su buena memoria de la poesía nativista”.
Y no es todo porque también escribió letras sobre ritmos de cuyo, el norte y el litoral; y si le tocaba entreverarse en un baile campero, campeaba en él una natural prestancia, sin poses ni alardes, que a pesar de sus años descollaba en una zamba, como si ni pisase, según nos ha relatado Manuel Rodríguez.

Por eso yo considero
que es mejor el ir despacio
y ocupar justo el espacio
que abarca mi propio cuero,
ni modesto, ni altanero,
simplemente sosegao,
sigo el consejo escuchao
de uno que estudió pa’ fraile:
es triste llegar a un baile
con el caballo cansao.

Se nos fue... sin previo aviso, sin anuncio alguno y sin despedirse, sorprendiéndonos hace 20 años, con esa sensación de cuerda de guitarra que se corta cuando estaba por ‘dentrar’ al punteo. Sin demostrar -o sin querer darse cuenta- que quizás se fue “gastando contra el filo de la vida!” como dijo al evocar “La Manta Peruana”.
Pero como quien en su paso por la vida deja algo que lo trascienda, no muere del todo, siempre andará Andino en la boca de un cantor (famoso o anónimo) recorriendo paisajes pampeanos, porque a él no ha de pasarle como al “Capataz de Arreo” de su verso, aquel que “no ha dejao una tapera / al irse con su tropilla”, pero sí es cierto -parafraseándolo- que “ha quedao en la gramilla / la sombra de su elegancia / y en el aire la arrogancia / del vuelo de su golilla”, y... por qué no, el melodioso sonido de sus versos.
La Plata, 23 de mayo de 2001

Fuentes:
Referencias brindadas por Eduardo ‘Negrín’ Andrade y Manuel Rodriguez
Grabaciones de Alberto Merlo
Dicc. Biográfico de la Música Argentina de Raíz Folklórica, de Emilio Portorrico (1997)

Las estrofas intercaladas al texto corresponden a: “Pa’ mi la cosa es ansí”.
(1) Semblanza Sureña
(2) Capataz de Arreo
(3) De las brasas a un costao
(4) El puente viejo
(5) La manta peruana

(Publicado en el N° 22 de Revista La Taba, de Luján - 12/2001)

