domingo, 21 de noviembre de 2010

ALMAFUERTE un platense universal

El próximo 28 de febrero (2006) se cumplen 89 años del paso a la inmortalidad de Almafuerte. Tenía entonces 62 años.
Había nacido en San Justo (actual partido de La Matanza), el 13/05/1854, en momentos en que el país iniciaba un cambio profundo regido por su novísima Constitución, y si bien buenos vientos soplaban para el crecimiento y desarrollo de la nación, mucha sangre habría aún de derramarse por cuestiones intestinas y externas, hasta afirmarse como el país pujante que mostró el Centenario.
Almafuerte -el poeta en cuestión- nació como Pedro Palacios en el hogar constituido por Jacinta Rodríguez y Vicente Palacios, quienes se habían unido en matrimonio el 12/08/1848. Completaban el grupo familiar sus hermanos Juan Bautista, Manuel, José Abel, Trinidad y Pedro; otros dos -Marta y Mariano- fallecieron tempranamente.
Desgraciadamente muy breve será la vida junto a sus progenitores (a los cinco años huérfano de madre; a los siete abandonado por el padre), pasando primero -por poco tiempo- a vivir con sus abuelos, y luego y hasta la adolescencia, con su culta tía Carolina Palacios en la ciudad de Buenos Aires. Ella será la madre del corazón; con ella se acercará ala lectura e indirectamente a la pintura.
Quizás sea la aludida circunstancia de su padre, el motivo que lo llevó después a firmar con seudónimos, sus múltiples artículos periodísticos, habiendo usado no menos de veinte.
Muy corto será su período de estudio que comenzó en la Escuela Elemental de Varones de la Parroquia del Pilar, sita en Santa Fe e/Paraná y Montevideo, pero muy grande su capacidad de asimilación, motivo por el cual algún biógrafo ha dicho “Con dieciséis años poseía una mediana cultura”. En esa su formación primaria -la tía Carolina y la Escuela-, la Biblia será su libro de cabecera; su punto de referencia.
El aprendizaje precoz y la necesidad de sustentarse, hacen que también tempranamente busque trabajo en el orden educacional, comenzando por 1870 como “ayudante” en la misma escuela en que había estudiado, para ser luego “preceptor” en varios establecimientos de Buenos Aires.
Docente sin título, ejerce el magisterio en diferentes escuelas y en distritos donde realmente se debía tener vocación para ejercerlo, por lo adverso de las circunstancias. Así enumeramos Mercedes (es maestro, da clases de pintura y dibujo y se aboca al periodismo), Chacabuco, Salto Argentino y Trenque Lauquen.
Estando en Chacabuco (1884), Sarmiento llega a la ciudad y es propuesto para dar el discurso de bienvenida; después de la recepción “el maestro sanjuanino” lo invitará a radicarse en Buenos Aires, pero él, pintándose de cuerpo entero, responderá: “Vea, yo me quedo en el desierto y cuando la pampa se haya poblado, me iré de maestro al Chubut”; parecería que ¡vencer a la adversidad con la educación como objetivo principal!, fuese su premisa.
Paradójicamente el 8/04/1896, siendo docente en Trenque Lauquen, se le retira la autorización para enseñar por carecer de título habilitante.
Pasarían setenta y ocho años, hasta que llega “post-mortem”, la reparación moral, cuando el 11/09/1974 se lo designa “Maestro Honoris Causa”.