BENITO LYNCH: un pantallazo de su vida




Aunque Benito Eduardo Lynch nació porteño (posiblemente en la casa de sus abuelos paternos en Arenales 284), y vivió entre 1885/1890 una niñez campera que lo marcaría, en “El Deseado” (vecindades de Urdampilleta), actual partido de Bolivar, la radicación en 1890 de su familia en la Ciudad de La Plata, hace que pueda considerárselo un platense consuetudinario y asegurarse sin temor al equívoco, que fue un platense de pura cepa y de cabo a rabo, como que en la Capital provincial transcurrió su vida por más de medio siglo y en ella desarrolló la totalidad de su obra.
Para ubicar exactamente su corta vida rural, tengamos en cuenta que en junio de 1873 y justamente en San Carlos de Bolivar comienza a apagarse “la estrella” de Cafulcurá, y que recién en 1879 se tranquilizará la frontera interior. En aquellos campos vírgenes, a partir de los 5 años de edad pobló sus ojos de imágenes imborrables el pequeño Benito.
Hasta 1893 visitaría la posesión paterna en época veraniega, del mismo modo que en 1896 visita la estancia materna “El Talar”, proximidades de Fray Bentos, República Oriental del Uruguay.
A pesar de su vida social urbana, por mucho tiempo no cortaría sus vínculos con el campo, como que entre 1898 y 1908, mantuvo periódicos contactos con las estancias “Barrancas Coloradas”, “Santa Catalina”, “La Quinua” (en Gral. Guido), “Las Víboras” (en Dolores) y “La Clarita” (en Tornquist), contactos que fueron un constante abrevar en la realidad campera de entonces, de allí el tono veraz que permanentemente transmiten sus descripciones de la estancia de fines del Siglo XIX y principios del XX, cuando el campo ya se ha alambrado y cuando el gaucho libre a ultranza ha trocado en el paisano que es peón asalariado.
Anecdóticamente, sin afirmarlo, mencionamos que en el decir de Petit de Murat, tenía un “campito en Magdalena”.
Respecto de su nacimiento porteño que alguna vez -hace siete lustros- fue puesto en dudas, atribuyéndosele nacencia uruguaya (donde residían sus abuelos maternos), ocurrió el 25 de julio de 1880 y ha quedado claramente demostrado por Estanislao de Urraza en el Diario “El Día” (donde por 20 años trabajara Benito), en un extenso artículo aparecido el 19/11/1964 y luego incluido en su libro “La Plata Ciudad de Mayo”.
Demuestra el autor tras la inspección ‘in situ’ de los papeles que despertaron la controversia, que dicha partida alude al hijo primigenio de los cónyuges Beaulieu-Lynch (Elgardo, fallecido precozmente), siendo Benito Eduardo el cuarto de los doce hijos del prolífico matrimonio, por lo que no corresponde a un “evidente error ortográfico” como supone Estela Dos Santos en el fascículo número 38 de la Colección Capítulo, de mayo de 1968. Había sido Susana Clauso Royo quien por vez primera divulgara ese presunto origen desde las páginas de “La Prensa”, dos años antes.
En su estada en Uruguay, de Urraza se puso en contacto con las hermanas Bernabela y Catalina (la primera nacida en Bolivar, platense la segunda), que sobrevivieron al escritor y se habían radicado en la heredad materna de “El Talar” (Dpto. de Río Negro, Fray Bentos); dice el investigador que “Fue para ellas una verdadera sorpresa que estuviera en discusión la nacionalidad de su hermano Benito; más aun, les pareció una aberración y me afirmaron que nunca habían oído tal cosa en el seno de su hogar.”
Valga apuntar una curiosidad respecto de los hijos varones del matrimonio Lynch: descartando el primer hijo, Elgardo, que como dijimos falleció a poco de nacer, Benito Eduardo sería el mayor, y a partir de él, todos llevarían “Benito” como segundo nombre, a saber, Leopoldo Benito, Tomás Benito, Roberto Benito, Armando Benito y Mariano Benito. Quizás como un exagerado sello paterno, quien tenía por tal su nombre, hombre de fuerte personalidad, algo autoritario y muy celoso.
Benito escritor, es el pintor descriptivo y el intérprete filosófico del cambio que sufre la vida rural con la transición de la antigua estancia criolla, a la modernización y la influencia inmigratoria, en la explotación del campo.
Su vida literaria se inicia en 1904, cuando desde las páginas de “El Día” -al que había ingresado un tiempo antes como cronista social-, publica sus “Cuadritos Domésticos”, los que firmaba con seudónimo, y no eran de temática rural. Tampoco será completamente campera su primera novela “Plata Dorada”, pero si lo será la segunda que también le traerá la consagración y el elogio de sus pares: “Los Caranchos de La Florida”, de 1916. Tenía 36 años.
15 son sus libros publicados y más de 110 los cuentos dispersos en diarios y revistas; también dos obras de teatro y un argumento de cine aun inédito, al igual que un par de novelas y una media docena de cuentos, todo sin publicar.
Es opinión personal, que con la literatura de Lynch, la narrativa gauchesca logra su más alta cumbre, superando incluso a otros autores que han tenido más prensa.
Dentro de las varias rarezas de su vida, está la de haberse apartado de la escritura y la publicación a partir de enero de 1941, cuando “La Nación” publica su cuento “Medallas de Oro”; antes, en 1933 había aparecido en forma de libro su última novela “El Romance de un Gaucho”, difícil ejercicio literario ya que se encuentra íntegramente escrito en lengua gaucha. Circunstancia ésta que hizo a muchos críticos tildar la obra de pesada, extensa y recargada por su lenguaje, pero es sin duda -en mi modesta opinión-, el momento más completo y brillante en su obra, ya que el uso del recurso aludido está reservado exclusivamente, a quienes mucho conocen del tema, como era su caso: el de un agudo observador del medio que describe y da vida.
Me tranquiliza descubrir que Petit de Murat opinase que con el mismo “Lynch escribe su mejor novela. Antes de despedirlo humaniza el arquetipo. Estos gauchos, realmente los últimos, parecen también los más verdaderos desde el punto de vista de una concepción netamente realista.”, y que Anderson Imbert dijese que así “cerraría su carrera con una extraordinaria hazaña estilística” y tilda al lenguaje de “expresivamente artístico”.
Respecto de su voluntario ostracismo literario, arriesgamos una opinión: dado lo austero de su forma de ser, su personalidad retraída y poco dada al público y admiradores, es muy posible que la dura crítica de sus contemporáneos haya provocado en él un rechazo que lo llevó a clausurar su necesidad de publicar, actitud que puede haberse visto aumentada tras el fallecimiento de su madre, Doña Juana, acaecido en noviembre de 1937. A ciencia cierta, no hay o no se conoce, un elemento que justifique su retiro de los medios gráficos, a los que fue tan dado por espacio de casi cuatro décadas. Lo que no abandonó fue la escritura, ya que los trabajos inéditos que dejó indicarían que continuó creando.
Llama la atención ver que críticos y comentaristas de su obra -contemporáneos y posteriores-, opinan que adhirió a la corriente naturalista, que debió profundizar más en los aspectos sicológicos de determinados personajes, que éste o aquel párrafo es reiterativo, que la extensión de tal obra es excesiva; pero lo que la mayoría no ve, por desconocimiento o por negligencia, es el profundo conocimiento que tiene Lynch de la vida gaucha o cuasi gaucha, de su lenguaje oral, de sus usos, costumbres y modismos, de sus trabajos, y es en base a esto que entreteje el sólido andamiaje en que se sostiene su obra. Si sus cuentos y novelas tienen una historia que atrapa al lector, siendo que la mayor parte de su obra es de ambiente rural, gran mérito reside en el verismo que transmiten la ambientación de sus situaciones, ya que por su gran conocimiento del medio, sus recreaciones de la vida de la vieja estancia son inobjetables y el modo en que se desenvuelven sus paisanos, acertadamente natural. Benito, más allá de que practique esgrima y boxeo, que frecuente el Jockey Club y que juegue a la bocheta, o de que concurra asiduamente al cine, es un gaucho de espíritu, un enamorado de la libertad de esos campos que conoció en la niñez y lo marcó indeleblemente, amor que sin duda ha ido creciendo proporcionalmente al paso del tiempo.
Otro gran conocedor de la vida y el medio rural, Miguel D. Etchebarne, ha sabido observar: “Benito Lynch ha asistido a la tragedia de la desaparición del gaucho y ha puesto lo mejor de su talento en retener en el cuadro de su novela esta romántica figura. Fácil es suponer el dolor que sentiría Lynch al ver que sus gauchos boleadores de avestruces, castos y sufridos, algunos de los cuales nunca se cortaron el pelo ni la barba, eran suplantados por gallegos y turcos. Lynch quiere y admira a los hijos de la pampa. En el gaucho de Buenos Aires, generoso y valiente, indomable como descendiente de tribus guerreras, ve él pasta de héroe. ‘La humildad -me dijo- será de otros, no de los gauchos de la provincia de Buenos Aires.’”
Digamos que en 1994 debe haberse hecho la última edición de una obra suya: “1932”, una verdadera rareza ya que es un cuento de ficción publicado en “El Día” en 1907, en el cual el personaje ve desde una aeronave como ha crecido la Ciudad de La Plata al cumplir 50 años, precisamente, en 1932.
Este libro, en edición no comercial, fue editado por la Universidad Nacional de La Plata y está firmado con el seudónimo de E. Thynón Lebíc, un anagrama de su nombre, tras el que se escudó en sus primeros escritos.
Aquejado por una dolorosa enfermedad, Benito Lynch falleció en el Instituto Médico Platense, el 23 de diciembre de 1951, a los 71 años de edad, y sus restos fueron trasladados a la bóveda de la Familia Andrade, en Buenos Aires. Lástima grande que no descanse en el Cementerio de La Plata.
Poco queda en la ciudad que dio marco a su vida, que lo recuerde, sólo un par de placas (que pasan desapercibidas) en el frente del edificio que ocupa el solar de su vivienda en Diagonal 77 Nº 734; el “Rincón del Novelista” en el parque Saavedra, erigido con el portón y la puerta que hicieran el frente de su casa; y el jacarandá histórico que ocupa la plazoleta de Dg. 77, 8 y 43, frente justo al que fuera su domicilio. Ni si quiera se lo menciona en el pretencioso libro que editara la Municipalidad en 1999. ¡Imperdonable omisión!
Si lo evocan un par de escuelas, y el Ateneo Literario que perpetúa su nombre.
Siendo Guillermo Pilía, Director de Museos, Monumentos y Sitios Históricos de la Provincia (1991), se le erigió a Lynch un monumento en Bolivar, pero falta uno que lo recuerde en La Plata, no sólo como uno de los grandes narradores nacionales del Siglo XX, sino también como uno de los ciudadanos ilustres de nuestra querida ciudad. Y aún estamos a tiempo de salvar la falta.
Ahora bien... como era Lynch? Despeja este interrogante la descripción que nos brinda Manuel Gálvez: “Benito era alto, flaco, todo huesos y ángulos. Rostro largo y con alguna arruga, nariz corva, facciones finas, expresión viva. Buen mozo. Tipo muy viril. Ojos grandes, de mirada cordial y un tanto pícara. Tenía en su figura algo de quijotesco: luengos brazos, aire de hidalgo, cuerpo erguido, rostro enjuto. Me recibió muy sonriente y con los brazos abiertos. No era, sin embargo, expansivo: en esto como en todo tenía el sentido de la medida. Muy distinguido, con algo de gran señor, hablaba pulcramente, sin criolladas ni chabacanerías (...) Entre los escritores argentinos, escasos hubo tan caballeros como Lynch. Inclusive sentía exageradamente el prurito del honor, frecuente en los españoles. La franqueza fue una de sus virtudes y también la lealtad.”.
Reafirmando lo dicho en cuanto a su forma de ser, Petit de Murat referencia que el crítico chileno Torres Rioseco lo describió “sencillo como una corriente de agua clara, cordial como un vino generoso.”
121 años han transcurrido desde aquel 25 de julio de 1880.
La Plata, 16 de julio de 2001