Puede afirmarse que su vocación frustrada fue el dibujo y la pintura; deseó estudiar y perfeccionarse en las artes plásticas, y como le era imposible financiarse esos estudios buscó afanosamente una beca que le permitiera viajar a Europa por un aprendizaje superior, pero al frustrarse tal deseo, parecería que volcó toda su capacidad creadora en la poesía.
No obstante, cuando años después se establece como maestro en Mercedes, para ampliar sus ingresos publica en la prensa local el siguiente aviso: “Pedro B. Palacios. Pintor al óleo. Ofrece sus humildes conocimientos al público y a sus relaciones. Retratos de todo tamaño. Al óleo y al lápiz. Lecciones de dibujo a domicilio. Tiene su taller en el hotel del Comercio”.
En la adolescencia borroneó sus primeros poemas, pero como era un perfeccionista, una y otra vez volvió al ayer con afán de corrector en busca de mejorar lo hecho. Y si desde temprana edad fue educador con la tiza y la pizarra, también siempre lo fue desde la prosa y la poesía. No escribe para cantarle a una mariposa o a una puesta de sol, no. Más vale escribe para opinar convencido de su verdad, escribe para que el confundido recapacite, y si su voz es un trueno en la tormenta, su mensaje es relámpago de luz que señala un buen rumbo.
“Es pasión de Almafuerte humanizar al hombre”, apuntó sagaz Lázaro Seigel, y agregó, “Todo nobleza es su postura, virulencia su disposición (...) su poesía (tiene), sí, la metálica dureza del hierro, y no la maleabilidad del azófar (...) Habla con el fragor de los torrentes, no con la cortedad de los arroyos”. Precisas apreciaciones ciertamente.
La resonancia del verso la buscaba el poeta repitiendo una y otra vez lo que escribía en alta voz mientras caminaba de un extremo a otro de la habitación en que se hallaba. Sobre el particular, en oportuna conferencia que Jorge Héctor Paladini pronunciara cuando el Centenario de La Plata (1982), trajo a colación anécdotas que le contaran viejos vecinos que conocieron y trataron al poeta. Uno de ellos “afirmaba que, dueño de una voz potente y de acentos casi marciales, solía leer en voz alta sus poemas, buscando sus ritmos y limando lo que suponía sus asperezas, y con tono tan estentóreo que se percibía, claramente, de la vereda de enfrente”. Vivía entonces en su última morada, y la Avda. 66 no es nada angosta...
Aunque virulento muchas veces, poco afecto a doblar la cerviz, de decir sin tapujos lo que sentía, lo que provocó que no faltaran voces que lo tildaran de “resentido”, supo del reconocimiento de intelectuales contemporáneos, coterráneos y extranjeros. Valga como ejemplo la opinión de Ricardo Rojas: “Se levantó por su propio talento natural a las altas esferas de la celebridad literaria.” (el destacado es nuestro).
A pesar de su dedicación no pudo vivir de su pluma, y estuvo forzado permanentemente a la búsqueda de trabajo; a pesar de eso, compartió su pobreza con los vecinos más pobres, con el pueblo, con “su chusma”. Poco le costó compartir su pan, su mate, su puchero, su sopa. Ayudar le retemplaba el alma. Aunque sufriera. Por eso canta:

“Yo tuve mi covacha siempre abierta
para cualquier afán falaz o cierto,
y tan franco, tan libre, tan abierto
mi hermoso corazón como mi puerta”.

“Hombre ansioso de la verdad misma de las cosas, como hijo de esta tierra interesado en pulsar las cuerdas del alma argentina, en auscultar atentamente el pulmón espiritual de mi pueblo”, tal la autodefinición de su personalidad.
En 1916 -antes de la muerte del poeta-, el prolífico entrerriano Julián de Charras, quien asegura conocer “como pocos en sus detalle más particulares, la vida privada del poeta, por haberlo ligado a mi familia una antigua y constante amistad...”, a pesar de no compartir el concepto superlativo y la talla genial con que de Almafuerte se opinaba generalmente, declara que le admira el talento y la personalidad, y lo considera “poeta extraordinario”, rematando “Hermosa es la obra de Almafuerte. Juzgándola en conjunto, sobre el campo de la literatura universal, aparece como una de las más valientes rebeldías del espíritu humano”. Y conste que opina un crítico.
No siempre fue Almafuerte. Este seudónimo que habría de trocar su nombre, apareció hacia 1887 cuando ya había superado los treinta años, y fue a consecuencia de los artículos que publicaba a favor de la ley de divorcio, oponiéndose a los que Carlos Olivera firmaba como “Alma Viva”.
Por entonces tiene su primera residencia en La Plata, que será temporaria, ya que hacia 1889 vuelve a Buenos Aires. Regresará después para ejercer la dirección del diario “El Pueblo”, y hacia 1904 se establece definitivamente.
Amigo de lo popular, era un entusiasta del canto de los payadores, y así fue que remató el soneto que dedicara al trovero Francisco N. Bianco, diciéndole: “¡También hay genios en mi patrio suelo!”.
En este punto acotemos que si bien no cultivó el gauchesco demostró que lo conocía y podía abordarlo escribiendo “La Primera Traición”, poema de catorce estrofas en décimas que dedicara “Para el distinguido payador Alfredo F. Plot”, el 22/02/1903.
Se le ha querido buscar a Almafuerte antecedentes en los que se inspirara; se ha pretendido enrolarlo en tal o cual corriente o movimiento, pero Almafuerte es él: no copia a nadie y con nadie se ata. No es cencerro que amadrina, es campana que tañe y su tañido, ariete que golpea.
Respecto de su nombre siempre firmaba como Pedro B. Palacios, y a esa “B” nominal -que nunca aclaró el interesado- se la hace corresponder a Bonifacio o Benjamín, pero ni la inscripción de nacimiento ni el acta bautismal lo avala. Y este asunto ha desarrollado minuciosamente Atilio Milanta en libro de reciente aparición, donde expone que el poeta es “un tal Don Pedro... de apelativo Palacios”.
Resulta curioso enterarse “que Almafuerte sólo publicó un librito de 92 páginas, en 1906, con el título de 'Lamentaciones', siendo que hoy son incontables las ediciones que difunden su obra.
Al cumplirse el 75º aniversario de su natalicio, por Resolución del 15/05/1929 del gobierno bonaerense, se dispuso la edición de sus obras completas, estimándose en no menos de diez los volúmenes que habrían de compendiar sus poesías, discursos, epistolarios, un drama en verso, etc., material que fue reunido por la Comisión Nacional de Homenaje designada por los herederos.
Falleció Pedro Palacios el 28/02/1917, y el diario El Día del 1º/03 comenzó su necrológica diciendo: “En el silencio de su morada modesta y accesible, pero sin embargo tan prestigiosa e imponente e inquietante, como la guarida de un viejo león, ha muerto ayer para siempre , se ha extinguido ayer para siempre, el espíritu del más grande de los poetas de América, la existencia fecunda de una de las intelectualidades más vigorosas que haya producido la Raza.”
Pero en algo se equivocó Almafuerte... que nadie es perfecto. Erró cuando dijo:

“Y a pesar de ser bálsamo y ser puerto,
de ser lumbre, ser manto y ser comida,
¡a mi nadie me amó sobre la vida;
ni nadie me honrara después de muerto!”

Hoy es un poeta admirado y permanentemente estudiado sobre el que siempre se escribe. Un importante cenotafio lo recuerda en el Cementerio platense, que aunque nacido en otros lares y habiendo residido en la capital provincial tan solo unos tres lustros, está íntimamente identificado con La Plata, al punto que no dudamos en llamarlo “¡Un platense universal!”
La Plata, 25 de Enero de 2006

Bibliografía

- Charras, Julián de – “La Patria en marcha” (1926)
- El Día de La Plata – Diarios del 1º/03/1917 y 20/10/1982
- Milanta, Atilio – “¿Quién es Almafuerte?” (2005)
- Museo Almafuerte – Publicaciones varias
- Oyhanarte, Rodolfo - “La estética de Almafuerte” (Diario La Prensa, s/f)
- Palacios, Pedro – “Poesías de Almafuerte” Obras Completas Tomo I (1930)
- Paladín, Jorge Héctor –“Reflexiones entorno a la palabra del poeta” (1982)
- Seigel, Lázaro – “El paisaje lírico de la pampa” (1962)
(Publicado en Revista Magazine Inmobiliario de 02/2006)

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