BENITO LYNCH
De Juan Manuel Cotta

Superas a Güiraldes. Tal opino.
Está en tu prosa el gaucho y todo el llano.
Sencillo y claro; sin doblez, humano...
Por esto, y algo más, muy argentino.

Nada de coscojeos. Si, buen tino.
Pincel seguro de avezada mano.
Corto y hondo el lenguaje del paisano.
Sugestivo el cardal como el camino.

La metáfora sobria, rasgo criollo.
Listo para pialar, en amplio rollo,
el lazo, tradición, progreso, historia...

Y, fuera de tu predio, un venteveo
gritando como un guaso: “¡Patrón, creo
que don Benito Lynch es limpia gloria!”.

Bibliografía:
- Bibliografía Argentina de Artes y Letras Nº 8 (enero-marzo 1959)
- Capítulo Nº 38 (5/1968)
- De Urraza, Estanislao – La Plata Ciudad de Mayo (2º ed. 1994)
- De Vedia, Leonidas – Introducción a “De los campos porteños” (Ed. Troquel, 8/1966)
- Etchebarne, Miguel D. – Benito Lynch y la reiteración de un desencuentro (La Nación,
1/12/1957)
- Lynch, Benito – "1932" (UNLP, 1994)
- Moncaut, Carlos A – Las estancias de los campos porteños que inspiraron a Benito Lynch - Cap. XXI de
"Estancias Viejas” (Ed. El Aljibe, 10/1996)
- Petit de Murat, Ulises – Genio y Figura de Benito Lynch (Eudeba, 8/1969)
- Salama, Roberto – Benito Lynch (Ed. La Mandrágora, 7/1959)

(Publicado en Revista De Mis Pagos N° 12 - 9/2000)